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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Los enemigos del acordeón

Rechazado por el rock, el acordeón ha sobrevivido en robustos géneros populares

Diego A. Manrique

En noviembre, falleció Pauline Oliveros, una compositora estadounidense que trabajaba dentro lo que tendemos a llamar –por falta de mejor etiqueta- vanguardia. Rara vez detecté grandeza en la música de Oliveros pero merece nuestro agradecimiento por el instrumento elegido para sus conciertos y grabaciones: el acordeón.

La suya es de las pocas notas de modernidad aplicables al instrumento. Aunque enormemente difundido por Europa y América, el acordeón fue repudiado por la música juvenil que protagonizó la segunda mitad del siglo XX. Para Bill Haley, fue un error que el teclista de sus Comets, Johnny Grande, prefiriera tocar el squeezebox para así mejor participar en las coreografías del grupo: estaba evidenciando sus raíces country.

El acordeón resultaba tóxico para cualquier reputación rockera. Dicen que los barceloneses Pájaros Locos fueron el primer conjunto español en utilizar instrumentos eléctricos. Pero conservaron el acordeón en su arsenal sonoro y eso hundió su imagen; prácticamente, han desaparecido de la historia de los inicios de nuestro rock and roll.

Sin embargo, los fuelles siguieron animando robustos géneros populares: el merengue, la cumbia, el zydeco de Luisiana, el chamamé argentino, el forró brasileño, la música norteña mexicana (al rebasar la frontera, rebautizada música tejana). Eso sí: para saltar al mainstream, debían encajar en los tópicos del rock. Así, Steve Jordan fue lanzado como “el Jimi Hendrix del acordeón”.

Lo que no podría imaginar es que el acordeón tuviera enemigos políticos. Hasta que localicé un texto de Ernesto Giménez Caballero, aquel atrabiliario fascista que pasó unas semanas en el Madrid republicano, tras el golpe de estado del 18 de julio de 1936:

“Sentimos escalofrío, terror y repugnancia, oyendo al acordeón por la radio. El escalofrío de cuando, escondidos por Madrid, en las noches sin luces y con tiros oíamos el acordeón, a toda onda, por los altavoces de las checas. El terror de los asesinatos y las violaciones; del ‘Aquí E.A.J. 7, Unión Radio, Madrid’ y de las brigadas del anochecer en coches apocalípticos, mientras el acordeón gangoseaba tangos por estancias vacías y sangrientas, por palacios saqueados, por calles desiertas y casas cerradas; por las colas del anochecido, ateridas de frío, de hambre y de esclavitud, esperando un pan que no llega nunca.”

Giménez Caballero, el inefable Gecé, identificaba al acordeón con París, la odiada ciudad cosmopolita de “rusos y judíos”. En realidad, si sonaban tangos, posiblemente estaba escuchando un bandoneón, pero ya sabemos que aquella generación literaria no tenía buen oído.

Don Ernesto fue espectador de la última contienda en la que los soldados viajaban con acordeón. Durante la segunda guerra mundial, acompañó a la Wehrmacht en su conquista de Europa. Otros acordeones, más toscos, alentaban al Ejército Rojo cuando liquidó al Tercer Reich.

Con todo, no tiene aires de invasor. En las circunstancias adecuadas, funciona como una orquesta de baile portátil. En otros registros, requiere cierta intimidad: el instrumentista debe abrazarlo y logra hacerlo gemir. Hasta revela características humanas: pesado y delicado, su vida útil es relativamente corta. Y puede ser reemplazado por la tecnología: muchas veces, cuando se necesita un acordeón, se recurre a una tarjeta de sonidos tocada mediante MIDI. No lo acepten.

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