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Columna
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Retales

Volver hoy sobre el documental ‘Un viaje con Fidel’ tiene sentido, porque ni la televisión cubana ni la norteamericana lo emitieron

Juan Jesús Aznárez

Los documentales sobre Fidel Castro abundan, pero pocos contienen la información sobre su comportamiento en privado, el audio de sus maldiciones cuando se sintió afrentado por EE UU o tumbado en la cama de verde oliva. La obtuvo Jon Alpert, un periodista orquesta norteamericano de los años setenta: camarógrafo, productor y freelance, fascinado por la épica del guerrillero de Sierra Maestra. Volver hoy sobre este metraje, la víspera del entierro de su protagonista en Santiago de Cuba, tiene sentido porque ni la televisión cubana ni la norteamericana lo emitieron.

Alpert le acompañó en su viaje de 1979 de La Habana a Nueva York para pronunciar en la ONU un discurso como presidente del movimiento de países no alineados. Vendió el material más noticioso a la NBC y con los “retales” desechados se estrenó en 2015 Un viaje con Fidel.

Nada nuevo en los programas sobre el fallecido reeditados estos días, bien subrayando su condición de tirano o de libertador, pero la historia producida por la CNN es valiosa porque aportó imágenes difíciles de conseguir y fue filmada sin ínfulas de estrella, con la ambición y frescura del joven reportero que persigue el campanazo, una exclusiva para abrirse camino. Alpert visitaba la isla desde 1973. El día en que la policía revolucionaria llegó a la conclusión de que él y su trabajo eran “confiables” le subieron a un vehículo con conductor con esta diáfana orientación: “este es el hombre que te llevará adonde irás”.

Supuestamente, la NBC vio propaganda en el personaje carismático y seductor de las grabaciones de Alpert, y los cubanos ni se plantearon su emisión porque la vida de Fidel Castro fue secreto de Estado. “¡Ni cojones!”, se le escucha imprecar cuando dos funcionarios estadounidense suben a su avión en Nueva York para exigir a todo el pasaje, sin exclusiones, que rellene los formularios de inmigración.

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