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EN PORTADA

Una lluvia fina de ideas

El feminismo contemporáneo quizá sea el dominio intelectual y político sometido a una mayor transformación y a una crítica reflexiva más intensa

En los últimos años la literatura feminista no hace sino crecer; nuevas publicaciones, plataformas activistas y foros académicos se suceden expresando así un hecho sobre el que ya llamaba la atención la pensadora Beatriz Preciado (ahora Paul B. Preciado): el feminismo contemporáneo es el dominio intelectual y político sometido a una mayor transformación y a una crítica reflexiva más intensa. Parece imposible la pluralidad de tendencias e interpretaciones que ahora conviven —desde un feminismo amish que reivindica la lactancia materna y la crianza de los hijos como proyecto vital hasta el trans que no deja de experimentar con las fronteras sexuales haciendo de la pornografía un acto político que evidencia la violencia en las relaciones humanas—. También se habla de un feminismo animalista (las mujeres estaríamos más próximas al “animal de carga” sobreexplotado que al hombre blanco occidental, depredador en su trato con las fuerzas productoras), de un feminismo humanista (católico), del feminismo institucional, simbolizado en las cuotas políticas y del feminismo de la diferencia, el único concebido como hermenéutica y semillero de los múltiples recorridos feministas que hoy conviven.

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Las derivas del feminismo. Por Andrea Valdés

Parece imposible que todo quepa bajo el paraguas de una sola y polisémica palabra. A lo máximo que se ha llegado es a añadirle un plural (feminismos) o un sensato prefijo (posfeminismo) para subrayar que estamos lejos de los tiempos del sufragismo, cuando las mujeres exigían el derecho al voto o la igualdad ante la ley. Esa igualdad sigue estando sometida a grandes desajustes, pero, con el tiempo, el feminismo se ha alejado de la confrontación con el varón que la caracterizó en sus comienzos para plantearse qué es ser mujer y cómo sería el mundo si la gestión del poder estuviera en manos del sujeto femenino. Una pregunta lógica que se hacen muchas mujeres al ver las ciegas embestidas del machismo. La mujer es un sujeto colonizado, objeto de toda clase de apropiaciones. Es un ser invadido: por el apellido del varón, por el sexo del varón, por el feto del bebé, por la crianza, por el dominio masculino, por la ideología patriarcal que la mantuvo sometida, por los dictados de la moda, por la exigencia de un canon de belleza imposible, por su propia ética del cuidado del otro. Y esa apropiación efectuada sobre el nombre, el cuerpo y la mente de la mujer, que por su parte nunca pretendió colonizar al hombre, explica el rendimiento intelectual que de su análisis han extraído los estudios poscoloniales. En todo caso, la fina lluvia de feminismos convergentes ha permeado la sociedad española, transformándola radicalmente y desterrando los comentarios soeces y descalificadores al exilio que merecen. Es un éxito colectivo. Nuestra sensibilidad ha cambiado por fin con relación a la mujer tras fortísimas resistencias y una misoginia brutal. Cambió el tratamiento de los medios, cambió la política, los hombres han cambiado. Y las mujeres también. Nada es como era hace 20 años. Y eso se debe en parte a una escuela de pensadoras que logró abrirse camino en la Transición (Lidia Falcón, Victoria Sau, Carmen Alcalde, Celia Amorós, Amelia Valcárcel y un largo etcétera) estimulando la reflexión y la reescritura del pasado cultural hispánico en clave femenina y feminista. Pienso también en la importancia que ha tenido la colección Feminismos de Cátedra a la hora de divulgar el pensamiento feminista que se escribía en otras lenguas y culturas menos coercitivas. Sus libros fueron otra lluvia fina de ideas que caló en la mente de muchas universitarias animándolas a un pensamiento crítico sobre temas delicados como la maternidad o la prostitución que está dando valiosos frutos. Pienso en asociaciones como Clásicas y Modernas y en foros y portales potenciados por las Consejerías de la Igualdad.

Cuando todas las posiciones están tomadas no es fácil ser mujer. Lo veo como una forma de la utopía, pero también un quebradero de cabeza. Todas andamos algo perdidas —¿por qué no decirlo?—. Las derivas del feminismo hacia territorios cada vez más especulativos resultan a veces confusas, pero son un reflejo de una actitud abierta que parte de otra mirada sobre el mundo. Pese a tanto movimiento, sin embargo, hay cosas que no cambian. La derrota de Hillary Clinton ha causado un gran estupor. ¿De veras era preferible un descerebrado a la victoria de una mujer que había hecho del feminismo su bandera? Pero eso también podremos cambiarlo.

Cartelería del colectivo See Red Women’s Workshop. De arriba abajo: Protest (1973), Girls Are Powerful (1979), Don´t Let The Racism Divide Us (1978) y Fight The Cuts (1975). Todos, recogidos en el libro See Red Women’s Workshop. Feminist Posters 1974-1990 (Cedidos por la editorial Four Corners Books)

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