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TEATRO

El Strindberg más contradictorio, bajo el foco de Miguel del Arco

El dramaturgo estrena ‘La noche de las tríbadas’, una pieza histórica sobre el amor y la misoginia de Per Olov Enquist

Rocío García
Jesús Noguero y Manuela Paso, en un momento de la obra.
Jesús Noguero y Manuela Paso, en un momento de la obra.Álvaro García

“Lo he amado, lo he odiado y he lanzado sus libros contra la pared, pero no he podido deshacerme de él”. Son palabras del cineasta sueco Ingmar Bergman refiriéndose a su compatriota August Strindberg, un hombre de teatro brillante y contradictorio de finales del XIX. No puede estar más de acuerdo Miguel del Arco. El descubrimiento paulatino de la vida de este dramaturgo, primero a través de La noche de las tríbadas, escrito en 1975 por el también autor sueco Per Olov Enquist, y luego sumergiéndose en las propias novelas y ensayos del clásico autor de La señorita Julia, ha supuesto para Del Arco una gratísima sorpresa. “Conocía mucho su teatro, pero no el resto de su obra literaria. Me he encontrado con un enorme escritor que utiliza su vida desde un punto de vista muy particular”, asegura el director que estrena hoy en el teatro Pavón Kamikaze (Madrid) La noche de las tríbadas, una brillante y divertida pieza histórica que se adentra en la demolición del amor, la misoginia y las relaciones lésbicas. Protagonizada por Manuela Paso, Jesús Noguero, Miriam Montilla y Daniel Pérez Prada, esta obra, una de las más representadas y alabadas en el mundo del teatro, forma parte del programa del Pavón Kamikaze, Femenino Plural, que pone el foco en las mujeres, de aquí a finales de enero, con teatro, charlas y debates.

Per Olov Enquist (1934) parte de una profunda investigación en torno a la vida y obra de August Strindberg (1849,1912), uno de los grandes dramaturgos del XIX, y, siempre refiriéndose a hechos reales, se asoma a un ensayo de una obra de teatro para hablar de las pasiones sentimentales, de las relaciones humanas, de la creación artística, también de las mujeres y de los amores prohibidos. Estamos en el Teatro Dagmar, de Estocolmo, en 1889, cuando Strindberg ha decidido llevar a escena su último texto dramático, La más fuerte, interpretado por la baronesa Siri, su ex mujer y madre de sus hijos, con la que se encuentra en fase de divorcio y a la que quiere recuperar por encima de todo. Allí, descubre que la coprotagonista de la obra es también la amante de la que fue su esposa. Sobre el escenario, se desata entonces el más feroz de los combates y la lucha dialéctica más brillante. Aparece la misoginia de Strindberg pero también el profundo dolor por la pérdida de su gran amor. O sea, el conflicto en estado puro, la vida misma, que es lo que busca Miguel del Arco, madrileño de 51 años y uno de los cuatro socios fundadores del nuevo central abierto en la ciudad el pasado mes de septiembre en el teatro.

“Aunque hay una línea de acción en la obra, asistimos a una demolición subjetiva del amor de Strindberg que la quiere trascender y convertir en un problema contra las mujeres. Siendo como había sido Strindberg un tipo progresista que acariciaba la utopía y que luchó desde la izquierda más radical, un hombre que escribió cosas impresionantes a favor de los derechos de las mujeres, de repente se convirtió en un misógino y ha pasado a la historia como un misógino. Es una etiqueta falsa, esa misoginia aparece por la pelea permanente que tenía con Siri von Esse”, explica Del Arco, tras un ensayo de La noche de las tríbadas, su primer encuentro en el escenario con el dramaturgo sueco.

Tan feliz está Del Arco con Strindberg que le gusta pensar que cuando la gente salga de ver La noche de las tríbadas tenga ganas de descubrir el resto de su obra. “La palabra como arma arrojadiza que se produce a lo largo de la función es brillante, pero también el hecho de que los personajes se detienen y deciden escucharse y hasta reconocerse. Es una obra que habla de que el reconocimiento del otro no supone sin más la aniquilación de uno mismo. Hay algo también del hecho de culpabilizar siempre al de enfrente de lo que uno podía haber sido en la vida y supuestamente no le han dejado los demás. Entra de lleno en el debate de cómo uno debe asumir sus propias responsabilidades”, añade el director, mientras contempla embelesado el trajín de los cuatro actores, en una eufórica función en la que suben y bajan del escenario, se amenazan y se insultan crueles pero en la que también hay lugar para la ternura y los recuerdos más delicados. “Aquella noche, la de las tríbadas, éramos buenos amigos”.

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