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Don de gentes
Columna
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Esto nos puede pasar

La victoria de Trump demuestra que sobran analistas y falta periodismo

Elvira Lindo
Un hombre lee un artículo sobre Trump en 'The New York Times', el 26 de octubre en Washington.
Un hombre lee un artículo sobre Trump en 'The New York Times', el 26 de octubre en Washington.Gabriella Demczuk (AFP)

Al día siguiente de las elecciones americanas, dije en la radio que las sorpresas que nos estamos llevando algo tienen que ver con el desconcierto del periodismo frente a un universo cibernético que nos presenta solo aquello que deseamos escuchar. Noté una cierta incomodidad en mis compañeros de tertulia. Algo así como, encima de que estamos en crisis ahora la culpa la tenemos los periodistas. No, los periodistas uno a uno, no. Pero es obvio que algo falla. El lector no busca la verdad sino la confirmación de sus convicciones. Y las grandes compañías, que trafican con nuestros datos y nos conocen ya más que nuestra pareja, nos tientan con las páginas en las que encontraremos unas opiniones que coincidan felizmente con las nuestras. Es aterrador.

El caso es que algo así se deben de temer los directores de la prensa americana cuando en estos días abundan los reportajes sobre esa parte del país que parecía remota pero que ahora importa, dado que ha cambiado el curso de la historia. Ojalá esto nos enseñe que sobran analistas y falta periodismo. Pero hubo una pieza, firmada por el poeta Charles Simic, que me llamó poderosamente la atención. Primero, porque estaba escrita desde el terreno, este poeta de origen yugoslavo vive en una zona rural de New Hampshire; segundo, porque su análisis carecía de toda esa jerga antipática en la que nos han ahogado los expertos. Contaba sus sensaciones en el lenguaje preciso con el que se moldea la poesía. Decía, por ejemplo:

“Todos los que tenemos familiaridad con las zonas rurales y con las abandonadas zonas industriales de este país sabemos del empobrecimiento y la desesperanza de muchos hombres y mujeres que viven aquí. Sobreviviendo penosamente por trabajos de media jornada, dado que las empresas no suelen contratarlos a jornada completa, suelen estar mal pagados y ahogados por las deudas. Su corazón les dice que tanto ellos como sus hijos son prescindibles. Lógicamente, están enfadados”.

Mientras el partido demócrata afirmaba que la economía iba bien, ¡la economía!, los “prescindibles” no advertían una mejora en sus vidas. Así que creyeron al primero que apareció por allí para decirles que, efectivamente, su vida era una mierda. “Votaron —en palabras de Simic— al bufón millonario al que no le importa si viven o mueren”.

Las palabras del poeta me llevaron a ordenar mi pensamiento, confuso de tanta lectura, y ordenarlo de la siguiente manera:

La izquierda se ha centrado en las últimas décadas en las políticas de identidad y ha abandonado la cuestión social.

Lo más rentable para un político es apuntarse a las políticas de identidad. Solo le basta con manejar la jerga. Ni tan siquiera se ve obligado a creer verdaderamente en lo que está diciendo.

Ya Martin L. King, antes de ser asesinado, predijo que el futuro de los movimientos de los derechos civiles estaba en unirse al resto de los trabajadores. Hacer con ellos causa común.

Las reivindicaciones identitarias han quedado en manos de expertos académicos que han encontrado en ellas su modo de vida.

La izquierda, segmentada en grupos, ha perdido fuerza: cada grupo cree que su reivindicación está desconectada de la del grupo de al lado.

Internet ha potenciado esa segmentación al máximo.

La realidad es que no habrá manera de obtener justicia social si cada uno quiere estar cobijado entre los suyos

Cuando las mujeres, convocamos un encuentro feminista con el expresivo lema “Solo faltan las muertas”, siento que nos olvidamos de otros muertos que se quedan como almas en pena: los niños de la guerra de Siria, las parturientas sin hospital en Alepo, las y los adolescentes que tratan de llegar a Europa desde Nigeria y se dejan la vida en el camino, las ancianas que se mueren sin tener electricidad para calentarse. La humanidad, la humanidad.

A fuerza de olvidarse de la clase obrera, el Partido Demócrata la ha perdido. Esa clase obrera blanca se ha identificado con el individuo que ha culpado a terceros de su desgracia: a los latinos, a las mujeres, a los negros, a los musulmanes.

Trump ha afirmado que reabrirá las minas de carbón. Y la izquierda o centro izquierda ha sido incapaz de explicar a esa clase obrera que eso es imposible, que hay que buscar alternativas. No defienden con valentía un discurso ecologista.

La consecuencia de una izquierda ensimismada en las políticas de identidad ha sido que la clase obrera, dejada de la mano de Dios, está siendo acunada por la ultraderecha, que adorna su discurso con consignas racistas, xenófobas y misóginas. Como fatal resultado, todo se ha vuelto en contra precisamente de esas minorías que la izquierda decía defender.

Los blancos pobres han visto alimentado su racismo; los negros pobres su exclusión. Las mujeres, pobres o de clase media, han sido acusadas de arrebatar el espacio a los hombres. Los latinos de agredir a los blancos.

La realidad es que no habrá manera de obtener justicia social si cada uno quiere estar cobijado entre los suyos.

Sé que alguno me reprochará que por qué no escribo de lo que nos pasa a nosotros. Pero es que esto va de nosotros. Es un aviso, y como no nos demos cuenta, mal vamos.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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