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“A la nostalgia ochentera le falta crítica”

Leonardo Cano debuta en la novela con 'La edad media', donde retrata los sueños rotos de su generación

Jorge Morla
Leonardo Cano, en el madrileño Hotel de las letras.
Leonardo Cano, en el madrileño Hotel de las letras.KIKE PARA

El paraíso perdido es aquello a lo que ya nunca llegaremos. Como un taburete, esta historia tiene tres patas que la sustentan. Por un lado está un chat, sostenido durante años, que plasma la evolución de una pareja. Por otro, el relato en presente de un funcionario de Justicia al que la cercanía del dinero (¿o fue la vida?) acaba corrompiendo. Un presente marcado por la desilusión que tiene su origen en el tercer relato: el período formativo de la secundaria en el exclusivo colegio del Bosco en los ochenta. Tres tiempos construidos en torno a una cena de antiguos alumnos en la que pasar la vida a limpio. Tres tiempos que tejen La edad media, la novela con la que Leonardo Cano (Murcia, 1977) debuta en la ficción y con la que es finalista del premio europeo a mejor primera novela del Festival de Chambéry (Francia).

En primer lugar hay que preguntarle por la forma del relato. ¿Cómo le surgió esa triple cara? Especialmente la parte del chat.

Surge de la necesidad de contar una historia en tres tiempos, además una historia que abarca un largo tiempo, que entrecruza pasado y presente. Tres narradores que aunaran fondo y forma. La repetición del “Y…” (La parte del colegio es una sucesión cientos de frases lapidarias que comienzan siempre así), ese nosotros a la vez personal e impersonal, mostraba un ritmo acelerado, que es reflejo de la ansiedad por el futuro de esos chavales que estudian. Y con el "chat", digamos, quería mostrar la influencia de las nuevas tecnologías en las relaciones, sobre todo a distancia. Cómo esas tecnologías ya no solo facilitan la relación, sino que la afectan. La intervienen. También, me parecían interesantes los silencios con los que esa parte del chat me permitía jugar, porque lo realmente importante de una relación se dice en persona. Pero claro, lo que pasa en persona tiene su huella en la forma de comportarse por el chat la próxima vez. Me gustaba que el lector se imaginara lo que pasaba en esos encuentros.

Las tecnologías ya no solo facilitan una relación a distancia, sino que la afectan. La intervienen

¿Es, la literatura del hoy, la de los sueños rotos?

Es un tema, el de la realidad frente al deseo, que ha impregnado la literatura desde siempre. Es un leitmotiv ancestral. Ahora bien, ¿que si creo que mi generación está profundamente herida por ver sus sueños frustrados? Sí, lo creo. Somos una generación a la que se le dejó muy claro que si eras buena persona y buen estudiante, tendrías un futuro asegurado. Y la crisis nos ha golpeado con mucha brusquedad al romper esa burbuja.

Ahora hay cierta explotación iconográfica de ese periodo, de la juventud de esa generación.

La hay. Pienso en libros como Yo fui a EGB, por ejemplo. Se mira con cierta reverencia a esa época, es justo eso, nostalgia, y es muy interesante. Pero claro, también tenemos que hacer una reflexión crítica de esos tiempos. Es una época de diferentes caras, con sus cosas buenas y malas. Yo reflejo una educación que era como una selva.

Se tiende a mirar con cariño esa parte formativa de la vida, a destacar la amistad imperecedera, los descubrimientos adolescentes. Pero su novela va por otros derroteros: traumas, rencores que sobreviven en el tiempo…

Porque no hay que edulcorar el pasado, esas cosas también estaban. Tuve, justo hace dos semanas, una cena de reencuentro de antiguos alumnos como la que describe la novela. Bueno, pues vi dos cosas. Una, el interés desmedido por saber qué había sido de los demás. También, un intento de muchos de imponer un nuevo relato sobre lo que era su vida. Como si rindieran cuentas con su pasado. En la novela hay un personaje que se corrompe y roba. Como la vida no ha colmado sus aspiraciones, él las toma por la fuerza. Transgrede una línea moral para poder llegar a la vida que siempre quiso. No es como robar, claro, pero las redes sociales, y este tipo de eventos, tienen un punto de eso. Reinventar tu vida, venderla de una forma más parecida a como te gustaría que fuera que a como es en realidad.

Entonces, ¿esa generación es más niña que otras? En el sentido de que quizá su relato vital posterior no ha tenido el peso suficiente como para tapar esa primera juventud.

En una cena de antiguos alumnos, muchos intentan imponer un nuevo relato sobre lo que era su vida. Pasarla a limpio

Estoy de acuerdo. La gente de esa generación prolongamos la adolescencia, la juventud. Pienso que es por la situación económica, más desahogada, que vivimos, pero lo cierto es que entre una persona de 20 años y una de 40 hay hoy pocas diferencias. Sus intereses son más o menos los mismos. Quizá los de 40 meten la posibilidad de tener hijos en la ecuación, pero por lo demás es lo mismo: tener un trabajo, ir tirando, divertirse con los amigos los fines de semana.

Hay un momento de la novela en el que dos personajes conversan sobre el trabajo. Y uno expone, de forma bastante convincente, que en realidad cualquiera puede desempeñar cualquier oficio.

Neurocirujanos aparte, yo creo que a todo el mundo se le puede enseñar un trabajo. Todo depende de que te dejen tu espacio, de que no te exijan demasiado al principio, de que aprendas a tu ritmo. Ahí entra un factor del que no se nos habló a nosotros; hablaba antes de la suma de ser buen estudiante y buena persona para tener un buen trabajo, pero se nos escatimó la otra parte: la suerte. Además, no podemos ignorar que, en un mundo que en general está más preparado que nunca, tener un padre consejero, un amigo empresario o un cuñado poderoso, ayuda. Es el mundo que nos ha tocado vivir.

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Sobre la firma

Jorge Morla
Jorge Morla es redactor de EL PAÍS. Desde 2014 ha pasado por Babelia, Cierre o Internacional, y colabora en diferentes suplementos. Desde 2016 se ocupa también de la información sobre videojuegos, y ejerce de divulgador cultural en charlas y exposiciones. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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