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Jugar en serio

OuLiPo no es una escuela ni un movimiento, sino una especie de laboratorio lúdico al servicio de la literatura

Fotomatón de Raymond Queneau (1903-1976), fundador del OuLiPo.
Fotomatón de Raymond Queneau (1903-1976), fundador del OuLiPo.

OuLiPo no es una escuela ni un movimiento, sino una especie de laboratorio lúdico al servicio de la literatura. Sus fundadores (Raymond Queneau y François Le Lionnais) provenían de las letras y las matemáticas y deseaban reflexionar sobre las formas literarias a partir de cierta solidez científica, algo no tan lejano a lo que décadas atrás habían hecho, por ejemplo, los formalistas rusos. La diferencia es que, aparte de la teoría, OuLiPo puso y pone el acento en la creación. En tomar el lenguaje como herramienta; en proponer estructuras novedosas que puedan ser útiles no solo para los oulipianos, sino para todos los escritores que quieran acercarse a ellas. Si algo ha pintado bien a Oulipo es su espíritu lúdico, pero, al mismo tiempo, su rigor. Su mezcla de ambas cosas. Su manera de “jugar en serio”.

Soy el primer latinoamericano que cooptó OuLiPo y mi llegada en 2014 coincidió con la del español Pablo Martín Sánchez

Las formas que explora Oulipo, muy variadas, pueden servir para la poesía o para la narrativa y por lo común incluyen una contrainte: una traba, una restricción. Podría citar mil ejemplos. Desde un texto narrativo escrito sin cierta letra (un lipograma) como La disparition, de Perec, hasta un tautograma en el que todas las palabras comienzan por la misma letra. Desde un texto en el que se alternan vocales y consonantes hasta un poema en el que cada verso se compone de las mismas letras distribuidas en diferentes palabras (“poema anagramático”). Pero no todas las formas proponen restricciones lingüísticas. También hay, por ejemplo, variaciones de puntos de vista en torno a un mismo tema, como los famosos Ejercicios de estilo de Queneau. La lista de restricciones es tan vasta que la editorial Larousse publicó una especie de diccionario con ellas. La idea madre es escribir gracias a los beneficios de una norma restrictiva, eludiendo así el espectro de la página en blanco y la idea romántica de inspiración. Y que, algo paradójicamente, no es raro obtener resultados nuevos (“libres”) a partir de formas que, aunque arduas o estrictas, desarman los automatismos y los lugares comunes. Los mismos que se asombran de esto son los que leen un viejo soneto (con sus claras reglas formales) como si fuese un ejemplo de obra “auténtica” o espontánea.

Soy el primer latinoamericano que cooptó OuLiPo y mi llegada en 2014 coincidió con la del español Pablo Martín Sánchez. Ya existían otros extranjeros como Italo Calvino, Oskar Pastior o Harry Mathews, pero ninguno de lengua española. Cada nuevo miembro tiene que ser votado por unanimidad y, si acepta, será oulipiano toda la vida… salvo si opta por suicidarse ante un notario. Su obra no debe cumplir a rajatabla todos los postulados, si tal cosa fuese posible. Lo que importa es estar dispuesto a jugar el juego y a intervenir en las actividades del grupo, que no cesa de renovarse y ampliar su rango de acciones con lecturas públicas o talleres de escritura.

Como oulipiano de lengua española, asumo mi función de puente. Los miembros del grupo conocen los aspectos de Borges o Cortázar con elementos familiares (la obra imaginaria de Herbert Quain, Rayuela), pero no tanto otras obras de indudable parentesco como el Juego de cartas, de Max Aub, o incluso las greguerías de Gómez de la Serna, que suelo proponer en los talleres de escritura y que, deudoras como son de la mirada de Jules Renard, regresan al francés al cabo de una curiosa pirueta.

Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964), miembro del OuLiPo, acaba de publicar Un padre extranjero (Impedimenta).

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