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Crítica | Chevalier
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Medirse los churros

La directora transmite con brillantez tanto lo fútil del triunfo como la irrelevancia de la identidad del ganador

El viaje de regreso a casa de seis hombres que se han tomado un retiro vacacional a bordo de un lujoso yate sirve a Athina Rachel Tsangari para formular una pregunta saludable e insolente: ¿qué es lo que mejor define a la masculinidad de nuestros tiempos? La respuesta se parece bastante a la que hubiese encontrado una homóloga de la incisiva cineasta en el Paleolítico: la competitividad territorial, el juego de poder, la lujuria por la supremacía… aunque esta sólo pueda afirmarse en el más fatuo y precario de los territorios.

CHEVALIER

Dirección. Athina Rachel Tsangari.

Intérpretes: Vaneglis Mourikis, Yiorgos Kendros, Makis Papadimitriou, Yorgos Pirpassopoulos.

Género: comedia. Grecia, 2015

Duración: 105 minutos.

Tras sus prácticas de submarinismo y su catártico ablandamiento de pulpos sobre roca, los personajes de Chevalier deciden ocupar su viaje de vuelta en lo que bien podría ser el juego viril definitivo: una incesante competición en todos los aspectos de la existencia para poder determinar cuál de ellos es “el mejor en todo”. El sobrepeso, las entradas, la postura a la hora de dormir o el modo en que uno se lava los dientes puntúan en igual medida que sus conocimientos sobre cocina en lo que parece un patológico juego de transferencia del subtexto esencial de todo pulso masculino: dicho vulgarmente, medirse los churros. Los seis viajeros no descuidan esa manifestación literal de su impulso: sí, en Chevalier también hay secuencias dedicadas a comparar longitudes fálicas, pero en un registro que desarticula todo riesgo de parecerse a una zafia comedia adolescente americana.

Formada en Estados Unidos, donde trabó amistad con Richard Linklater, Athina Rachel Tsangari regresó a su Grecia natal para convertirse en motor central de su Nueva Ola: productora de los tres primeros largometrajes de Giorgos Lanthimos, la cineasta afirmó su identidad a través de un segundo largometraje –Attenberg (2010)-, en el que dos amigas expresaban su repudio a la especie humana mimetizando la expresividad animal recogida en los documentales de David Attenborough, mientras el paisaje familiar se precipitaba hacia su desintegración. Con su compartida confianza por la labor de los intérpretes y su parejo gusto por el encuadre distanciador y una cierta mirada clínica, Chevalier y Attenberg forman una estupenda pareja de baile.

La directora, que menciona el Husbands (1970) de Cassavetes para aclarar que su relación con los personajes es más comprensiva que airada, transmite con brillantez tanto lo fútil del triunfo como la irrelevancia de la identidad del ganador, pero es menos elegante al subrayar la fascinación de las clases subalternas por esa competitividad viril.

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