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ARTE

La gran ventana indiscreta

Una exposición en el Whitney de Nueva York muestra, con más alegría que rigor, la maquinaria del cine como espectáculo total

'Factory of the Sun', obra de la realizadora y artista alemana Hito Steyerl.
'Factory of the Sun', obra de la realizadora y artista alemana Hito Steyerl.Sara Wilmer

El Museo Whitney de Nueva York ha tirado el cine por la pantalla con una exposición de altísimas expectativas y la arrogancia propia de las superproducciones americanas. Su título, Dreamlands. Immersive Cinema and Art, 1905-2016 (Territorios de ensueño. Cine panorámico y arte, 1905-2016), toma como referencia esos mundos ficticios que, según H. P. Lovecraft (1890-1937), sólo se podían visitar a través de los sueños. El creador de algunas de las mejores páginas del horror cósmico creía que “el pensamiento humano era el espectáculo más divertido y desalentador del globo terráqueo”. Lo dijo cuando aún no existían la televisión ni los debates electorales. El adagio vale también para esta muestra. Su comisaria, Chrissie Iles, propone, con más alegría que rigor, un asalto al cine fuera de su marco convencional en un recorrido por la historia de un medio elevado a espectáculo total gracias a los avances tecnológicos.

Puede que todo esté inventado y que el sublime americano haya llegado a su cenit. Así que agárrense fuerte, regresamos al pasado

Cien años de “cine expandido” dan para muchas y complejas lecturas. La propuesta de Iles es arbitraria y recurrente. Sitúa el comienzo de los primeros experimentos fílmico-cinemáticos en 1905, sin dar muchas razones, para después saltar hasta 1926, esta vez sí, con las citas de las luces “intoxicantes” de Oskar Fischinger (Space Light Art) y de film-collage coloreado de Joseph Cornell (Rose Hobart, 1936). El Ballet Triádico de Oskar Schlemmer (reconstrucción en pantalla gigante del filme original de 1922) expulsa al visitante, en un giro inesperado, hacia las latitudes heladas del ciberespacio donde vaga sin consuelo un personaje sin atributos, Annlee (One Million Kingdoms, 2001), la adolescente de estética manga creada por Pierre Huyghe y Philippe Parreno (compraron los derechos del cómic a la firma japonesa ­Kworks por 428 dólares). Annlee es irremediablemente la verdadera protagonista de la exposición. La criatura prometeica de cuerpo transparente camina por una cordillera antártica sin fin… y quién sabe si como hija de uno de esos extraños seres de En las montañas de la locura con los que fantaseó Lovecraft.

Obra de Alex Da Corte.
Obra de Alex Da Corte.

Annlee huye de los hombres mientras su voz sintetizada recita pensamientos del astronauta Neil Armstrong y otros pasajes del Viaje al centro de la Tierra, de Verne. Su dimensión como personaje de ficción es sublime, hasta el punto de ser un avatar de culto para una nueva generación de artistas subidos a lomos de las galerías-museo: Tino Sehgal, Liam Gillick, Dominique Gonzales-Foerster, Rirkrit Tiravanija, Douglas Gordon, Sylvie Fleury, Molly Nesbitt, Angela Bulloch y hasta la actriz Catherine Deneuve. En Dreamlands, Annlee aparecerá en sus diferentes versiones, de forma que no sabemos si hemos visto cien años de “cine inmersivo” o el canon de un formato manipulable y plano, recreado en mapas de sueños, cabinas geodésicas, realidad virtual, sinestesias imposibles y cuerpos cibernéticos.

Cien años de “cine expandido” dan para muchas y complejas lecturas. La propuesta de Iles es arbitraria y recurrente

En medio de todo este rebaño de androides y ovejas eléctricas hay lobos de verdad, como el filme que Bruce Conner realizó con material desclasificado de las Fuerzas Armadas norteamericanas que muestra las explosiones nucleares en el atolón de Bikini (Crossroads, 1976) desde diferentes planos; los elegantes ambientes atravesados por luces sólidas de Anthony McCall (Line Describing a Cone, 1973) o las salas inmersivas de Hito Steyerl (Factory of the Sun, 2015), con historias sobre la resistencia de los humanos en un mundo de vigilancia permanente.

La muestra se permite algunos toques y retoques analógicos, como los dibujos que la factoría Disney realizó para Fantasía (1940), una verdadera obra de arte que fusiona música e imagen; o los dibujos futurísticos del diseñador norteamericano Syd Mead para el filme de Ridley Scott Blade Runner (1982). El resto son dispositivos o decorados que podrían servir como escenario de secuencias de películas tridimensionales.

Como complemento, el Whitney ha programado un ciclo de películas en 14 secciones que exploran modelos alternativos de ciencia-ficción (whitney.org). El más provocador, Afro-futurismo, con obras de autoras africanas que mezclan las últimas tecnologías con mitologías de sus países.

Puede que esté todo inventado y que el sublime americano haya llegado a su cenit. Así que agárrense fuerte, regresamos al pasado.

‘Dreamlands. Immersive Cinema and Art, 1905-2016’. Whitney Museum.Nueva York. Hasta el 5 de febrero.

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