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‘IN MEMORIAM’

Julio Cebrián, el dibujo agudo e inteligente

El pintor y humorista gráfico fue uno de los colaboradores más destacados de 'La Codorniz'

Peridis
El humorista Julio Cebrián, en 1989.
El humorista Julio Cebrián, en 1989.EFE (EL PAÍS)

El 5 de diciembre de 1965, el número 1.255 de La Codorniz sorprendió a sus lectores con una portada, firmada por el humorista Julio Cebrián, en la que se representaba a don Manuel Fraga Iribarne, ministro de Información y Turismo del Gobierno franquista de entonces, transportando en sus brazos un delicado vestido de mujer con cabeza de pergamino enrollado y bajos con fruncido de peplo de vestal griega en el que se podía leer LEY de PRENSA. En la misma revista, pocos años más tarde, publicó Julio otra portada muy cinematográfica, en la que representaba a un Consejo de Ministros con Carrero Blanco y Oriol situados a la derecha y Fraga y Silva Muñoz esperando que llegara a presidirlos un generalísimo Franco que por razones obvias no podía aparecer en el dibujo. Aquello que dibujó Julio tenía evidentes riesgos y mucho mérito, porque con la Ley Fraga los límites a la libertad de expresión eran difusos como la niebla.

Julio Cebrián —fallecido el pasado 3 de noviembre, a punto de cumplir 87 años— nació en A Rúa-Petín (Ourense) y estudió Derecho en Madrid. Comenzó su actividad gráfica haciendo filmets en Estudios Moro. Después fue, junto Abelenda, Puig Rosado y Ballesta, uno de los principales dibujantes de la revista Don José que fundara Mingote. Al cerrar esta publicación pasó a La Codorniz de Álvaro de Laiglesia, donde además de ocuparse de las tareas de redacción y la confección de la revista hacía chistes de actualidad, escribía una columna de crítica de arte titulada Plásticos y plastas con el seudónimo Villagómez y, en una sección muy personal, con el encabezamiento Retrato chapuza, hacía caricaturas alegóricas de personajes famosos con un grafismo de garabatos enrevesados que Máximo calificaba de “desgarrado iberismo” e Iván Tubau definió como “nerviosos e intrincados trazos a bolígrafo, de un feísmo deliberado y desafiante, a pesar de que era capaz de realizar otros dibujos con una limpia y desnuda línea de asombrosa belleza”.

Julio Cebrián afirmaba bromeando que si fuera millonario se dedicaría a la pintura, porque el chiste gráfico, que procuraba dibujar lo mejor que podía cuando tenía tiempo, era solo una habilidad para ganarse el cocido.

Él era un perpetuo buscador de novedades estéticas, tanto del barroquismo surrealista de Goñi como en la rabiosa expresividad goyesca y solanesca, que le proporcionaba por su cercanía la inagotable imaginería del gran Herreros, que fue el artista que mejor definió la estética de La Codorniz. Pero los avatares de La Codorniz y el cierre de las publicaciones en que trabajó, como La Actualidad Española, El Alcázar, Crítica, Pueblo o Nuevo Diario, Por Favor, Muchas Gracias, Madriz o Diario 16 le impidieron demostrar su maestría de forma continuada. En el tramo final de su carrera, su presencia en Interviú o en El Mundo nos permitió saborear los destellos de su genio como dibujante y como artista plástico.

Los que disfrutamos de su irónico talento y de su sabiduría y afán pedagógico siempre echaremos en falta sus sorprendentes dibujos, sus jugosas conversaciones y su impagable amistad. Con él se va uno de los más inteligentes y agudos dibujantes de aquella talentosa e irrepetible generación de humoristas que durante más de tres décadas nos alegraron con su ingenio la grisura cotidiana de los años oscuros del franquismo.

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