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Vida y susurros de un editor y de un hombre de acción

Se cumple un siglo del nacimiento de José Ortega Spottorno, fundador de la editorial Alianza Editorial y de EL PAÍS, y continuador de los ideales de su padre, Ortega y Gasset

Juan Cruz
Desde la izquierda, Julio Caro Baroja, José Ortega Spottorno y Pedro Laín Entralgo, en un homenaje a Ortega Spottorno en 1988.
Desde la izquierda, Julio Caro Baroja, José Ortega Spottorno y Pedro Laín Entralgo, en un homenaje a Ortega Spottorno en 1988.uly martin
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Es imposible no recordar su modo de ser, y de estar, cuando se recuerda a José Ortega Spottorno, fundador de Alianza Editorial, fundador de EL PAÍS, y fundador, además, de una manera de interpretar una herencia difícil, la de José Ortega y Gasset, el filósofo, su padre.

Un 13 de noviembre, hace cien años, nació en Madrid; fue heredero y víctima de la historia de este país, vivió el exilio parisino con su familia, sus padres, sus hermanos, y regresó a España para evitar quedarse para siempre fuera, poner en orden su cabeza, su origen y sus ambiciones, que tuvieron que ver, también, con lo que su padre, el filósofo más importante de este país, quería para España: discusión y diálogo, modernidad.

Los mecanismos que utilizó Ortega Spottorno, un emprendedor de la cultura, para llevar a cabo la ejecución de esa importante herencia, que incluía El Imparcial, el diario de su bisabuelo Eduardo Gasset y Artimy, de su abuelo, José Ortega Munilla, y después El Sol de Nicolás María Urgoiti, han sobrevivido largamente a la existencia de su padre y a la suya propia. Unió la propia editorial Revista de Occidente en el erial de la posguerra civil, y la reanudación del mensual de mismo nombre que creara su padre. Otras, con Alianza Editorial, que fundó con su colección de bolsillo la manera de divulgar la ciencia, las ciencias sociales, la política y la explicación de la literatura mundial, en la España que, en 1966, se resistía aún a su propia contemporaneidad. El otro eslabón de esa ambición suya por prolongar la España que quisieron su padre y sus contemporáneos fue, diez años más tarde, la publicación de EL PAÍS, de cuyo consejo fue presidente y que fundó con el apoyo inmediato de un número importante de accionistas y de manera decisiva, de Jesús Polanco, que fue pronto su consejero delegado, y Juan Luis Cebrián, que fue el director fundador y que ahora es presidente de Prisa.

Homenaje en la Residencia de Estudiantes

José Ortega Spottorno nació en 1916, hizo ayer un siglo, y murió en 2002. Con su esposa, Simone Klein, tuvo tres hijos. Bajo la dirección de la historiadora Mercedes Cabrera, Alianza Editorial, la editorial que fundó, publicará un libro sobre lo que significaron su vida y sus emprendimientos culturales, como editor, puente entre la generación anterior a la Guerra Civil y la que llevó a cabo la Transición a la democracia en España. En él escriben firmas prestigiosas, como Juan Pablo Fusi, José María Guelbenzu, Diego Hidalgo, Santos Juliá, José Bonilla Lasaga, o Javier Zamora Bonilla, además de la propia Cabrera. El 24 de noviembre, una jornada de debates en torno a su figura liberal y laica y sus empresas, honrará su memoria en la Residencia de Estudiantes de Madrid.

EL PAÍS nació como una empresa moderna que enseguida tuvo éxito; desde el principio, y hasta el momento presente, fue un emblema de una España distinta a aquel país casposo que ni en la prensa ni en la cultura se parecía a lo que pasaba en los países con los que la España democrática se quería comparar . Esa ambición cultural del periódico coincidía con el espíritu que alentó Ortega al frente de Alianza, donde encontró la complicidad y el apoyo de un editor, Javier Pradera, que fue también decisivo en esos primeros años del periódico y hasta su muerte en 2011. A Ortega Spottorno lo alentaba, además, un espíritu muy renacentista, y ciertamente aventurero; algunas de esas aventuras se hallaron enfrente con paredes que no pudo superar; pero aun en esos tiempos sombríos contó con la admiración y el apoyo de los que habían sido sus cómplices y sus socios, entre los que no cabe olvidar a Javier Pradera y otros numerosos colaboradores de valía que trajo.

Ninguno de esos avatares, los buenos y los malos, lo desprendió de una sensibilidad literaria que se transparentó en muchos de los artículos que escribió aquí, sobre amigos o conocidos, sobre la vida social española, sobre las ambiciones que vio en otros y sobre las figuras que más entretuvieron su memoria. Además, fue escritor de cuentos (de muy buenos cuentos, como los que hay en Los amores de cinco minutos o en sus Relatos en espiral). Pero donde sobresalió su estilo, que se consolidó en los artículos e incluso en la conversación, fue en su capacidad para hacer memoria y para hacer memorias. Su libro, reeditado ahora por Taurus con un prólogo de su hijo Andrés, Los Ortega, su familia, no es solo un compendio sobre esa saga que él continuó, y que continúa, sino que es el ejemplo de lo que otros, como Julio Caro Baroja, su amigo, por cierto, fueron capaces de hacer para darle categoría de novela a lo que fueron las vidas convulsas de españoles que hubiera querido ser menos visibles para la historia pero que fueron arrollados por la historia. Cómo no, a esa saga él unió la línea materna de su origen, así que La historia probable de los Spottorno está ahí, también, para ayudar a trazar su perfil literario.

Un hombre tímido

Era un emprendedor y, si se permite este sesgo personal de su memoria en quien esto escribe, un hombre tímido, lo que no es precisamente contradictorio, pues grandes tímidos han emprendido muchas aventuras. Como Manuel Vázquez Montalbán o como Eduardo Haro Tecglen, o como su ya nombrado amigo Julio Caro, era de esos seres que no se saben despedir por teléfono; entraba sigiloso, como si no estuviera, en los cuartos de trabajo, para dejar un papel, para dejar un susurro o para pedir consejo. Levemente, como si no estuviera, el hombre hoy centenario tenía los ojos azules, muy claros, y la voz baja, tan leve como sus encargos, que daba (como los daba Jesús de la Serna) como si estuviera cometiendo un pecado. En baja voz y creyendo que eran inconvenientes.

Los dos José Ortega, padre (derecha) e hijo, en Sintra (Portugal) en 1943.
Los dos José Ortega, padre (derecha) e hijo, en Sintra (Portugal) en 1943.

Sus propios textos venían, cuando nos tocaba a nosotros recibirlos, también como si los mandara otro; era un hombre de muchas lecturas, pero nunca pudo decirse, no lo puedo decir yo, que fuera pedante o autoritario; su presencia en la redacción era muy rara, y cuando aparecía por otras zonas de mayor autoridad institucional del periódico, con su carpetita de cuero, su traje grisáceo o más veraniego, parecía como aquellos Laín Entralgo o Antonio Tovar que venían a escuchar a Jesús Aguirre contar aventuras audaces que Javier Pradera, más sensato, y extremadamente irónico, rebajaba a la mitad.

Fue un fundador y un emprendedor; y si hubiera sido sólo el que puso la primera piedra de aventuras como Alianza Editorial y EL PAÍS, que perviven, ya sería suficiente para que apareciera en las primeras páginas de nuestra historia.

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