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OBITUARIO

José Batlló: feo, ateo y sentimental

El poeta tuvo un papel destacado en la literatura en la última etapa del franquismo

José Batlló, en 1997 en Barcelona.
José Batlló, en 1997 en Barcelona.MARCEL.LÍ SÀENZ

Para quienes nos incorporamos a la Universidad en Barcelona a comienzos de los años setenta, en mi caso a la Autónoma, y nos interesaba la poesía, el nombre de José Batlló, quien acaba de fallecer a los 77 años, era un referente indiscutible. Para empezar, se trataba del editor de la revista Camp de l’arpa, que dirigía el veterano Juan Ramón Masoliver, una de las que más nos llamaba la atención por aquel entonces. Pero Batlló, además, había sido en 1964 el fundador de la colección El Bardo, donde leímos obras de Aleixandre y Max Aub, a los poetas catalanes Espriu y Pere Quart, al gallego Celso Emilio Ferreiro, a poetas del mediosiglo, como Valente y Ángel González, a los novísimos Vázquez Montalbán y Pedro Gimferrer (a quien le dedicó el siguiente aforismo: “El sino de los estetas es evitar los espejos. Pere...”), y al gran Antonio Carvajal. De estos dos últimos publicó obras mayores: Arde el mar (1966) y Tigres en el jardín (1968). Ahora puedo confesar que fue el poeta granadino quien en fechas tempranas alimentó mi interés por un personaje que entonces solo conocía de nombre.

Batlló era, además, el Martín Vilumara de la revista Triunfo, otra biblia de la época; el promotor de revistas clandestinas como La trinchera (Frente de poesía libre) (1962 y 1966), cuyo primer número estaba dedicado al entonces proscrito Alberti, y Si la píldora bien supiera... (1967-1969). Y no es todo, pues antes y después se embarcó en otras empresas no menos quijotescas, tales como representar Fin de partida, con Alfonso Guerra en el reparto, llevar a cabo diversas traducciones del catalán al castellano, así como las siguientes recopilaciones: Antología de la nueva poesía española (1969), Narrativa catalana hoy (1970) y Poetas españoles poscontemporáneos (1974).

Si no estoy mal informado, Batlló dejó de publicar poesía en 1971, cuando apareció Canción del solitario, aunque el último libro que le conozco sea El Bardo (1964-1974). Memoria y antología (1995), donde en el prólogo traza unas memorias que saben a poco. Claro que editó después la revista Taifa, en la que dedicó un número monográfico a la literatura del exilio republicano español y, años más tarde, un libro de aforismos, casi desahogos, que aparece sin firma y estrambóticamente titulado Primer centiloquio del heterónomo, donde se autorretrata como en el título de este artículo.

Dos anécdotas

Dejo para el final dos anécdotas que él mismo me contó en una cena que compartimos en 2002, para mí memorable, cerca de Taifa, su librería en la calle Verdi. La sorpresa que se llevó cuando al dejar Sevilla en 1963 e instalarse en Barcelona, había nacido en Caldes de Montbuí, fue a visitar al poeta Gil de Biedma, todavía en la casa familiar, a quien había conocido poco antes en la capital andaluza. Resultó que le abrió la puerta un criado con librea que le anunció que el señorito lo recibiría de inmediato... Y lo agradecido que se sentía con Vázquez Montalbán, quien, con absoluta discreción, Pepe tenía su orgullo, en las épocas en que pasó mayores penurias económicas, le regalaba cantidades ingentes de libros, de los que él solía recibir, para que pudiera venderlos y sobrevivir.

El caso es que José y Pepe, Batlló y Hierro, siempre me parecieron almas gemelas, no solo por su aspecto externo, de temibles guerreros tártaros, sino también porque los ogros que pudieran parecer encubrían a seres entrañables en las distancias cortas, aunque a menudo gruñones. No en vano, a Batlló le gustaba presumir de ser tímido, sufridor, perezoso y poco cordial. Por el contrario, Esther Tusquets, con quien mantuvo algo más que una relación amistosa, como ella misma ha contado, lo describió como “cariñoso y autodestructivo”.

En uno de esos aforismos a los que antes me he referido afirma que “se sobrevive a todo, menos a uno mismo”. Creo que no es demasiado arriesgado apostar que su obra se recordará, pues sin ella resulta imposible entender la historia de la literatura, de la poesía, de las revistas literarias de las últimas décadas del franquismo y las primeras de la democracia.

Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona.

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