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Integral de las sonatas para violonchelo y piano

Beethoven no es apto para vegetarianos

Adolfo Gutiérrez y Christopher Park proponen una versión cruda, trepidante, que rescata al compositor germano de la estilización y el amaneramiento

No termina de explicarse la iniciativa de aportar una nueva versión de las cinco Sonatas para piano y cello de Beethoven. Porque el mercado discográfico está saturado. Porque proliferan las opciones a medida de cualquier sensibilidad. Y porque el compact disc en cuestión agoniza como una expresión fetichista de otro siglo, el siglo XX. No termina de explicarse, pero el chelista Adolfo Gutiérrez y el pianista Christopher  Park han decidido sobreponerse a todos los obstáculos. Partiendo de una ambición: han grabado la cinco sonatas porque tenían cosas que decir. Y porque parecía urgirles rescatar a Beethoven del amaneramiento con que tantas veces se le evoca.

Prevengo de inmediato que este doble compacto que edita  Solé Recordings  -no se me ocurre una expresión más viejuna- está contraindicado a los melómanos vegetarianos. Gutiérrez y Park eluden premeditadamente el camino de la estilización. Y no porque descuiden la estética, sino porque la relacionan con la energía telúrica, magmática, que emana toda la obra Beethoven. Y que enfatiza, estimula sus Sonatas para cello, tanto en sus orígenes al abrigo de Haydn -la Opus 5- como en el desenlace y agonía  (Opus 102). Un Beethoven sordo, doliente y oscuro que todavía se aferra a la confianza en el hombre.

Es la razón por la que Adolfo Gutiérrez y Park nos invitan a subirnos a un viaje. Y el motivo por el que no cabe descender en marcha cuando estamos a bordo. Ocurre igual con la montaña rusa. No puede llamarse al revisor para que detenga la maquinaria. Y es una montaña rusa el disco la integral beethoveniana. Una experiencia trepidante, tensa e intensa cuyos vaivenes obedecen a la propia ciclotimia creativa del compositor.

Park y Gutiérrez, tanto montan, la despojan de cualquier manierismo. Acuden al manantial original, no desde criterios historicistas ni filológicos, sino resaltando la crudeza de la música, su corpulencia, su poderío y su sensibilidad.

De hecho, el criterio de proponernos un Beethoven descarnado, crudo, sin cocina ni especias orientales, tanto concede teatralidad, drama, a los pasajes "violentos" como proporciona un contraste estremecedor con los momentos líricos y contemplativos. El cello de Adolfo Gutiérrez "canta" como un barítono haciendo lied, del mismo modo que el piano de Park recrea como un demiurgo la calma que sucede al temporal.

Es la dialéctica de Beethoven, el requisito de implicarse en su universo creativo. Tiene escrito Furtwängler, sumo sacerdote en la exégesis del maestro, que hay dos clases de música. La épica y la dramática. La épica concierne, por ejemplo, a Bach. Y exige al intérprete hacerse "transparente", lograr que la música le traspase para extrapolarla al espectador desprovista de intoxicaciones y arbitrariedades.

La dramática es la que representa Beethoven. Y requiere un absoluto ejercicio de implicación. Hay que vaciarse, aceptar el desafío, exponerse al abismo del cráter. Son muchos los riesgos de la aventura. Beethoven tiene la capacidad de sepultar al intérprete. Y no valen los atajos, ni tampoco es lícito -aunque habitual- eludirlo con versiones edulcoradas ni políticamente correctas. Se trata de confrontarse.

Adolfo Gutiérrez y Park lo hacen. Y nos arrastran a una ceremonia de iniciación. Desde los primeros compases. Lo prueba el énfasis con que redescubren las disonancias escondidas de la apertura de la Opus 5, alumbrado al mismo tiempo el embrión vanguardista que se hace adulto, apabullante en la Opus 102.

Del principio al fin. Del fin a principio. Un ciclo. Un viaje circular que despeja las dudas retóricas con que empezábamos esta entrega del blog. En un mercado saturado y en un Beethoven hiperinterpretado, Adolfo Gutiérrez y Park nos proporcionan la oportunidad de encontrarnos con el genio de Bonn en la cima de la montaña mágica.

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