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Un arte que traspasa siglos

El flamenco ha crecido sin parar y extendido su influencia y confluencia a otras culturas

El cantaor Camarón de la Isla, en 1992.
El cantaor Camarón de la Isla, en 1992.

Una multitud de hechos y relevantes sucesos pueblan la historia del flamenco de los últimos 25 años. Un pequeño tramo, quizá, en el devenir de un arte que alcanzó el siglo XXI, el tercero que abraza su presencia, con una actividad que revela su más que viva condición. Sin parar de crecer y extendiendo su influencia —y confluencia— a otras artes o culturas, sus tres disciplinas —cante, toque y baile— no han dejado de aportar noticias, aunque no siempre hayan sido buenas.

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No ha sido, así, agradable asistir a la larga relación de despedidas de artistas históricos. Algunos, por ley de vida, y llevándose el testigo, en ocasiones sin reemplazo, de una rica herencia de tradición oral. Artistas que tuvieron el cante como una forma de vida: de Fernanda a Chocolate, pasando por Agujetas, El Torta o Lebrijano. Otras despedidas fueron más prematuras. Justo el próximo año se cumplirán 25 de la desaparición de José Monge Cruz, Camarón de la Isla, y más recientemente, en 2010, nos dejaría Enrique Morente. Precisamente hace ahora 20 años de la publicación de su obra más rompedora e influyente, Omega.

El cante, siempre más remiso a la transformación, espera en el relevo de los nuevos cantaores y cantaoras el acento innovador que marque un tiempo nuevo más allá de la recreación de los clásicos. Una innovación que no ha cesado en este tiempo dentro del terreno de la guitarra flamenca, que alcanzó el cambio de siglo regalándonos una mágica combinación: las obras de madurez de maestros como Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar junto con las entregas de la generación que tomaría el testigo de forma más que brillante: la de los Riqueni, Amigo, Núñez, Cañizares… Ellos fueron la cabecera de la esplendorosa tropa de guitarristas actuales, protagonistas de una imparable evolución.

Similar, salvando las distancias, es la que desempeña el baile flamenco, que despidió a principios de este siglo a maestros como Antonio Gades o Mario Maya, pero que desde el anterior venía ya aportando pujantes figuras. María Pagés, Eva Yerbabuena, Sara Baras, Israel Galván o Rocío Molina son algunos de los nombres que han llenado los últimos decenios con propuestas que, entre el respeto al canon clásico y la búsqueda de nuevas formas expresivas, han contribuido a que la disciplina tenga un reconocimiento nacional e internacional en el mundo de la danza.

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