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“Snowden y Assange son unos traidores”

El escritor Frederick Forsyth habla de su trabajo como periodista y espía del Servicio de Inteligencia Secreto (MI6) en sus memorias 'El intruso'

Berna González Harbour
El escritor y espía retirado Frederick Forsyth.
El escritor y espía retirado Frederick Forsyth.Carmen Valino

Leer la autobiografía de Frederick Forsyth es como colarse en el taller, en la trastienda de un lugar mágico y misterioso. Mágico por su capacidad para producir éxitos editoriales que suman 75 millones de ejemplares vendidos y que además han sintonizado con el sueño y la noción de aventura de la Guerra Fría y de los últimos 50 años de historia. Y misterioso porque en ella revela su vínculo con el MI6, la agencia de espionaje británica, para la que trabajó bajo la fabulosa cobertura de su condición de escritor. De todo ello habla en una habitación de un hotel de Londres cerca de Regent's Park con la carcajada en los labios, risueño en todo momento y optimista por el triunfo del Brexit y la recuperación de la soberanía para su amada Inglaterra. Forsyth (Ashford, Reino Unido,1938) lo ha sido casi todo: periodista, novelista, espía, piloto, padre y esposo. Y El intruso, que llega a España de la mano de Plaza y Janés, es su legado más personal, la novela de una era y de su propia vida.

Porque el protagonista esta vez es Freddy, el chaval solitario que probó su primer chicle de la mano de un soldado americano que había entrado con su tanque prácticamente en su jardín. Eran años de resistencia, de despliegue militar para preparar el contraataque a Hitler y de una soledad de internado que “primero fue circunstancia y luego necesidad”. “Parece que hoy la compañía es obligatoria constantemente en Facebook o Instagram, la gente necesita miles de amigos para estar siempre hablando con alguien, pero son extraños. Yo necesito silencio. Y no necesito compañía”.

Portada de 'El Intruso', la autobiografía del escritor inglés Frederick Forsyth.
Portada de 'El Intruso', la autobiografía del escritor inglés Frederick Forsyth.

La soledad es su única y sorprendente droga, cuenta, y seguramente el antídoto de una vida cargada de viajes, contactos, presiones, guerras, peligros y aventuras. El hijo único que fue soñó pronto con ser piloto, se presentó al servicio militar en la RAF para volar, pasó veranos y temporadas en Francia, Alemania y España y solo porque quería viajar y no podía hacerlo siempre pilotando eligió un trabajo a la medida: periodismo.

Pregunta. Su libro habla de su trabajo como periodista, como novelista y como espía o “activo” del MI6, pero da la impresión de que se divirtió más con el periodismo.

Respuesta. Seguramente sí. Tuve la suerte de hacer periodismo internacional y eso fue más interesante que cubrir por ejemplo una huelga en una fábrica. Hay periodismo industrial, deportivo, financiero, diplomático, se pueden cubrir conferencias, ministerios de Exteriores, etcétera (y comienza a bostezar ostentosamente) ¡Qué aburrimiento! Pero yo quería ir al extranjero y la vía fue el periodismo.

Tras un tiempo en provincias logró entrar en Reuters, que le envió con 23 años a París, el corazón de una de las mayores crisis en ese momento: la amenaza contra Charles de Gaulle por su supuesta traición a una Argelia francesa. “La ultraderecha quería derribarle o matarle. Y eso era una gran historia para un chico de 23 años”. En ese tiempo concluyó que el presidente francés tenía un despliegue de seguridad infranqueable para sus enemigos, la OAS, que estaba muy controlada por los servicios secretos, y que solo un asesino a sueldo podría burlar todos los círculos de protección. Era el germen de Chacal naciendo en su cabeza, pero había otros destinos para él antes de que se dedicara a novelar. “Con 25 años fui destinado a Berlín Este, que podía ser el punto de partida de una tercera guerra mundial. En 1963 Occidente había cortado todas las relaciones con el Este salvo ¡el hombre de Reuters!, el único hombre occidental al este del muro, ¡y ese era yo! ¡Era un gran trabajo!”

P. ¿Pasó más miedo ahí que después en Biafra, por ejemplo?

R. No, no. En Berlín Este lo peor que te podía pasar es que te arrestaran y el Séptimo de Caballería no iba a venir a rescatarte, podías desaparecer. Alemania Oriental era un Estado muy duro y la Stasi era considerada la peor policía secreta del Este de Europa del momento, pero era también fascinante. Había cosas difíciles, como que te escucharan y siguieran siempre en aquellos coches negros, pero se trataba de acostumbrarte. Mi predecesor tuvo una crisis nerviosa y por eso le sacaron de allí y me mandaron a mí. Se consideraba un trabajo para un año, y para un hombre soltero, no casado.

– P. ¿Soltero para conocer a todas esas chicas que cuenta en el libro, incluidas las espías que le seguían?

Forsyth ríe, en el libro cuenta anécdotas como la ocasión en que creyó haber seducido a una chica bellísima en Praga que resultó ser la agente asignada para seguirle. Le puso el trabajo muy fácil. Y cuenta con nostalgia sus escapadas a Berlín Oeste por Checkpoint Charlie, cuando los guardias le paraban para mirar el motor y los bajos del coche y entonces desaparecían las cajas de naranjas que él les dejaba disimuladamente en el portamaletas. “Ellos ya me conocían, no me llamaban Freddy, sino Forsyth, y usábamos esos trucos. Estaba bien. Ellos no podían comprar naranjas”.

P. El libro refleja cómo fue feliz cubriendo el París de De Gaulle y el Berlín de la Guerra Fría, pero también cómo llegó la decepción con el periodismo cuando pasó a la BBC y fue enviado a Nigeria, a la guerra de Biafra.

“Soy antiestablishment desde que mi Gobierno mintió sobre Biafra”

R. No fue decepción con el periodismo, sino con el establishment. Por primera vez me encontré en el lado opuesto al de mi Gobierno, era una situación extraña porque sabía que Londres estaba armando secretamente Nigeria y mintiendo y cuando ves eso tienes un problema, ¿qué haces lo anuncias, lo dices? Yo lo dije y por eso me apartaron de la BBC. Desde entonces seguramente he sido antiestablishment, siempre. No confío en ellos, creo que mienten.

Tomó sus ahorros, voló a Lisboa y de ahí a Biafra, donde estaba empeñado en contar por su cuenta la hambruna que negaba el Gobierno británico y que estaba matando a cientos de miles de niños. Lo hizo como freelance, y lo hizo para el MI6, que quería información de primera mano distinta a la del Foreign Office. “En Europa nunca habíamos visto niños así reducidos a la hambruna, como insectos, sin músculos, sin grasas, con una tripa inflada llena de aire, la cabeza caída por falta de fuerzas”.

P. ¿Es decir que vuelve a Nigeria por una causa y trabaja para el MI6 por una causa?

R. Sí. Se me acercó un hombre y abiertamente se presentó: Soy Ronnie Bloom y trabajo para el MI6 y tenemos un problema, me dijo. El Foreign Office intenta persuadir al primer ministro Harold Wilson de que hay que seguir armando al Gobierno de Nigeria, niega la hambruna que la guerra está provocando, y nosotros sostenemos lo contrario. Wilson debe saber si estas hambrunas son ciertas o inventadas, así que si puedes probar lo que dices... Y así empecé. Me dieron un montón de sobres dirigidos a una falsa tía mía en Londres, con el sello puesto, y todo lo que tenía que hacer desde Biafra era meter mi informe, cerrar el sobre y dárselo a uno de los misioneros que salían. Pero el Gobierno no cambió de opinión, no paró hasta aplastar Biafra.

P. ¿No pensó que el MI6 le dijo lo que quería oír?

R. Siempre. Pero entonces me habrían pedido que demostrara que la hambruna era mentira. En todo caso había miles de niños muertos.

Al volver a Londres no tenía trabajo y por ello, dice, se hizo novelista. Su manuscrito de Chacal, escrito en penosas condiciones en 35 días, se abrió paso y le valió un contrato para las novelas Odessa, sobre la persecución de un criminal nazi, y Los perros de la guerra, que recoge un golpe en un país centroafricano. Ronnie Bloom volvió a contactarle, esta vez para encargarle una misión en Alemania Oriental. “Ya era bastante conocido y esa era una buena cobertura: estoy investigando para mi próximo libro, porque no puedes probar que no vas a escribirlo (ríe). Como investigador siempre tienes un montón de preguntas y es una buena cobertura, así que me pidió ir y recoger un paquete para el MI6.

P. ¿Y qué obtenía a cambio?

R. Nada de dinero.

P. ¿Por qué lo hacía entonces? ¿Por la aventura? ¿Por la experiencia?

R. Por ayudar a mi viejo país.

P. ¿Patriotismo entonces?

R. Yo no mencionaría esa palabra (ríe). Este ha sido un buen país para mí y si tu país te pide que le hagas un favor no vas a decir que no. Hay muchos hombres de negocios o profesores que van a convenciones o lugares difíciles de llegar de otra manera y simplemente se trata de contar a la vuelta lo que has visto. Nada más. A mí me decían: estarás en ese hotel y si te llega un sobre bajo la puerta ¿nos lo traes a casa?

P. Pero a usted además lo enviaban de misión.

“James Bond estaría muerto en 15 minutos”

R. Solo menciono una y he tenido una pequeña desaprobación por ello. En alguna sedes creen que hay que callar hasta la muerte y yo les digo: hay memorias escritas, papeles que ven la luz después de 30 años de secreto. Aquí han pasado 45 años y ya no existe ni la Stasi, ni Alemania Oriental ni la URSS (ríe), esto no es peligroso para nadie, por qué no contarlo. Pero hay puristas que dicen: no, hay que callar hasta la muerte. En todo caso nadie me ha dicho oficialmente “eres un bastardo”.

P. Describe un momento desastroso en un coche de un agente en Hong Kong que nada tiene que ver con el Aston Martin de James Bond.

R. No, no, nada que ver. La esencia del agente es ser secreto. Imaginar que llegas y te dicen “buenas tardes, señor Bond, le estábamos esperando”... ¿eso es un agente secreto? ¡Vamos, estaría muerto! Uno de verdad estaría muerto en 15 minutos. La idea es la invisibilidad, pasar la frontera, hacer el trabajo y volver a pasarla o te pillan.

P. ¿Y cuál es la lección que daría a los periodistas?

R. La que me dieron a mí mis maestros: comprobar, comprobar y solo después escribir. El establishment, los gobiernos intentan esconder detalles, pero nuestro trabajo es contarlos. Y no debemos cruzar la línea. Yo podía haberme unido al establishment, fui invitado a ello, pero me quedé afuera, outside, por opción.

Y ese afuera, outside, es el que da nombre en inglés al libro de su vida, The outsider (El intruso en español) y el que define el lado en el que se quiere situar. Para ello recuerda una cita de Lorca “estoy y estaré siempre con los que tienen hambre”. “Y Lorca no se refería al hambre de comida, sino al hambre de libertad. Yo estoy con Lorca”.

– Su único título universitario es precisamente de Granada.

– ¡El diploma! (Ríe) Vine muy joven a estudiar español y pasé los días sin ir a clase, intentando aprender a torear y cuando el último día estaba tomando un manzanilla y unas gambas una suecas llegaron ¿eres tú el inglés? Mañana es el día del examen. Así que fui, el profesor me preguntó y solté una parrafada en acento andaluz, el jamás había oído a nadie hablar así. Y conseguí mi diploma. Me encantó España. He vuelto muchas veces a Barcelona y a la Costa del Sol, a Puerto Banús. Está bien.

– Sin embargo está a favor del Brexit.

– Sí, pero no desde el referéndum sino desde hace diez años. Para mí no es una cuestión de inmigración, xenofobia, eurofobia ni ningún tipo de fobia, sino de soberanía. Es el derecho de los británicos, y no el permiso, de decidir cómo y por quién quieren ser gobernados. Queremos ser gobernados por la gente que elegimos y por método democrático. La Comisión no es elegida democráticamente y sus maneras son arrogantes, remotas, dictatoriales. Por eso hemos decidido recuperar la soberanía.

– ¿Y es cierto que en realidad no le gusta escribir?

– Es verdad. Algunos escriben por compulsión, otros porque sienten que tienen un mensaje para el resto del mundo, otros por la fama y hay una cuarta razón (y se frota el índice y el pulgar para señalar claramente: el dinero).

– ¿Es un mercenario de la pluma?

– Sí.

– Pero algo le gustará del proceso.

– La investigación. Cuando tengo la idea en la cabeza empiezo a pensar si es posible. Si es imposible que ocurra no puedo escribirlo. Y viajo a casi todos los sitios que describo, desde Ginea Bissau para Cobra a Mogadiscio para La lista. Pero después de Mogadiscio mi mujer me dijo: “tienes 75 años, Dios, es suficiente, no quiero ser una viuda”. Y ya está.

– ¿Tal vez el próximo crimen de estilo Forsyth debería estar en la red, entre hackers?

– Pues sí, pero ya no lo entiendo y por eso no lo hago, porque no lo entiendo. Y hay una generación de jóvenes ahí fuera que pueden tomar el relevo. El 90% del espionaje hoy ya no trata de esconderse tras un árbol en Gorky Park para encontrar un microfilm, no. Se trata de hackear. Y la contrainteligencia consiste hoy en prevenir posibles ataques cibernéticos

 – ¿Y qué opina de la divulgación de documentos que ha hecho Snowden o Wikileaks por ejemplo?

– Snowden y Assange son traidores, porque lo que han hecho ha sido enseñar a los terroristas cómo evitar ser atrapados. Pues muchas gracias. Es como tener un portero que les dice a los ladrones tus códigos para entrar en tu casa. Es una traición, no es una cuestión de derechos civiles.

“Trump es como Musolini, no te gustaría ver esa cara en la mesa para desayunar”

El tiempo se agota pero no se puede terminar una conversación con Forsyth sin preguntar por Donald Trump. Profundamente conservador, admirador de Margaret Thatcher y hoy de Theresa May, el adalid del Brexit ¿estará a favor del republicano?

“Es horrible, es un hombre terrible. Solo verle la cara es como ver a Musolini, no te gustaría ver esa cara al otro lado de la mesa a la hora del desayuno para empezar el día. No es presidencial. El gran misterio es cómo un país tan grande donde debe haber al menos 100.000 personas inteligentes, patrióticas, dignas y serias han elegido a esos dos. Cualquiera que conoce a Hillary Clinton no la soporta y él es un matón. Esperemos que ella gane, pero eso no la hace más simpática. Y su marido es horrible”.

Palabra de Forsyth.

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Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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