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Gianfranco Rosi rueda la muerte que reina en el Mediterráneo

El documental 'Fuocoammare', Oso de Oro en la última Berlinale, ilustra la vida en la isla de Lampedusa, puerto de entrada a Europa de la inmigración

Gregorio Belinchón
El director italiano Gianfranco Rosi.
El director italiano Gianfranco Rosi.KAY NIETFELD (afp)
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Oso de Oro para el documental ‘Fuocoammare’, de Gianfranco Rosi
“No podemos mirar más hacia otro lado”

A Gianfranco Rosi (Asmara, Eritrea, 1964) le gustan los esquemas dibujados. Saca una agenda y un bolígrafo, y acompaña cada respuesta con un boceto lleno de rayas y círculos. Lo usa, por ejemplo, para hablar de cómo construye en el montaje espacios para que el espectador sienta el silencio. O para recordar su primera reunión con su productor, al que también le esbozó una página con el diagrama de cómo sería el documental. "Ya había estado en Lampedusa, tomado notas de lo que ocurría, y en un festival de Cannes nos sentamos, le dibujé durante una hora las interacciones entre los mundos en la isla, y él se llevó la hoja. Cuando estrené, volvió con ella y me dijo: 'No has variado nada'. Porque mi película es la película de la memoria, de mis recuerdos, de lo que se queda grabado de las vivencias. En este caso, Fuocoammare se construyó para llegar hacia la muerte, y cuando filmé esos segundos, empecé a montar. Todavía tenía tiempo reservado para rodar, pero, ¿para qué?".

El día en que recogió el Oso de Oro de la Berlinale, Rosi le dedicó el galardón a su hija adolescente Emma, a la que casi no vio durante el año y medio en que se instaló en la isla de Lampedusa para rodar Fuocoammare (Fuego en el mar), el documental sobre la llegada de refugiados que cruzan el Mediterráneo ante la pasividad vergonzosa de las autoridades europeas y su eco en los habitantes de la ínsula. "La película ha sido un éxito en los institutos italianos, y en el festival de Telluride me junté con chavales en dos sesiones. Nunca lo hago con adultos porque disfruto de su inocencia, de su visión especial". Fuocoammare juega con dos historias en paralelo: la de los inmigrantes y la de los vecinos. "Es una inmersión emotiva en un mundo, el de Samuel, con el que vamos encontrando en el camino numerosas metáforas surgidas por casualidad, porque empecé a rodar sin guion. La realidad y la vida se imponen". Samuele es un niño de 12 años con un ojo vago que lo único que desea es salir de la isla, ese territorio al que otros ansían llegar. "Mi trabajo no cambia las cosas, sino que abre espacio a un grito de ayuda y de conciencia".

Nueve meses más tarde, la situación ha empeorado, el invierno amenaza en convertir el Mare Nostrum en una fosa común con 3.000 cadáveres solo en lo que llevamos de año, y a Rosi le estalla una indignación aún mayor. "En Berlín estaba enfadado de manera educada. Ahora estoy encabronado. En el Parlamento Europeo se proyectó Fuoccoamare, y aunque sé que el cine no cambia el curso de la Historia sí pensaba que podía alterar conciencias. Tras unos días de debates, todo fue en vano. Solo se llegó a un acuerdo entre UE y un dictador, Erdogan". Cierto: si en enero se vivía un desastre humanitario, en octubre ya es complicado calificar la ola de muerte que recorre el Mediterráneo. "Mi documental es el inicio de algo, sobrevuela un mar que servía como frontera y a la vez camino, no quiere narrar la complejidad de lo que está sucediendo sino ahondar en el dolor. Es intolerable que siga muriendo gente. Otra cosa es reflejar el fenómeno de la inmigración, algo demasiado complicado para mostrar en la pantalla".

"Los datos varían cada día, como cineasta no te puedes atar a los acontecimientos históricos, sino a las emociones"

Rosi define su forma de narrar como "muy abierta, con espacios para el espectador", según mostraba su anterior trabajo, Sacro GRA, León de Oro del festival de Venecia. "La diferencia es que en esta ocasión la política entra de forma prepotente en mi historia, es la tercera pata. Y como director, si eres bueno, no solo tienes que mostrar lo que entra en el fotograma, sino lo que está detrás". Además, una cosa es la información y otra, los sentimientos. "Los datos varían cada día, como cineasta no te puedes atar a los acontecimientos históricos, sino a las emociones. Cuando pase el tiempo, mutará la Historia, y en cambio la verdad de Fuocoammare seguirá ahí. Entiéndeme: los muertos de las barcas nunca morirán. Creo que me acerco más a la poesía en mi cine porque busco la construcción de espacios de silencio entre notas".

Durante estos ya dos años largos pasados desde el inicio del proyecto, al cineasta le ha llamado la atención la transformación de los habitantes de Lampedusa. "Cuando llegué, acababan de poner la frontera, y para mí la isla era una kasbah, una ciudad invisible como la de Calvino, donde no había conflictos entre culturas. la gente se rozaba y dialogaba. Acabé entendiendo que eran dos mundos radicalmente separados y que no debía mezclarlos en pantalla. La ética del documental tiene que respetarse... Samuele no se cruza con los inmigrantes, y así debe ocurrir en pantalla". Rosi habla de dignidad, de respetar a los personajes y no traicionarles. "Tenía que encontrar un recorrido emotivo hacia la muerte, y finalmente salir de ahí". ¿Queda hueco para el optimismo? "Sí, gracias a la conciencia del médico, el hombre que solo aparece en tres ocasiones y cimenta todo el metraje, y a la inconsciencia adolescente de Samuele, que atraviesa su propia novela iniciática. En el fondo, da esperanza".

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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