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“Escuchar música ha dejado de ser un momento único”

Black Francis, líder de Pixies, comenta el regreso del grupo al sonido de los noventa en ‘Head carrier’

Los Pixies, con Black Francis el primero a la derecha, en una imagen promocional.
Los Pixies, con Black Francis el primero a la derecha, en una imagen promocional.Travis Shinn

No es tan fiero el león. La leyenda dibuja a un Black Francis de genio impredecible, verbo cortante y paciencia limitada, pero el hombre que se nos repantinga en el sofá de uno de los mejores hoteles de Bilbao, pocas horas antes de su multitudinaria actuación en el pasado BBK Live, parece razonablemente satisfecho de morar dentro de su pellejo. Desde luego, ningún fisonomista podría relacionarle con uno de los rockeros más influyentes de las tres últimas décadas. Francis transita desde hace poco por la quinta década de la vida y acabará contándonos incluso algún detalle sobre sus celebraciones familiares. Pero eso será luego. La conversación la capitaliza de momento Head carrier, el inminente sexto disco de Pixies, segundo desde la prolongadísima travesía del desierto que medió entre Trompe le monde (1991) y Indie Cindy (2014). “Puede que este sea el disco en el que nos hayamos sentido más estables”, resume el fundador, compositor e ideólogo de la banda de Boston.

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Entendámonos. Head carrier no suena como tantos trabajos de viejos rockeros a los que el tiempo ha vuelto dóciles, acomodaticios, maleables. Tiene nervio y ciertas dosis de mala baba. Resuelve sus 12 cortes en poco más de media hora. Y constituye una mejoría evidente, en las primeras escuchas, respecto a su discutible antecesor. “Imagino que la edad nos ha permitido hacer mejor las cosas cuando entramos en un estudio de grabación”, certifica el jefe del cuarteto. “A estas alturas somos más consistentes y satisfactorios con el trabajo. Supongo, en cambio, que el interés de nuestras primeras grabaciones provenía de de nuestra propia inexperiencia. Hay grandes cosas que surgen del caos”.

Para esta ocasión, Francis, Joey Santiago, David Lovering y Paz Lenchantin -la bajista que ha tomado el relevo de Kim Deal- llegaron al estudio con casi todos los deberes hechos. Como buenos chicos. “Teníamos un buen puñado más de canciones, pero Tom Dalgety, nuestro productor [Royal Blood, Siouxsie, The Maccabees, Simple Minds], prefirió recortar. Él es así: muy expeditivo”. ¿No lo son también los Pixies, acaso? “Treinta años después”, reflexiona nuestro personaje, “creo que carecemos de una dirección concreta. El nuestro no es un juego del todo serio; solo tratamos de encontrar algo de verdad en toda esta historia”.

El resultado es un álbum que cualquier oyente podría ubicar, antes de consultar los créditos, a principios de los años noventa. Black Francis (o Charles Michael Kittridge Thompson, lejos de los escenarios) medita unos segundos antes de asentir. “Hay elementos viejos y contemporáneos, pero preferimos sonar atemporales. Mis grabaciones favoritas son las de los años sesenta y podríamos haber probado trucos de producción a la manera de 1966, pero lo deseché. Los Pixies no somos un grupo ultra-ultra moderno, pero evitamos convertirnos en un pastiche de otras músicas. Ese es un equilibrio con el que estamos obsesionados”.

De ese punto intermedio han nacido esta vez la gritona Baal’s back, la sardónica Talent, el grunge actualizado de Oona o la muy contagiosa Classic masher. También la furiosa y distorsionada Um chagga lagga, un primer sencillo que entronca con otra vieja tradición de la banda: las letras crípticas, casi indescifrables. “En los textos a veces privilegio la fonética sobre el significado”, certifica su autor. “Pienso en las canciones de Paolo Conte: no entiendo el italiano, pero solo por cómo suenan las palabras sé que se trata de una buena letra. Y también me ha inspirado en ese sentido Savoy truffle, de los Beatles, porque ahí se nota que George Harrison buscaba sonidos, fonemas. Está bien que después de todo eso le encuentres un sentido a los versos, pero… no es imprescindible”.

Ha llegado el momento de las confesiones. Charles Michael cumplió en abril 51 primaveras y, tanto este año como el anterior, sus hijos le agasajaron con el más secreto de sus placeres: tarta de zanahoria con almendra. “He llegado a ese momento de la vida en que son otros los que deciden, no tú”, reflexiona con más asunción que amargura. ¿No extraña cosas de sus años mozos, cuando grababa álbumes tan seminales como Surfer rosa (1988) o Doolittle (1989)? Francis nos dedica una pausa larguísima, infinita, mientras el hilo musical escupe una versión absurda de Fly me to the moon. “Echo de menos que las canciones fueran tuyas, que estuvieran prisioneras en un disco”, admite, por fin. “El público llegaba a tus conciertos con los elepés en la mano. Los sujetaban como quien dice: ‘Lo tengo, es mío’. Eran como un manifiesto. Ahora te comentan: ‘Escuché en streaming tu última canción anoche, en mi iPhone, mientras limpiaba la habitación’. Escuchar música ha dejado de ser un momento único para convertirse en parte de una multiexperiencia”.

Suena ligeramente amargo, igual que cuando se refiere a la “permanente exposición pública” a la que nos abocan las redes sociales. “Incurrimos en la sobredosis. Aunque yo sea una persona conocida, hay sentimientos que prefiero guardar solo para mí”, resume. Paradojas en la vida de un músico extraordinariamente valorado e influyente -sin él no podríamos explicar a Kurt Cobain-, pero no del todo famoso. ¿El éxito, Charles Michael? Y el rockero de cráneo despejado y gafas de pasta se sonríe: “Tengo trabajo todos los días. Esa es una forma de éxito. Mientras no deba acudir a una oficina para ganarme la vida, me sentiré un hombre muy afortunado”.

Las mariposas de Paz Lenchantin

Head carrier no solo oficializa la segunda vida de Pixies tras la reaparición con Indie Cindy, sino la incorporación de una nueva bajista después de la traumática marcha de Kim Deal, que formaba parte de la alineación titular desde 1985. Tras una breve transición con Kim Shattuck, la estadounidense de origen argentino Paz Lenchantin se ha consolidado finalmente como miembro oficial. Quizá por ello se note más inquieta que su circunspecto jefe ante el alumbramiento de la nueva criatura. "Siento mariposas en el estómago", se sincera, "pero eso no es un problema: ¡adoro las mariposas! Me parecen una buena señal". Lenchantin rubrica y canta una de las piezas más melódicas y sentidas del álbum, All I think about now. "Es una canción de amor y admiración hacia Kim", revela. Y añade, malévola: "Mi exnovio pensó que trataba sobre él, pero… supongo que le pega más You're so vain [Eres tan vanidoso], de Carly Simon…". La voz de Paz puede recordar notablemente a la malograda Kirsty MacColl, apreciación que ella acepta de muy buen grado: "Fue un referente maravilloso".

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