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El París soñado por Robert Doisneau

Una muestra en Madrid de 110 fotografías mezcla imágenes icónicas con series poco conocidas

A poco amante que se sea de la fotografía, hay dos imágenes que todo el mundo guarda en su memoria: el retrato de Picasso con jersey de rayas (Los panecillos de Picasso, 1952), y El beso del hôtel de Ville. Ambas fueron tomadas por Robert Doisneau (Gentilly, 1912-París, 1994) y son algunas de las obras más reproducidas y vendidas de la historia de la fotografía. Ambas obras forman parte de la exposición La belleza de lo cotidiano que hasta el 8 de enero se puede ver en Madrid, en la Fundación Canal, donde las hijas del artista, Annette Doisneau y Francine Deroudille, han seleccionado 110 fotografías de un archivo de más de 450.000. Junto a las imágenes más emblemáticas se exhiben otras poco o nunca vistas por el público, como la serie de Palm Springs realizada en color en los sesenta. El conjunto sirve para retratar a un artista empeñado en mostrar la belleza de la vida a partir de escenas cotidianas en el París de sus sueños, en un decidido pulso contra la dura época que le tocó vivir: la Gran Depresión, las dos guerras mundiales y una vida familiar marcada por la prematura muerte de su madre.

Su hija Annette parece la encarnación de la alegría que quiso retratar su padre. Comisaria junto a su hermana de la exposición, Annette, la mayor, fue asistente del artista durante 16 años, por lo que pocos como ella pueden hablar de la obra del mítico maestro de la fotografía.

En la muestra, una vieja Rolleiflex recuerda los comienzos de Doisneau. “Esta es una de las tres cámaras que conservaba cuando murió”, recuerda su hija. “Las otras eran Leica. Era un hombre tan desprendido que las iba regalando todas. Esta en concreto le gustaba porque le ayudaba a vencer su extrema timidez. Le colgaba sobre el pecho y le hacía inclinarse ante los retratados, en un gesto que hablaba de su humildad”.

'Los panecillos de Picasso' (1952), de Robert Doisneau.
'Los panecillos de Picasso' (1952), de Robert Doisneau.

De esos tiempos en los que le costaba superar la vergüenza, forman parte las series dedicadas a los niños, las tascas, los músicos callejeros, los carboneros. “Muchas son escenas en las que vemos a gente pobre y desgraciada, pero siempre con dignidad, como fue su infancia y primera juventud”, rememora su hija. “No era documentalista, el París que nos muestra es el que él soñaba”.

Doisneau era hijo de un fontanero que enviudó cuando el pequeño Robert contaba siete años. Se volvió a casar y la madrastra le hizo la vida muy desagradable. De muy niño, mientras trabajaba en lo que podía, aprendió por su cuenta a hacer fotos; conseguía las instrucciones de las botellas de líquidos de revelado y de las cajas de película. Cuenta Annette que a su padre le gustaba agazaparse en una esquina hasta que ante sus ojos se formaba la escena perfecta. Normalmente, ya vencida la timidez, pedía permiso a los protagonistas de la imagen para retratarlos. “Él tenía un encanto personal tremendo y una capacidad muy grande para conectar con la gente. Siempre le daban permiso”.

Entre las fotos realizadas en los cincuenta se encuentra la famosísima El beso del hôtel de Ville, el trabajo que más gloria y disgustos le produjo y que su hija confiesa odiar con todas sus fuerzas. La imagen muestra a una joven pareja ante el Ayuntamiento de París. Pertenecía a una serie hecha por encargo de la revista Life para mostrar al mundo cómo, después de la guerra, París volvía a ser la capital del amor. El objetivo se consiguió con creces, hasta considerar que esa imagen pertenece al patrimonio sentimental de la humanidad. El reverso del éxito llegó décadas después, en 1988, cuando una revista francesa volvió a sacar la foto en portada preguntándose qué sería de aquellos jóvenes. Doisneau tenía 76 años y estaba casi retirado. Fueron muchos los que pretendieron pasar por los protagonistas, pero estos eran dos actores que se habían prestado a posar: Françoise Delbart, que tenía 20 años cuando se hizo la foto y Jacques Carteaud, de 23. Ella demandó al fotógrafo en un larguísimo juicio que acabó perdiendo porque su compañero de la fotografía declaró a favor del artista. “A mi padre le costó la vida. Nunca pudo entenderlo. Aunque murió de un problema hepático, en el fondo fue la tristeza lo que acabó con él”, lamenta su hija.

Añade que, bohemio y amigo de artistas, era frecuente que pidiera ayuda a sus amigos actores cuando tenía algún encargo. “En las escenas de personajes en las calles, no había posados. Solo paciencia”, remata.

La parte más desconocida del trabajo de Doisneau, está integrada por una serie de imágenes en color que tomó en Palm Springs, la lujosa ciudad balneario próxima a Los Ángeles, refugio de millonarios jubilados. En esas imágenes se ve a señoras enfundadas en pieles a temperaturas de más de 20 grados, ancianos que arrastran los palos de golf, grupos de mayores que miran cómo se mueven los patos de plástico sobre las aguas de piscinas climatizadas, un lujo que no pueden disfrutar porque la artritis les impide estirar los huesos. “Mi padre nos escribía cartas desde Estados Unidos”, cuenta Annette, “en las que nos describía todo lo que veía con mucho sarcasmo. No entendía ese mundo absurdo y lleno de contradicciones. Lo suyo siempre fue la vida sencilla”.

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