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Bruce Springsteen cuenta la América de mono azul

La historia de Freehold, la ciudad natal del cantante, en Nueva Jersey, aflora en las memorias del cantante. La incertidumbre del obrero estadounidense alimenta a Donald Trump.

Amanda Mars
Bruce Springsteen, retratado en 1970 antes de firmar su primer contrato discográfico.
Bruce Springsteen, retratado en 1970 antes de firmar su primer contrato discográfico.Michael Ochs
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En las canciones de Bruce Springsteen, Nueva Jersey es a menudo un sitio del que huir, el suburbio del imperial Nueva York. Su pueblo, Freehold, un lugar bronco y poético, donde tomar un coche, recoger a la chica y largarse. Pero dice la hermana Pat, jefa de estudios del colegio católico donde estudió, St. Rose de Lima, que por aquella época todos los jóvenes querían marcharse. “Era los 60 y los 70, todos los chicos de entonces decían que querían escapar, fue la época en la que empezaban a producirse grandes cambios en todo el país… Bruce sigue muy ligado a este pueblo, y a Nueva Jersey, al fin y al cabo sigue viviendo en este Estado”, explica la religiosa, sentada un pasillo de la escuela, mientras los chavales salen veloces y desordenados, como si también escapasen. Es la hora del almuerzo.

Tiene razón la hermana Pat en eso del vínculo. Para presentar esta semana su autobiografía, Born to run, Bruce escogió precisamente Freehold, el sitio en el que nació hace 67 años, cuando era un pequeño pueblo de rednecks (cuellos rojos, en español), la expresión que habla de los blancos que trabajan al sol.

Las memorias de Springsteen son las de sus canciones: un rastreo por la América del mono azul, de las familias trabajadoras que a partir de los 60 empezaron a ver desaparecer sus empleos en las fábricas. Son también el relato que ha abonado el trumpismo en el obrero blanco americano (aunque Bruce ha bramado contra Trump).

“Desde que cerró la planta de alfombras Rug Mill aquí cerca, viene menos gente al restaurante, antes, los días laborables, esta calle y este sitio estaban mucho más llenos”, cuenta Lorraine, la camarera del Federici, un restaurante familiar que lleva más de 70 años abierto. El local conserva un aspecto añejo, la carta de cocina italoamericana incluye unos fabulosos bocadillos de albóndigas con tomate y unas fotos en la pared demuestran que el artista sigue almorzando allí cuando pasa por el pueblo.

En sus momentos de máximo esplendor, los años 30, la fábrica de Rug Mill llegó a tener 1.700 trabajadores y era el punto de gravedad de la economía de toda la zona. Springsteen padre trabajó en ella durante un tiempo y el propio Bruce evoca su cierre en My hometown: “Ahora en Main Street hay escaparates blanqueados y tiendas cerradas, parece que ya nadie quiere venir aquí, están cerrando la planta textil al otro lado de las vías de tren. El capataz dice que ‘estos empleos, chicos, se están yendo y no van a volver a vuestra ciudad”.

Tres décadas después, de los cierres de las fábricas, de la fuga de empleo a países de mano de obra barata, se habla mucho en la campaña presidencial. Rug Mill dejó de producir en los 60 y el solar se convirtió en una zona de viviendas. Main Street, es decir, la Calle Mayor, no transmite la desolación de esos versos, pero la ristra de pequeños comercios que la pueblan apenas tienen movimiento el último jueves de septiembre, lluvioso y otoñal.

Allí está, entre otros, el Federici donde trabaja Lorraine, que tiene 50 años y, como buena vecina de Freehold, conoce las canciones que hablan de su pueblo, que hablan de todos ellos. La crisis de la clase media le suena familiar, que el enfado social derive en la ascensión de Donald Trump, no tanto. Al menos, en lo que a ese trozo de Nueva Jersey se refiere: “Mucha gente de aquí no está contenta, mucha, pero no están con Trump, ni con Hillary Clinton, no están con nadie”, dice. En el Estado de Nueva Jersey, las encuestas dan por vencedora a Clinton, pero ambos candidatos están, a nivel nacional, en mínimos de popularidad entre los votantes, un buen síntoma de desafección social.

La fábrica textil de Rug Mill llegó a tener 1.700 trabajadores y el cierre aún pesa en el pueblo natal de Bruce

Pero el ambiente del Springsteen adolescente no era menos bronco. Descendiente de italianos e irlandeses, tenía amigos negros, pero raramente entraban en su casa; los adultos blancos y afroamericanos eran cordiales, pero distantes. El racismo en los 50 era algo tan interiorizado que excluir a un chaval negro en un juego no era extraño. En los 60, aquellas tensiones estallaron en disturbios y violencia.

La herida racial de Estados Unidos no se ha cerrado aún, pero Freehold es hoy una ciudad más diversa, con mucha inmigración latinoamericana. La primera parroquia a la que acudía la familia Springsteen, St. Rose de Lima, anuncia que las misas en español son los sábados a las 7 de la tarde y los domingos a las 11 y cuarto.

Al lado, donde se encuentra un amplio aparcamiento, se erigió una vez el primer hogar del cantante, el desaparecido número 87 de la calle Randolph. Es un barrio agradable y tranquilo de Freehold, formado por filas de casas cuidadas, con jardines, porches, mecedoras y lustrosas banderas de barras y estrellas. Allí, dice la canción, Bruce besó y bebió por primera vez. También quisieron patearle el trasero. Un pueblo más Born in the USA.

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Sobre la firma

Amanda Mars
Directora de CincoDías y subdirectora de información económica de El País. Ligada a El País desde 2006, empezó en la delegación de Barcelona y fue redactora y subjefa de la sección de Economía en Madrid, así como corresponsal en Nueva York y Washington (2015-2022). Antes, trabajó en La Gaceta de los Negocios y en la agencia Europa Press

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