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Algo épico

Mapache Records reedita 'Rise Above', la cima creativa de Epic Soundtracks. Se trata de un gran álbum de pop clásico que apenas tuvo impacto en su lanzamiento

Hay muchas formas de fracasar. Una de ellas es la merecida, cuando eres un bluff que entrega una nimiedad copiona, y el público —que no es tonto— se lo pasa por zonas no exploradas de la ingle. Otra forma de fracasar no es tan justa: es cuando eres un genio y entregas una pieza maestra, solo que en mal momento, como la frase demoledora que soltaste cuando pasaba un avión ensordecedor. A Epic Soundtracks (1959-1997) y su igualmente épico álbum Rise Above (1992) les sucedió algo así.

La primera genialidad de Epic fue su nombre. Algunos artistas salen al mercado con nombres pedestres, pero ¿en qué te fijas más: en “una novela de Juan Pérez” o en “una novela de Titus Andrómeda”? Paul Godfrey sabía esto, y también que hacía falta fantasía para escapar de su Croydon natal, así que se rebautizó como Epic Soundtracks. Su hermano pasó a ser Nikki Sudden (el punk tenía los mejores nom de plume, no jodan). Juntos formaron Swell Maps, ya en la segunda hornada punk ­después de 1979 (la más heterogénea y osada); una de esas bandas que vende poco pero influencia a millones. Aquí solo diré que: a) tengo todos sus discos y son uno de los grupos más insólitos de la galaxia y b) Sonic Youth no existirían sin ellos (como siempre han afirmado). Al margen de ­Swell Maps, muchos recuerdan a Epic por haber formado parte de Red Crayola, These Immortal Souls y, sobre todo, los nublados Crime & The City Solution (con Rowland S. Howard), pero en mi opinión la absoluta cima creativa fueron sus discos en solitario. Especialmente Rise Above.

En Rise Above, Epic fue valiente. Se atrevió a cantar (en su single de 1981 había cedido el micro a Robert Wyatt, por puro canguelo), canjeó batería por piano y abrió las ventanas. Que corra el aire. Decidió cobrar deudas, y reclutó a músicos influyentes que habían bebido de él: J. Mascis (de Dinosaur Jr.) a la batería, Rowland S. Howard en guitarras, Lee Ranaldo y Kim Gordon (de Sonic Youth) a guitarra y voces, respectivamente. Y unas cuantas almas gemelas del underground inglés, como gente de Pigbag y Waterboys, al metal. Y una sección de cuerda, porque aún quedaban sillas libres en el estudio.

Rise Above es uno de esos discos eternos; no una memez precaria para llenar huecos de mercado. Recuerda a los elepés ambiciosos y ampulosos (en bueno) de Brian Wilson, cuando aspiraba a lo más alto, pese a la gran posibilidad de trastazo. Recuerda a los álbumes de iluminado-al-piano de Jimmy Webb o Laura Nyro, compositores que querían expandir su campo de batalla sin perder salero pop. Lo cantable. Y recuerda un montón al Pacific Ocean Blue (1977), aquella obra de amor del Beach Boy surfero, Dennis Wilson. El espíritu es el mismo: intimidad meditativa, luz, melancolía adulta, estribillos prudentes (no chillones), piano al timón. Melody Maker lo llamó, con típico tono pedante, un disco de “fragilidad otoñal pensativa”; y así es. Un disco de octubre. Un disco, además, muy pensado y estructurado.

Rise Above tuvo el impacto de un pedo de sardina en mitad del Atlántico. Nadie le hizo ni caso, ni a este ni a los dos siguientes. Era 1992, la gente estaba a otras cosas, y la fragilidad se manifestaba a berridos. Al lado del Nevermind de Nirvana, Rise Above parece obra de un demente susurrando en la celda acolchada. No insinúo que Epic Soundtracks estuviese mal de la azotea, sino que era el sonido erróneo para la época. Lo que no es lo mismo que decir que fuese un fracaso. Como declaró Kevin Rowland de Dexys cuando, en 1984, los críticos defenestraron su Don’t Stand me Down: “¿Fracaso? El disco era un éxito en el instante en que abandonamos el estudio”. Rise Above también fue (y es) un éxito. Aunque nadie aplicara la oreja.  •

Rise Above. Epic Soundtracks. Rough Trade, 1992; Mapache Records, 2015.

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