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Una carta equivocada

The Divine Comedy lanza Foreverland, su primer disco en seis años. La grabación suena a conocida; es una búsqueda desesperada y fallida por vivir de una vieja identidad

Xavi Sancho
Neil Hannon, durante una actuación este septiembre en París.
Neil Hannon, durante una actuación este septiembre en París.David Wolff

Los adalides de la novedad cometen un error bastante común cuando despachan como nostálgica cualquier música que suene a algo ya conocido, a algo amable, a algo cómodo. Muchas veces, lo que se califica como nostálgico es, en realidad, familiar. Familiaridad es volver a ese sitio en el que pasaste tus vacaciones de adolescente, entrar en el Starbucks que han construido en el local en el que te emborrachaste por primera vez y pedir un frappucino light, que el último análisis salió raro de azúcar. Nostalgia es ver que han construido un Starbucks en el lugar en el que debutaste con el tequila y negarte a entrar porque es una vergüenza que el mundo cambie sin tu permiso.

Cuando suenan los primeros acordes de ‘Napoleon Complex’, el tema que abre el primer disco de The Divine Comedy en seis años, quienes vivieron los noventa cerca de la música de Neil Hannon —único humano responsable de este proyecto de pop orquestal que triunfó en los confines del britpop— puede que sientan familiaridad, otra cosa ya es que recuerden esa familia con más o menos cariño.

La gran ventaja de haber habitado esa parte de los noventa construida alrededor de la ironía es poder encontrar simpático que, al llegar al estribillo, esta canción se convierta en el ‘Laughing Gnome’ de David Bowie, un tema de 1967 que incluye un eructo en el primer verso de la segunda estrofa. Haber vivido de joven en aquel lugar permite poder recordar estos datos sin tener que entrar en la Wikipedia, un invento que ha hecho mucho daño a la credibilidad de Neil Hannon, pues su audiencia ya no son jóvenes impresionables sin Internet que esperan descubrir el mundo a través de grandes canciones pop llenas de violines, sino hombres y mujeres que transportan pesados discos de mudanza en mudanza o eternizan trámites de divorcio litigando por la custodia de un libro de P. G. Wodehouse. Por eso ya no parece especialmente listo al hacer bromas sobre Napoleón, la Legión Extranjera o Catalina la Grande.

Todo el álbum parece una búsqueda desesperada por dar con esa parte de su idiosincrasia que aún puede funcionar. Y en esas anda cuando se pega un batacazo monumental con ‘Funny peculiar’, que quiere ser vodevil y no llega a Robbie Williams en ‘Lluvia de estrellas’, o con ‘How Can You Leave Me on my Own’, que se traslada en busca de un estribillo a esa parte de los ochenta en la que todo el mundo era viejo, termina topándose con Robert Palmer y se ponen los dos a hablar de cómo echan de menos que los tomates sepan a tomate. No es un problema escuchar ya trucos conocidos. El problema es que, haciendo esos trucos hoy, a Hannon se le escapa casi cada vez el conejo, la paloma sale coja, se le cae la bolita, saca la carta equivocada o parte por la mitad a la chica. Y tan patoso no es familiar, tan patoso lo que logra es que se sienta nostalgia por la época en que la paloma siempre volaba y sacaba una y otra vez la carta en la que habías pensado.

Foreverland. The Divine Comedy. Pias

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Sobre la firma

Xavi Sancho
Forma parte del equipo de El País Semanal. Antes fue redactor jefe de Icon. Cursó Ciencias de la Información en la Universitat Autónoma de Barcelona.

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