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LIBROS

La creciente geografía del exilio

Las correspondencia entre Max Aub y Vicente Aleixandre y las cartas de Ramón Gaya a sus amigos se suman a los epistolarios que enriquecen la bibliografía sobre el destierro

Jordi Gracia
Ramón Gaya (1910-2005), en su casa en Madrid.
Ramón Gaya (1910-2005), en su casa en Madrid.Ricardo Martín

De la vivencia del exilio nadie sale inmune y sin mácula, pero de la inmersión bibliográfica en su rabia y su fulgor tampoco. Hoy el mapa de tierras es gigantescamente más rico que antes y cada dos por tres llegan nuevas sorpresas, costas mejor perfiladas y recodos imprevistos. Mientras la Universidad de Madrid vive en 1956 el primer acto público de rebelión coordinada contra el franquismo, urdido por los comunistas clandestinos, Ramón Gaya viaja de México a Italia para volverse loco de gusto, de gozo y de pintura, y apenas unos meses después de esa experiencia luminosa, Max Aub y Vicente Aleixandre se escriben, por primera vez tras la guerra, cartas que los descubren desnudos. Al primero, en su ternura efusiva y combativa de escritor incontinente; al segundo, en su teatro íntimo de exaltación entusiasta y un punto pueril, que sin embargo encanta a Max Aub. Durante unos 15 años se escribirán para mandarse libros, intercambiar noticias (sobre Dámaso Alonso, Jorge Guillén, Gerardo Diego) y buenos deseos, además de prometerse un emocionado encuentro personal que llegará en 1969, cuando Max Aub obtiene los permisos rei­teradamente denegados por el franquismo para visitar España, como han hecho ya tantísimos otros exiliados.

Pero la melancolía y el desengaño pueden con él, y el rastro más apretado y furioso de todo está en La gallina ciega, su diario español publicado en 1971, poco antes de morir. Dice Aub en una carta: “El libro no es bueno. Pero no me importa”. Para el lector de hoy no sólo es estupendo, sino que vale como radiografía secreta de la impotencia sin culpa del exilio, mucho más visible gracias a la edición disponible de Manuel Aznar en la editorial Alba, donde los nombres camuflados o callados se restituyen en nota (incluido el de Vicente Aleixandre). Pero lo central está en otro sitio: está en volver demasiado pronto o volver demasiado tarde y en saber que no hay acierto posible tanto si es antes como si es después. Silvia Mistral recordaba en un artículo que Pere Calders confesaba con angustia que había pasado más tiempo de su vida oyendo cosas de México en su exilio que cosas de su Mediterráneo natal, y regresó en 1963 con el ansia literaria de corregir ese desequilibrio: su futuro inquietante entonces acabó siendo brillante como escritor consagrado de la democracia.

Cartas a sus amigos. Ramón Gaya. Edición de Isabel Verdejo y Nigel Dennis y prólogo de Andrés Trapiello. Pre-Textos. Valencia, 2016. 707 páginas. 35 euros

Diario de un retorno a dos voces. Correspondencia entre Cecilia G. de Guitarte y Silvia Mistral. Edición de Mónica Jato Ulises. Renacimiento. Sevilla, 2015. 503 páginas. 25 euros

Epistolario entre Max Aub y Vicente Aleixandre. Edición de Xelo Candel Vila y prólogo de Gabriele Morelli. Renacimiento. Sevilla, 2014. 200 páginas. 16 euros

No le sucedió eso a la interlocutora de Silvia Mistral, Cecilia G. de Guilarte: apenas llegó como una jovencísima escritora al exilio mexicano de 1939 y su regreso a España a principio de los setenta la sumerge en una ruleta rusa de decepciones y desengaños que no impiden la escritura, aunque acaban diluyéndola como escritora. Mónica Jato ha hecho bien en prologar con generosidad y distancia crítica un epistolario que cuenta la vivencia del desembarco en el tardofranquismo de una exiliada escritora, sin demasiado éxito pero alguna proyección cultural, y esa sensación de haber llegado fuera de tiempo, fuera de hora, mal restituida a la realidad de un país que es irreconocible.

Ramón Gaya en cambio se plantó en Madrid y Barcelona en 1960, después de haber descrito el año anterior a un íntimo amigo las razones de su resistencia a volver, “no se debe a motivos o reparos políticos (que no me han importado nunca y hoy me importan menos) sino a desconfianza de tipo… mecánico-papelístico”: es decir, el miedo a no poder salir, a tener problemas por su pasado republicano, a vivir un infierno con el poder franquista. Cuando ya ha regresado y ya ha vuelto a irse, sabe que a la “ríspida España” la “soporto muy mal”, aunque es verdad que ahí podría contar ya “con estudio magnífico gratis, donde vivir y pintar, oír buenos discos, leer buenos libros, con unos pinos que casi entran por las ventanas y… rascarme” (junio de 1965, en carta a Tomás Segovia).

Parece mentira que hable de España, pero habla de España contra México, tras haber vivido larguísimas y pletóricas temporadas en Europa y sobre todo en Italia, Venecia, Roma, Florencia: sus cartas son minuciosas y analíticas meditaciones de pintor, pero muchas veces también se enreda en reblandecidos asuntos privados y quisicosas de poca relevancia. Entre sus 40 y sus 50 años, el epistolario crece en veracidad, contundencia y expresividad, aunque también en caprichos y arbitrariedades sin número que Andrés Trapiello excusa comprensiblemente en un prólogo a la altura de una edición modélica y hasta fastuosa, a cargo de su segunda esposa, Isabel Verdejo, y del hispanista recién desaparecido Nigel Dennis. Asistir a la madurez lenta de Tomás Segovia y las reconvenciones de Gaya a sus precipitaciones y despistes es un lujo real, como lo es convivir con Juan Gil-Albert y las intolerancias de Gaya hacia sus flaquezas. Pero lo mismo vale para las apariciones frecuentes de María (y Araceli) Zambrano o los infinitos comentarios sobre otros, casi siempre con ese desdén del solitario un tanto altivo, contra corriente orgullosamente y siempre un peldaño por encima de otros, demasiados, incluido un Vermeer, que es “excelentísimo orfebre sordomudo con mirada de pintor, eso sí, pero sólo mirada, porque de pintura, ni un centímetro” (que es todo lo contrario que sucede con los casi 250 dibujos de Rembrandt que ha visto en Ámsterdam). El exilio no fue quien le hizo creer eso ni tampoco quien le animó a ver en Albert Camus, y un tanto intempestivamente, “algo chato, de miseria francesa, apañadito, de moralina pobre, incluso trucada (no a la manera grande, gitana, expuesta, sino a la manera disimulada y burguesa)”. La geografía del exilio sigue creciendo.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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