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LIBROS

Dos almas de carne y hueso

La protagonista de la nueva novela de Rosa Montero, que conjuga suspense y reflexión, contrata a un gigoló para dar celos a un examante. Pero todo se tuerce

J. Ernesto Ayala-Dip
Rosa Montero vista por Sciammarella.
Rosa Montero vista por Sciammarella.

Hay en la nueva novela de Rosa Montero, La carne, un elemento sobre el que se sostiene todo el relato. Me refiero al suspense. Es el único dispositivo ligero de la novela, entendiendo el concepto de ligereza que emplea la escritora madrileña como un ardid para conducir al lector hacia donde ella quiere. Evidentemente el suspense al que hacemos referencia, en una novela que no es de suspense en el sentido estricto del término, está implícito en el carácter de sus personajes, en las historias dentro de la historia que leemos, en la misma naturaleza de lo que se nos cuenta y en el perfil esquivo y contradictorio de sus protagonistas.

Dice el Diccionario de la Real Academia Española que suspense hace referencia a la “expectación impaciente o ansiosa por el desarrollo de una acción o suceso en un relato”. Pues esto es esencialmente lo que hallamos en La carne. La expectación ansiosa por saber dónde y cómo acabará la historia que Soledad, su protagonista, vive en carne propia y en la carne de un amante inesperado. Si comienzo mi reseña de esta novela haciendo hincapié en su costado más material, físico, para decirlo de alguna manera, es porque sé que Rosa Montero, que es una magnífica novelista, no la descuidó.

Soledad tiene 60 años y un miedo exacerbado a la vejez. Tal vez a ello se deban los cuadros de hipocondría que sufre. Es licenciada en Historia del Arte y comisaria de exposiciones. En el presente de la novela que leemos, está preparando una exposición que se titulará Arte y locura. Acaba de salir de una relación clandestina con un amante que la relega definitivamente por su joven mujer. Ansiosa de venganza, contrata a un gigoló para que dicho amante la vea en un acto público con un supuesto novio. Pero las cosas se tuercen. O tal vez no. Tal vez todo comience para Soledad a enderezarse. Si eso ocurriera, no será sin dolor, sin pena. Y sobre todo, sin mucho miedo a perder lo que todavía no está segura de haber conseguido.

El gigoló tiene 32 años y es ruso. Su vida no ha sido fácil. Como tampoco lo fue la de Soledad. Todo lo que va ocurriendo en la novela alrededor de estos dos personajes conduce a un interrogante. El que se abre ante Soledad respecto al ruso y viceversa. Estamos sin lugar a dudas ante dos almas gemelas. Dos seres heridos en busca de su salvación. Dos almas bondadosas en busca de su lugar al sol.

La carne es una novela sobre el amor. Sobre el amor que se da y que se necesita recibir. Rosa Montero ha escrito una novela sobre gente herida por el pánico a la soledad y a no ser nunca amada. Pero nunca pensada desde el dramatismo innecesario y el apasionamiento pueril. En cierta manera, esta obra me recuerda a La loca de la casa, aunque la supera en entidad literaria. Y en perfección novelística. En ambas hay, no obstante, una parecida búsqueda por aunar literatura y vida, imaginación y temblor.

La carne. Rosa Montero. Alfaguara. Madrid, 2016. 240 páginas. 18,90 euros

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