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El Juli triunfa en Logroño ante una descastada corrida de Vellosino

Morante de la Puebla fue despedido entre almohadillas tras una actuación poco lucida

El diestro Julián López El Juli cortó las dos orejas del toro menos malo de un descastado envío de Vellosino, y salió a hombros en la segunda de la feria de San Mateo de Logroño.

Con casi tres cuartos de entrada, se lidiaron seis toros de Vellosino, justos de presentación y de juego desigual, aunque los seis con un evidente fondo de mansedumbre.

José Antonio Morante de la Puebla: media estocada (silencio); casi entera (bronca).

Julián López El Juli: pinchazo y estocada tendida y caída (silencio); estocada baja (dos orejas).

Diego Urdiales: estocada delantera y descabello (oreja tras aviso); cuatro pinchazos y estocada (ovación).

El Juli sorteó en primer lugar un toro al que ya de salida le costaba un mundo desplazarse, muy manso y huidizo. El madrileño trató de sujetarlo por el izquierdo, mas fue imposible sacar nada lucido de tan remiso antagonista.

El quinto fue el menos malo del envío, que, al menos, le permitió enseñar todas sus credenciales. Brilló el torero con el percal, tanto en las verónicas de recibo como en un posterior quite por chicuelinas, aunque lo mejor llegaría en el último tercio, con mucha suavidad y oficio, sin obligarle nunca y dando tiempos y respiros entre tandas.

Así surgieron muletazos de mucho temple y mano baja, muy seguro El Juli en todo momento, que cerró faena con adornos y circulares invertidos antes de agarrar una estocada baja, que le puso en sus manos las dos orejas.

Urdiales arrancó una oreja de su descastado e insulso primero, toro que nunca se entregó, y con el que el riojano, a base de gusto y, sobre todo, gracias a tres molinetes finales logró convencer al público, y de ahí el trofeo que paseó.

El sexto fue otro marrajo con el que el riojano, muy tesonero, logró, al menos, justificarse ante semejante manso. Al final lo echó todo a perder por culpa de la espada.

Lo de Morante fue caso aparte. Se inhibió por completo tanto con su primero, al que apenas dejó cuatro pases decentes por el derecho, como con el cuarto, con el que ni siquiera lo intentó. Es verdad que ni uno ni otro se prestaron mínimamente al lucimiento, pero se echó en falta otra actitud, otro ánimo por parte del sevillano, que fue despedido de la plaza entre almohadillas.

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