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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Vivanco resucita en Cambridge

La capilla del Jesus College honra la figura del maestro español de la polifonía religiosa

Luis Gago
Bruno Turner y De Profundis en la capilla del Jesus College de Cambridge.
Bruno Turner y De Profundis en la capilla del Jesus College de Cambridge.

Érase una vez un país en el que la música, entre el último tercio del siglo XV y el primero del XVII, floreció de un modo insólito en su historia, hasta el punto de ver cómo nacían no menos de tres generaciones sucesivas de extraordinarios compositores. La lista podría arrancar con Francisco de Peñalosa y cerrarse, igual de arbitrariamente, con Sebastián de Vivanco. Todos ellos concentraron su estro en la polifonía religiosa: misas, motetes, Magnificats, Pasiones, Lamentaciones. Ese país, que es el nuestro, ignora sistemáticamente estos tesoros inagotables en cantidad y en calidad, en iglesias y en salas de conciertos por igual. En cualquier otro se oirían, en cambio, con asiduidad, y nombres como los de Cristóbal de Morales, Francisco Guerrero, Rodrigo de Ceballos, Tomás Luis de Victoria, Juan Esquivel o Alonso Lobo, además de los dos citados y de muchos otros, serían familiares por haberse incardinado desde siempre en la cultura cotidiana. Como Cervantes o Velázquez.

Inglaterra, en cambio, honra a sus músicos, de Taverner a Purcell, de Sheppard a Handel (a quien han prohijado como suyo), de Tallis a Byrd. Y cantar, como actuar, forma parte del genoma nacional. Cualquier fin de semana, e incluso cualquier día en los servicios vespertinos, en casi cualquier iglesia, es posible escuchar música de estos y otros compositores cantada con admirable profesionalidad por los centenares de coros aficionados (muchos de ellos universitarios) que pueblan el país. Y hasta Cambridge ha habido que peregrinar para oír no ya un par de obras de Sebastián de Vivanco, sino todo un concierto monográfico de dos horas dedicado a su figura. Lo jamás visto ni oído en España.

Nacido en Ávila y formado con Bernardino de Ribera, al igual que su coetáneo y paisano Victoria, Vivanco fue maestro de capilla en Lérida, Ávila y Sevilla antes de ocupar idéntico puesto en la catedral de Salamanca, donde fue también catedrático en su universidad. Entre 1607 y 1610, el impresor flamenco Artus Taberniel publicó allí tres colecciones de piezas que bastan para auparlo a la condición de una de las luminarias musicales de su tiempo, aunque las obras que han sonado en Cambridge proceden en su mayoría de un manuscrito conservado en el Monasterio de Guadalupe y que han sido transcritas y editadas por Bruno Turner, director a su vez del concierto.

En 1977, el británico cambió para siempre la suerte de la polifonía española al fundar la editorial Mapa Mundi, cuyas partituras –fiables, prácticas y asequibles, al contrario que las muchas veces inmanejables y onerosas ediciones académicas– han ayudado a difundir nuestra música “por el mundo y el sistema solar”, como reza siempre su copyright. Un año después grabó con el grupo Pro Cantione Antiqua tres discos que, publicados con el título El siglo de oro, despertaron vocaciones entusiastas entre musicólogos y cantantes de los cinco continentes que han perpetuado hasta hoy el interés por nuestra polifonía renacentista.

La capilla del Jesus College, sin una silla libre, ha sido el escenario de esta cuasiapología de Vivanco, con piezas litúrgicas para Semana Santa en la primera parte y una misa de difuntos en la segunda. El grupo De Profundis, haciendo honor a su nombre (tomado del íncipit del Salmo 130), canta en las tesituras originales, sin transportes ascendentes, con un coro enteramente masculino en el que las voces graves tienen un peso sustancial, reforzado en ocasiones por el uso de un bajón. Todos estaban pendientes de Turner, quien, a sus 85 años, dirige con el entusiasmo de antaño pero, si cabe, con más sabiduría e implicación emocional. Perteneciente a la gloriosa generación de pioneros de la que también formaron parte Harnoncourt o Leonhardt, logró que la polifonía saliera de las voces de sus cantantes con una fluidez excepcional: remansándose, agitándose, dilatándose, menguando. La soberbia lección de Maitines Parce mihi, Domine se extinguió con un susurro, con la misma suavidad del final de las Lamentaciones para el Sábado Santo o los Aleluyas casi contristados de Crux fidelis. El contrapuntista genial que fue Vivanco asomó sobre todo en Domine secundum actum meum, el motete a doble coro que cerró el concierto, porque antes primó el carácter sobrio y contenido de músicas fúnebres y dolientes, a veces homofónicas y enemigas de cualquier exceso.

Cuando los Reyes entregaron a Bruno Turner la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en Sevilla el pasado mes de diciembre, Felipe VI afirmó en su discurso que “España tiene contraída una gran deuda de gratitud” con este musicólogo entre los intérpretes e intérprete entre los musicólogos, por más que él se tenga por un simple aficionado. La deuda sigue creciendo. En tierra extraña.

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Sobre la firma

Luis Gago
Luis Gago (Madrid, 1961) es crítico de música clásica de EL PAÍS. Con formación jurídica y musical, se decantó profesionalmente por la segunda. Además de tocarla, escribe, traduce y habla sobre música, intentando entenderla y ayudar a entenderla. Sus cuatro bes son Bach, Beethoven, Brahms y Britten, pero le gusta recorrer y agotar todo el alfabeto.

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