_
_
_
_
_

“Hoy sin duda hay literatura buena, pero muy poca realmente grande”

Roberto Calasso reclama mayor ambición en la escritura al recoger el Premio Formentor de las Letras 2016

El escritor Roberto Calasso posa para la foto en Pollença, Mallorca, donde recibirá el Premio Formentor de las Letras 2016.
El escritor Roberto Calasso posa para la foto en Pollença, Mallorca, donde recibirá el Premio Formentor de las Letras 2016.Cati Cladera (EFE)
Más información
El escritor italiano Roberto Calasso gana el Premio Formentor 2016
Roberto Calasso: “La ideología de Amazon es una trampa funesta”

El escritor y editor Roberto Calasso (Florencia, 1941), uno de los grandes nombres de la cultura europea, el alma de Adelphi, observa el panorama literario actual con la mirada del halcón que este mediodía se cernía sobre la bahía de azogue de Formentor, entre la gracia del cielo, escudriñando el paisaje con ojo certero. “Se diría que la literatura ha entrado en una fase de latencia, en los últimos cincuenta años se ha estrechado”, juzga. “Es difícil encontrar sorpresas. Sin duda hay cosas buenas, pero pocas son realmente grandes”. ¿Falta ambición? “Sí, cuando miro la literatura hasta los años setenta veo que era algo ligado a una ambición enorme, ahora eso no es ya lo usual, evidentemente”.

Calasso, que propone “como única estrella polar” para valorar la excelencia “el shock que se siente cuando la percepción de una obra de arte se vuelve una experiencia esencial”, ha recogido esta tarde el prestigioso Premio Formentor de las Letras, que han ganado antes que él Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Javier Marías, Enrique Vila Matas y Ricardo Piglia, y que continúa en el mismo bendecido lugar la tradición del Prix Internacional des éditeurs y el Prix Formenteor, desde 1961. Lo ha recogido de manos de un jurado formado por Basilio Baltasar, Victoria Cirlot, Francisco Ferrer Lerín, Ramón Andrés y Vicente Verdú, que ha destacado “la belleza literaria, el rigor conceptual y la intuición poética” de su obra, con un discurso en el que no ha dejado de lamentar que “los objetivos desmesurados que eran tan comunes a escritores tan opuestos como Musil y Joyce no parecen estar hoy de actualidad”, e incluso “se han desvanecido”.

Ninguno de sus lectores, lectores de La ruina de Kasch, de Las bodas de Cadmo y Harmonia, de Ka, de K., de El rosa Tiepolo, de La folie Baudelaire, dudará de que el propio Calasso es autor de objetivos desmesurados y, sí, de grandeza. Hombre capaz de mostrar la relación especular entre la India védica y la Grecia arcaica -con sus historias de coitos múltiples y metamorfosis-, de señalar los parecidos entre Helena de Troya y la Tara de los Veda (“Terrible resulta la mujer del brahmán si es raptada”), de apuntar sin que le tiemble el pulso que los terroristas islámicos ejercen la devotio romana, de trazar la relación entre la carroña de Baudelaire y el cuarto kanda del Satapatha Brahmana, de decir tantas y tan bellas cosas sobre las indelebles raíces de nuestra cultura, Calasso transita senderos por los que uno solo se encuentra a gente como Dumézil, Mauss, Robert Graves, Borges o el viejo Frazer. Su obra, inclasificable –alguien ha dicho que habría que crear un género solo para él-, enciclopédica, de una vastedad y profundidad asombrosa, con un conocimiento de la literatura y las mitografías que rozan lo sobrehumano –aprendió sánscrito por sí mismo para profundizar en el pensamiento de los grandes textos sagrados acuñados en la India, del Rigveda al Mahabharata-, y a la vez dotada de rara altura poética, se expresa especialmente en ocho libros que, como los ladrillos del altar de fuego védico sostienen una gloriosa e incandescente ofrenda a la inteligencia.

“Los dioses temen el conocimiento de los hombres”, escribe en su último libro publicado en España (por Anagrama, como los otros), El ardor -una reivindicación apasionada de “la tremenda vivacidad de los textos védicos”- . Sin duda temen el suyo. Calasso, pese a sus tirantes y una mundana pasión por Marlon Brando, intimida. Puede resultar impaciente, evasivo, hermético. Incluso desconcertante. Entrevistarlo es entrar en un jardín lleno de bifurcaciones inesperadas, interconexiones sorprendentes (Frobenius y Talleyrand) y callejones sin salida. Él te dirá, citando los Brahmana que “los dioses, en efecto, aman el secreto y se oponen a todo lo que es evidente”. ¿Neo-gnóstico? “Gnosticismo quiere solo decir que se da privilegio al conocimiento”. Suspira impaciente –y uno se estremece- cuando se le pregunta sobre el sacrificio, al cabo el tema que empapa el medio millar de páginas de El ardor. “No hay nada más difícil de entender que el sacrificio, en el que ofreces y destruyes, y que nos hace enfrentarnos a lo desconocido. No hay teoría que consiga comprender el fenómeno en su totalidad. La sociedad secular lo malinterpreta, lo reduce. Volver a percibirlo en su realidad supondría un cambio radical. Lo esencial es que la sociedad secular solo tiene como referencia a ella misma”.

Al preguntarle sobre la dicotomía ensayo/ narrativa, en el corazón mismo de su obra, se encoge de hombros. “Me es indiferente cómo se me clasifique. Me parece una pérdida de tiempo. Nada excluye lo otro, para mí no existe ese problema, sería absurdo considerar que solo hay una dirección. Yo lo veo como narraciones unidas y pensamientos, formas que atraviesan mundos históricos. La literatura lo comprende todo. Lo importante es la calidad”. Tampoco le parece que haya inconveniente alguno en ejercer dos oficios como son los de autor y editor. Le quita importancia a su maniobra para hurtar la manteca de Adelphi a la voracidad de Berlusconi cuando Mondadori adquirió Rizzoli. Calasso reconoce haber robado solo un libro en su vida, una edición de Las flores del mal que le birló de niño a su abuelo. Lo normal en un chico cuya madre traducía a Píndaro y cuyo padre y abuelo eran profesores universitarios y compulsivos bibliófilos.

El título de El ardor, confiesa, incluye un guiño a su admirado Nabokov, “pero se refiere a esa palabra védica esencial en sánscrito, tapas, el ardor: para saber, en la doctrina védica, es necesario literalmente arder, un fervor feliz que tiene hermosísimas connotaciones poéticas. Calasso se declara preso del “Partenón de palabras” de la civilización védica desde muy joven. “A los 16 o 17 años, sentí que allí, en las Upanisad, en la Bhagvad Gita, había algo que no encontraba en otro sitio”. Con las 14 entradas de “sexo” que recoge el índice de El ardor, se sigue un itinerario especial en el libro. “En realidad no, todo está ligado, incluso el Kamasutra y el tantrismo, hay una conexión continua con el poder generador del sexo. La relación mente-palabra presenta también un componente sexual”. Le señalo el contraste entre la retención seminal del tantrismo y el desparrame védico, pero ya estamos en otra cosa. “El ojo mítico del que hablaba Nietzsche se ha perdido un poco porque ha sido banalizado, hay que ver las historias estroboscópicamente”. Los mitos (y Mallorca) nos llevan a Graves. “Yo publiqué su La diosa blanca y ahora editaré sus famosas memorias de la I Guerra Mundial (Adiós a todo eso). Hace años fui a Deià a ver su tumba. Tenía un sentido de todo de lo que hablamos, conocía las fuentes. Pero en Los mitos griegos, se equivoca”.

La identidad del Soma, central en los ritos, es otro de los misterios que atraviesan el mundo védico. “No sabemos qué era, una bebida intoxicante, seguramente, pero desconocemos cuál”. Se muestra condescendiente con Peter Brook. “entendió tantas cosas en su Mahabharata, da una evidencia física pero en realidad es mucho más complicado. Como se dice en la India, todo lo que hay en el mundo está en el Mahabharata, y si no lo encuentras ahí, no está en ningún sitio”.

El fantasma de Patrick Leigh Fermor

La entrega del premio Formentor a Calasso coincide con los tradicionales encuentros literarios en el hotel del mismo nombre que este año están dedicados a los fantasmas. Esto está lleno de ellos, desde el de Churchill, que en 1935 ocupó la habitación 222 hasta el del mismísimo Franco, que ya es espectro, pasando por los de Chaplin, Grace Kelly o Peter Ustinov, gente toda que se alojó aquí. Ayer Calasso, en la entrevista, conjuró otro inesperado. El héroe de guerra (secuestro a un general alemán en Creta) y escritor Patrick Leigh Fermor , el añorado Paddy, no estuvo nunca en Formentor, que sepamos, pero Calasso lo visitó en su casa en otro lugar maravilloso del Mediterráneo, Kardamili, en Mani, en el Peloponeso. "Lo conocí a través de Bruce Chatwin, he escrito en su casa. Le he publicado El tiempo de los regalos y otras obras". Calasso revela tener también a la espalda una historia de acción y resistencia contra los nazis. Su padre, profesor de historia antifascista, fue detenido en 1944 como rehén tras un atentado de los partisanos en Florencia. Lo iban a fusilar, pero se salvó por chiripa –otro de los rehenes había hecho de guía a Hitler en los Uffizi-, gracias a la intercesión del cónsul alemán Gerhard Wolf. Seguramente Apolo Lycegenes , el Apolo licio vinculado al lobo, velaba por la familia…

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_