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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Mar de plástico’ y sus mundos

En su segunda temporada, la serie sigue apostando por su mayor valor, una identidad visual propia mientras que argumentalmente se vuelve más oscura

Rodolfo Sancho, en 'Mar de plástico'.
Natalia Marcos

Es muy fácil engancharse a un thriller en el que hay un asesinato de por medio. Si se plantea bien la cuestión, se mantendrá el interés de los espectadores por conocer qué ocurrió, quién lo hizo y por qué lo hizo. Es fácil si el asunto se centra en lo que se debe centrar, el caso y los personajes. Si tienes que dar rodeos, ampliar universos y añadir tramas laterales para rellenar tiempo sin posibilidad de profundizar en los personajes, la cosa se complica. Fue uno de los principales problemas de la primera temporada de Mar de plástico. Ese y las diferencias del nivel interpretativo entre unos actores y otros, en unos casos por falta de experiencia y en otros, como el del protagonista, por vaya usted a saber qué motivo. Por suerte, ahí estaban Pedro Casablanc o Patrick Criado para equilibrar la balanza.

La segunda temporada, que Antena 3 estrenó este lunes, soluciona en parte uno de estos problemas con la eliminación de una de las tramas más insulsas y forzadas de la serie, la del amor interracial entre los personaje de Jesús Castro y Yaima Ramos. Rodolfo Sancho vuelve —que para algo es el protagonista— y lo hace más inspirado que en la primera temporada, dando vida ahora a un Héctor hundido emocionalmente.

A lo que no renuncia la serie es a esa red de tramas laterales que desvían la atención. Es normal tener que incluir otras historias para llenar 13 capítulos (ya en la primera temporada parecieron demasiados) de 70 minutos (el viejo problema de la ficción televisiva española). Pero algunas pueden hacer que se pierda de vista el meollo de la cuestión. Mar de plástico no es solo la investigación de un asesinato, sino también una constelación de historias y personajes de diferentes mundos, culturas, razas y nacionalidades que chocan entre ellas y que encuentran en el crimen su lazo común. O eso es lo que nos vende la serie.

A los ya conocidos de la temporada anterior se suma la mafia serbia (con su fiesta de desfase con música folclórica, droga y alcohol incluida) y el mundo carcelario en el que reside ahora el Descuartizador (el asesino de la temporada pasada). Todavía es pronto para saber si esos diferentes universos paralelos funcionarán esta vez mejor que la temporada pasada o si volverán a ser un lastre para la serie.

Lo que sí hace bien es seguir apostando por su mayor valor, una identidad visual propia con una luz casi quemada, muy cálida, que llega a asfixiar y que traslada el ambiente de la Almería de los invernaderos a la pequeña pantalla. Un mundo propio que sigue presente y se amplía con nuevos espacios que dan aire a la serie y dejan respirar al espectador. Argumentalmente, se ha vuelto algo más oscura y sangrienta. Pero no olvida que es una serie para mayorías, no para minorías.

Mar de plástico ha tenido casi un año para aprender de sus errores. Por el arranque de la segunda temporada, parece ir por buen camino. A pesar de volver a caer en ciertos tópicos, también ha plantado la semilla para historias que pueden dar frutos interesantes. Veremos.

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Sobre la firma

Natalia Marcos
Redactora de la sección de Televisión. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS, donde trabajó en Participación y Redes Sociales. Desde su fundación, escribe en el blog de series Quinta Temporada. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y en Filología Hispánica por la UNED.

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