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Un legado espinoso

La casa del reloj, de Álvaro Pombo, es una novela elástica sobre la culpa y el adulterio como acto imperdonable. El protagonista es el heredero y antiguo chófer de un rico hidalgo

Foto: Getty
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Ninguna novela de Álvaro Pombo se somete a una fórmula convenida, por muy meritoria que sea su eficacia. Su bien demostrado talento ha rondado los límites no sólo formales, sino la introspección de personajes de ceñidas extravagancias, asentados en una particular burguesía provinciana, en tanto que modelos morales supuestamente anacrónicos con los que contraponer la actual depreciación de la complejidad. Pues sus historias, aunque parecen suceder en una época ya borrosa, reflejan con no poco enmarañamiento el espíritu de nuestro tiempo. La casa del reloj comienza cuando Juan Caller, que trabajó de chófer y ejerció de confidente de Alfonso, un rico hidalgo, se convierte en su heredero, con la expresa condición de rehabilitar una destartalada casa solariega y vivir allí para siempre. No es una condición pesarosa, ya que “no le quedaban a Caller temas pendientes, ni amores pendientes, ni odios pendientes”. Pero pronto descubrirá que “Alfonso le había legado, más que una heredad, un enredo”. Dicho así, pudiera parecer que se trata de un enredo administrativo, pero lo que hereda Caller es la memoria de Alfonso. ¿Se puede heredar una memoria? Lo cierto es que, desde que Caller se instala en la casa, todo lo que sucede remite a su antiguo dueño. El albañil local y su ayudante, su nieto, nada apremiantes con la rehabilitación, le obligan a inquirir sobre su desidia en el trabajo, y en charlas sucesivas van surgiendo noticias más bien dramáticas sobre Alfonso y Matilde, su esposa, propiciadas por un viejo visitante, algo fantasmal al principio, que resultará ser el hermano “aventurero” de su protector, de carácter opuesto y la causa de que el matrimonio de Alfonso fuera “tan civilizado y dulce como inasible”.

Del cainismo, de la malicia, de la culpa, de la falta de misericordia, y del adulterio como acto imperdonable y excusa para hacer del matrimonio una resignación conventual trata esta novela, sirviéndose de un material que parece surgir a medida que se escribe, y produce en el inverosímil Caller “una sensación de inconsecuencia: como si, a pesar de todo lo que hablaban, siempre acabase todo en un tedioso argumento que no llega a ninguna conclusión”. Pues en La casa del reloj se plantea una trama moral que, a despecho de los factores novelescos que debían guiarla, se rige por la estratificación reflexiva del narrador, que, una vez encauzada la historia, se ramifica en la dirección más provechosa para desmenuzar, o complicar, cualquier comportamiento moral con aspiración de dignidad. Así, se enaltece una opresiva fidelidad conyugal a la vez que se acepta que el cáncer es “lo único bueno que le sucedió a Matilde a una temprana edad”, pues el mal le impide a la mujer recaer en el adulterio. Estas intrincadas revulsiones del apego sentimental son el sustrato de la novela. Y como es habitual en la narrativa de Pombo, se van adaptando a una estructura muy elástica que se beneficia de un azar forzado, como la carta final de Alfonso a Caller, un deus ex machina de excesiva pretensión (“Quise que fueras rico, ya que me sentía incapaz de ayudarte a ser santo”), que no obstante es lo mejor de la novela.

La casa del reloj. Álvaro Pombo. Destino. Barcelona, 2016. 252 páginas. 19 euros

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