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ENTREVISTA | KENNY WERNER

El éxtasis del pianista al borde de la locura

El músico impartió una clase magistral a los alumnos del Curso de Composición de Músicas Contemporáneas de la Escuela Universitaria de Artes y Espectáculos (TAI)

El pianista Kenny Werner, en Madrid.
El pianista Kenny Werner, en Madrid. Santi Burgos
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Durante dos semanas, Kenny Werner estuvo sentado delante de su maestro de piano viéndole repetir una y otra vez el mismo gesto. “Alzaba la mano y la dejaba caer sobre las teclas, volvía a alzarla y volvía a dejarla caer, eso era todo”. Una semana más tarde, el alumno apenas había conseguido recuperarse de las secuelas que le produjo el peculiar método de aprendizaje. “Hasta que, un día, empecé a tocar Autumn leaves y me di cuenta de que mis manos estaban tocando por sí solas. Algo había pasado en mi interior”. Kenny Werner, para Quincy Jones, “lo más parecido al músico perfecto sobre la tierra”, impartió una clase magistral a los alumnos del Curso de Composición de Músicas Contemporáneas de la Escuela Universitaria de Artes y Espectáculos (TAI). “No me considero necesariamente un músico de jazz”, afirma el pianista. “Soy un improvisador y hablo el lenguaje del jazz, pero lo uso para hablar de cualquier cosa, puede ser una pieza de Thelonious Monk o una película de los hermanos Marx”.

Kenny Werner (Brooklyn, 1951) nació a la música en los convulsos años sesenta. “El jazz vivía un momento de un intenso misticismo, la música era filosofía pura,... tú escuchabas a Miles Davis, Wayne Shorter u Ornette Coleman y te estaban hablando de algo que iba más allá de la música misma. Eso fue lo que me atrajo del jazz y no la cultura del jazz propiamente dicha”. Por aquellos años iniciará Werner sus investigaciones en torno al hecho creativo: “me pasaba el día experimentando, leyendo tratados... en un momento, imaginé que era otro el que tocaba el piano por mí. Podría decirse que experimentaba con la experimentación.”

De Boston, donde completaría sus estudios de improvisación, a Rio de Janeiro. Werner lo dejará todo para tocar junto al saxofonista carioca Victor Assis, “un genio en lo suyo”. Allí conocerá a su hermano gemelo, João, pianista de concierto retirado de los escenarios a causa de un trastorno depresivo severo. El método didáctico del susodicho a punto estará de llevarle a la locura. “Después de 15 días con él, ya no pude más y salí corriendo, necesitaba liberarme, respirar aire fresco”. Entonces sucedió: “estaba en una fiesta y de repente mis dedos estaban tocando el piano por sí solos mientras yo me limitaba a mirar. Y lo más sorprendente: mis manos tocaban mucho mejor de lo que yo era capaz”. Las piezas del rompecabezas empezaban a encajar de algún modo. “Sentía brotar a través de mí un torrente misterioso de conocimiento, solo que no podía reconocer el sonido que brotaba del piano. Tardé en darme cuenta de que no era yo el que tocaba, sino Bill Evans”. El caminante había encontrado finalmente su camino. “Empecé a tocar el instrumento sin deseo ni un objetivo. De repente, la gente empezó a invitarme a hablar de mis experiencias en público y, cuando me quise dar cuenta, me había convertido en profesor”.

La faceta docente de Kenny Werner tiene su expresión en Effortless Mastery: Liberating the Master Musician (con edición en e-book en español). “La idea es que todo el mundo tiene derecho a ser creativo sin necesidad de tocar un instrumento. Puedes golpear una mesa con los nudillos y ya eres músico. Pero si quieres tocar I got rhythm como Art Tatum, y gozar de su misma libertad, debes estudiar hasta que seas capaz de entender que no eres tú el que toca la música, sino que es la música la que te toca a ti”. El pianista, entonces, se convierte en un espectador de sí mismo. “Desde el momento en que te sientas delante del el piano, sabes que hay alguien trabajando a través de ti, llámalo Dios o Charlie Parker. Lo único que puedes hacer es dejarte llevar. Es como el soldado que acaba de matar a 200 personas en el fragor de la batalla, “pero si yo sólo soy un dentista de Brooklyn incapaz de matar una mosca…” no sabe cómo ha llegado hasta allí, pero lo ha hecho. El improvisador es lo mismo. No sabe lo que está ocurriendo; su trabajo se limita a aceptar cuánto le sucede. Entonces, cualquiera que sea el sonido que toque, resultará ser el más hermoso que ha escuchado nunca”.

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