Romance del niño perdido
Una obra ambiciosa sobre el acoso escolar y las conductas psicopáticas, en la que las opiniones de autor emergen sin una elaboración dramática convincente
EL PEQUEÑO PONI
Autor: Paco Bezerra. Intérpretes: María Adánez y Roberto Enríquez. Dirección: Luis Luque. Madrid. Teatro Bellas Artes, hasta el 16 de octubre.
Cuatro temas graves aparecen sucesivamente, como capas de cebolla, en El pequeño poni: el acoso escolar; la homosexualidad incipiente, estigmatizada; el rechazo materno y la conducta psicopática colectiva. Paco Bezerra, su autor, crea una intriga en torno a lo que le sucede a un niño, protagonista ausente de escena durante toda la función, del cual sabemos solo a través de lo que sobre él conversan sus padres, interpretados con determinación por Roberto Enríquez y María Adánez.
El interés superlativo que el relato despierta ya de entrada, se va minorando a medida que avanza, siempre en el salón de la casa familiar, a través de dos únicas voces (la del progenitor, esperanzado, y la de la madre, escéptica y presta a dar el brazo de su hijo a torcer) que parecen, a menudo, estar vertiendo frases, opiniones y enunciados de autor: cabales, sí, pero en crudo, sin una elaboración dramática convincente.
Hay un desnivel entre el horror al que se ve sometido el niño y la forma en la que se habla de ello, también desde la puesta en escena, de vocación realista. Los actores hacen un trabajo correcto, más recio y convencido el de Enríquez, pero no entran en un verdadero cara a cara: a la Irene de María Adánez el tacón la iguala con Jaime, pero le quita la toma a tierra que necesita en los momentos en que su enfrentamiento es frontal. La última vuelta de tuerca del texto parece un tanto forzada, y el final, optimista a raíz de un giro repentino en la conducta de uno de los personajes, da a entender que en los problemas sociales, cuyo abordaje debe de ser social siempre, caben soluciones mágicas.