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“Hay que sembrar música incluso donde hay buena tradición”

El director de orquesta es responsable del Festival Internacional de Santander que acaba de concluir su 65º edición

Jesús Ruiz Mantilla
El director de orquesta Jaime Martín, encargado del Festival Internacional de Santander.
El director de orquesta Jaime Martín, encargado del Festival Internacional de Santander.Alexander Lindström

De pequeño, jugaba a organizar festivales de música clásica. ¿Cómo? “Muy fácil”, dice Jaime Martín, “coges una baraja: el as de oros es la Filarmónica de Berlín y los siguientes otras orquestas. El as de bastos, Herbert von Karajan; el dos, Carlos Kleiber y así… Lo mezclas y las combinaciones que salen, dan los conciertos… El repertorio lo imponía yo y con la caja del Scrable montaba una especie de escenario”.

Puede parecer una broma macabra, añade este músico nacido en Santander hace 50 años, pero, como sostienen machaconamente los gurús del horóscopo, hay que guardar cuidado con los sueños porque pueden cumplirse. Hoy, el director de orquesta, es responsable junto a Valentina Granados del Festival Internacional de Santander (FIS), que acaba de concluir su 65º edición.

Forma parte de la generación más global de la música española. Fue cosecha de la naciente Joven Orquesta Nacional de España (JONDE) y pionero en la Europea creada por Claudio Abbado, que este año ha estado a punto de desaparecer si no fuera porque se montó un escándalo que congeló las ya de por sí heladas intenciones de los burócratas que se la quisieron cargar desde Bruselas. “Cuando entré, éramos tres españoles. En el último recuento, somos el país que más músicos aporta, eso da idea de cómo han cambiado las cosas”.

Mucho, desde que el Jaime Martín niño se agolpaba a las puertas de la Plaza Porticada –antigua sede del FIS al aire libre- para ver entrar y salir a esos extraños seres con frac. “Para mí eran héroes, si los conciertos eran baratos, entraba, si salían caros, los escuchaba desde afuera”, asegura. Fue su padre quien le aficionó y le llevó a escuchar una Quinta Sinfonía de Chaikovski que le hizo llorar. “Desde ese momento, supe lo que quería”. Tocar el violín… “Pero no pudo ser, había pocos profesores en la ciudad y lo hacían con clases particulares. Demasiado para una familia con seis hijos, así que me puse a estudiar flauta: salía gratis”.

Con ese instrumento acabó haciendo carrera internacional. Hasta que se pasó a la dirección de orquesta y hoy es uno de los maestros españoles de su generación con carrera consolidada fuera y dentro de España. Vive en Londres, donde su mujer forma parte de la London Symphony. Pero recala constantemente en la ciudad donde nació para hacerse cargo del festival que hace años le convirtió músico.

En los tres años que lleva al frente, ha buscado la confianza y la complicidad del público. “Hay determinados nombres, apuestas, artistas que no han venido nunca y no estás seguro de cómo va a reaccionar la gente. Por ejemplo, John Eliot Gardiner ha recalado aquí con nosotros por segunda vez. El primer año que vino, no llenó, éste, ha arrasado en la inauguración y han volado las entradas. Era complicado introducir ante el gran público algo que no fueran orquestas sinfónicas, ya no. La lección es que necesitamos sembrar incluso donde hay tradición”.

Lleva haciendo eso toda la vida. “Empecé a tocar en grupos que no sonaban como los discos. Así que me fui a estudiar fuera. Empecé en el extranjero con un flauta de la Concertgebouw, en Ámsterdam. Allí me di cuenta de que las orquestas sí sonaban como en mis grabaciones idealizadas”.

Sabe que para mejorar necesitas demostrar ambición. Es lo que hasta este año había tratado de contagiar en la Joven Orquesta de Cantabria (Joscan), formada por estudiantes de varios conservatorios de la región antes de que él se hiciera cargo del festival. “Nada más llegar la invitamos a participar y me ofrecí a dirigirla gratis”. Los tres años que los muchachos tocaron en público aumentaron su nivel a golpe de la Primera Sinfonía de Mahler, la Décima de Shostakovich y La consagración de la primavera, de Stravinski.

“Para avanzar hay que elevar el listón siempre por encima de donde tú mismo crees que debe estar”, asegura Martín. Y lo logró. Lo malo es que sin que nadie le haya dado explicaciones, el proyecto se ha frenado desde los despachos del Gobierno regional. Siguen teniendo las puertas del FIS abiertas, asegura Martín, pero para esta edición no han querido traspasarlas. “Al parecer quieren hacer una restructuración”, explica, aunque lo cierto es que nadie le ha contado nada. “Espero que al año que viene continúe la aventura”.

Algunos profesores criticaron que Martín imponía demasiado nivel. Pero es que los chicos lo daban. “El primer año me tomaron por loco, pero salió. Había que verlos estudiar en medio de los pasillos”. Martín se dejó los oídos, la piel y muchas horas de ensayo en el camino. Un trabajo que encendió entusiasmo y ha acabado por desanimarle por culpa de algunas críticas de argumento mediocre. ¿Tendremos que dar cuenta dentro de poco de otro proyecto musical ilusionante que se queda en el camino? “Espero que no”, afirma.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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