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Si el duende existiera...

Diego Carrasco y Tomasito llevan su guasa genial al festival Flamenco on Fire

Tomasito durante el concierto que ofreció en el festival Flamenco On Fire.
Tomasito durante el concierto que ofreció en el festival Flamenco On Fire. EFE
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El duende no existe, claro. Si acaso, como escribió Luis Rosales en el libro Ese misterio llamado Andalucía, el duende "es el vino". Pero si el duende existiera, al menos uno locuaz y feliz, acompasado y afinado, debe ser algo parecido a lo que vimos la noche del jueves en Pamplona, en el Ciclo Nocturno de la tercera edición del festival Flamenco on Fire, con Diego Carrasco como jefe de ceremonias, más la banda Carrasco family dando caña de la buena y Tomasito (palabras mayores) como artista invitado.

Se pueden imaginar ustedes la locura de un público que abarrotaba el salón del hotel Tres Reyes, sede oficial del certamen y espacio para este ciclo nocturno que se adentra en la madrugada y, a veces, recibe las claras del día cuando artistas y aficionados alargan la fiesta flamenca en hermandad jonda.

Si el duende no aparece en estas circunstancias, es que no existe, desde luego. Pero hace acto de presencia algo más real: la alegría, la celebración de una música que es ya de todas partes. Pamplona es un buen ejemplo de ese cosmopolitismo creciente del flamenco.

Ahorremos o abreviemos los tópicos. Diego Carrasco, natural del barrio de Santiago de Jerez (donde supuestamente se guardan las esencias, el Santo Grial) es el Rey del compás, su gurú y celebrante mayor. Desde luego, respira y vive a compás, ya lo sabemos; no tiene una gran voz de tenor (más bien una ronca que arroja onomatopeyas antes que palabras inteligibles). Bailando no es Farruquito (ni siquiera Tomasito), pero de él también podría decirse: no se lo pierdan, que no será eterno.

Vestido de blanco, con un traje historiado y zapatillas del mismo color, domina la escena como un maestro. Canta, baila, si es necesario toca la guitarra (aunque esta noche no fue el caso pues iba bien pertrechado de cuerdas), compone, inventa... Sus actuaciones son una mezcla adecuada de control de todos los detalles y de improvisación. Habla como un rapero, acompasado, y canta de una manera difícil de clasificar, casi siempre en clave de bulerías. Un genio contemporáneo.

Se dice que Carrasco es ese personaje que cuando decae la fiesta familiar en Jerez, con las letras agotadas, aparece y la alarga unas horas más. Pero, en realidad, domina la algarabía desde el principio hasta el fin, como hizo anoche, dirigiendo y manejando a los buenos músicos de la banda: Curro Carrasco, guitarra; Juan Grande, bajo eléctrico; Ane Carrasco, percusión, y Maloko Soto, voz.

Y el gran Tomasito. Inclasificable, genial. Quienes lo hayan visto actuar ya saben de qué hablamos. Aparece con sus botas imposibles, a lo Gran Gatsby, que para sí las quisiera el mismísimo Vicente Escudero, que seguramente las llamaría cubistas. Pero bailando es Fred Astaire, Michael Jackson, un gitano cabal y lo que le dé la gana. Como cantando. Eso sí, como su padrino está noche, Diego Carrasco, todo hecho con mucha guasa de la buena.

Carrasco es artista de artistas, el tío de todos. En sus actuaciones siempre hay tanto arte en el patio de butacas como en el escenario. Y en Pamplona más, si cabe, pues este festival está concebido así, para que los artistas convivan entre ellos y con los aficionados. Allí estaban Pepe Habichuela y familia, Arcángel, Farruquito, que además están dando talleres. A los dos últimos los subió al escenario y cantaron y bailaron para felicidad del público. A estas horas puede que la fiesta continúe.

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