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CRÍTICA | 'HIBANA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El sensato, el bobo y el provocador

'Hibana' examina el límite entre el conformismo y la ruptura en el arte de la comedia

Hayashi y Namioka en el tráiler (en japonés) de 'Hibana'.
Álvaro P. Ruiz de Elvira

Lo que parece una historia extremadamente local se convierte en una bella crónica universal. Hibana ("chispa" sería la traducción al castellano), la primera serie de Netflix en Japón y que se ha estrenado este verano, cuenta la amarga historia de dos cómicos japoneses a lo largo de una década. La amistad, la soledad, la envidia, la ambición y la distancia entre el conformismo y el riesgo —en este caso en el arte de la comedia— son los temas globales de esta serie de 10  capítulos. El mundo del manzai (tipo de comedia stand up con dos actores, uno es el sensato y otro el bobo) es el aspecto particular y más complicado de valorar fuera de Japón.

En Hibana se sigue la evolución de un cómico que empieza, Tokunaga (Kento Hayashi) y su relación con otro más experimentado, Kamiya (Kazuki Namioka). Cada uno tiene su propia pareja de manzai, pero establecen una relación aprendiz-mentor que a lo largo de una década sufre altos y bajos. Tokunaga es un hombre triste y resignado, que no tiene gracia en la vida real pero que es capaz de escribir números cómicos brillantes. Siempre va corriendo de un lado para otro con su mochila, en la que parece ir acumulando toda su soledad, frustraciones e inseguridades. Kamiya es, en cualquier aspecto de su vida, inquieto, creativo y provocador, y busca continuamente dónde está el límite de la comedia y del cómico, lo que le lleva a no agradar siempre y, por lo tanto, a no triunfar en el complicado mundo televisivo de los cómicos japoneses (tema fundamental de la novela en la que está basada la serie) donde el sueño de muchos es convertirse en una estrella.

Hibana está dirigida por realizadores de cine japoneses (a quien le guste el cine y los ritmos de aquel país le gustará esta serie) y se puede ver como un filme de 10 horas con un capítulo final demoledor. A ojos occidentales, el manzai destaca más por la presencia y la forma que por el contenido, que en ocasiones puede parecer demasiado ingenuo. La parte física es importante también, pero demasiado simple (recuerden que Humor amarillo, sin la genial locución española, no es más que un grupo de personas pegándose tortazos de la forma más absurda). Pero es en las magníficas conversaciones entre los dos protagonistas, casi siempre acompañadas de deliciosos platos de comida, donde se disecciona lo que es profesión y lo que es arte.

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