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GENTE SINGULAR | Clara Lago
Columna
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El hacha que cortó el nudo gordiano

Ha hecho saltar por los aires las costuras políticas del encorsetado conflicto vasco y liberó una risa que parecía prohibida

Manuel Vicent
Jordi Socías

Con su pelo abertzale peinado con hacha puede que en el futuro a Clara Lago se la recuerde como la actriz que liberó una clase de carcajadas hasta ahora prohibidas en nuestro país, las que hicieron saltar finalmente las costuras del encorsetado conflicto vasco cuando lo peor ya había pasado. Por supuesto, hay tragedias que no admiten bromas, ni siquiera son solubles con la más leve ironía. Gran parte del público no le perdonó a Roberto Benigni que realizara La vida es bella en clave de comedia de enredo situada en un campo de exterminio nazi. En cambio la película Ser o no ser, de Lubitsch, fue rodada en 1942, como una farsa sumamente divertida sobre la Gestapo, la visita de Hitler a Varsovia y unos cómicos de la resistencia, que los espectadores celebraron con gran jolgorio mientras los nazis estaban realizando un genocidio en ese país. No hubo necesidad de mostrar torturas ni cámaras de gas. Fue un ejercicio higiénico de la inteligencia frente a la oscura brutalidad del fanatismo. La risa como salvación.

Durante los años de plomo de la violencia etarra, cuando el País Vasco estaba sumido en un bucle de sangre, no solo era frívolo sino muy peligroso gastar alguna gracieta sobre ese asunto. El dolor de las víctimas aun en carne viva hacía impensable un argumento que no fuera un drama o un concienzudo análisis cogido con pinzas. Te decían: déjalo, no toques eso, no te metas, el problema vasco es demasiado serio, te puedes abrasar. Pero unos cómicos pensaron que una cosa es el terrorismo y otra la política, la ideología, el cerrilismo sectario y las ínfulas independentistas que conducen al barranco y un día se liaron la manta en la cabeza y nos hicieron ver que dentro del conflicto vasco había un caudal de risa inagotable si la violencia se sustituía por el humor. La película Ocho apellidos vascos, permitió que Clara Lago expusiera su talento de actriz en un papel, sin duda, memorable.

Era una niña de nueve años cuando tuvo una revelación. A unas niñas de esa edad a veces se les aparece la Virgen en una gruta o subida a un olivo, pero a la vidente Clara Lago se le apareció en forma de Penélope Cruz en el papel de Macarena Granada en La niña de tus ojos, de Fernando Trueba. Como una niña beata que va a la novena, veía la película una y otra vez, repetía sus diálogos e imitaba sus gestos ante el espejo para parecerse a ella. Esa virgen le dio suerte y se hizo el milagro. Al verla tan devota de Santa Penélope alguien del cine habló con sus padres, él diseñador gráfico, ella cuentacuentos, y les convenció de que su niña tenía mucho arte dentro.

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A los diez años, ella misma con morro y desparpajo se presentó por su cuenta a una productora para una prueba de la serie Compañeros de Tele 5. Lo logró. A los 11 años se consagró en su primer papel de protagonista en El viaje de Carol, de Imanol Uribe. Pero todos los neófitos tienen que pasar por una caída para demostrar que pueden levantarse. La niña vidente Clara no pudo superar la prueba para interpretar el papel de hija precisamente de Penélope Cruz en la película Volver de Pedro Almodóvar. Cuando ya estaba a los pies de su Virgen falló y el rebote fue de tal calibre que la lanzó hasta Los Ángeles. Allí además de inglés aprendió a verlas venir. Lista, concienzuda, estudiosa, desde pequeña se había tomado muy en serio este oficio. Volvió de Estados unidos hablando un inglés muy divertido para trabajar con Manolo Gutiérrez Aragón en La vida que te espera, donde se la podía ver con tacones por las trochas de los valles del Pas, rodeada de profesores de idiomas y de asesores de interpretación. Ella misma propuso al director sustituir una música de hip hop por una danza del vientre, que bailó bajo su propia inspiración.

Un día Emilio Martínez-Lázaro juntó a Clara, a Dani Rovira, a Karra Elejalde y a Carmen Machi y les dijo: vamos a probar a pasarnos por el forro toda esa monserga de las patrias, los apellidos, las raíces, las identidades y a reírnos de toda clase de soberanías, a ver que nos sale. Y salió Ocho apellidos vascos, que destapó una risa que parecía desinfectar muchas heridas. Después siguieron sonando las mismas carcajadas de tripa en los cines de toda España cuando estos mismos cómicos, apoyados por María Rosa Sardá, decidieron coger el problema catalán también por el rabo. El hacha que le cortó el flequillo a Clara Lago es la que sirvió también para cortar este par de nudos gordianos con una risa que activa la benéfica circulación de la sangre.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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