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Orquestas
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ímpetu

El director Mark Elder revela su secreto con la Orquesta Hallé de Manchester en el Festival Internacional de Santander

Concierto de Leticia Moreno & Jonathan Gilad en el Festival Internacional de Santander.
Concierto de Leticia Moreno & Jonathan Gilad en el Festival Internacional de Santander.Javier Cotera

El ensayo previo a un concierto de música clásica suele ser un misterio, como el atelier de un artista o la libreta de un escritor. Unas veces parece sinóptico y otras omnímodo. Pero siempre deja la sensación de que todo es posible. Lo mejor y lo peor. Prometía mucho el concierto de Mark Elder (Hexham, Reino Unido, 1947) al frente de la Orquesta Hallé de Manchester en el Festival Internacional de Santander tras la prueba de sonido en la Sala Argenta. El director inglés extremó la dinámica de la cuerda con sordina casi al final del famosísimo Largo de la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Dvorák. Y la árida acústica de la sala cántabra pareció, por un momento, de las mejores del planeta. “Siempre que dirijo ese pasaje de Dvorák recuerdo una venerable enfermera negra acunando a un niño en sus brazos”, reconoció a EL PAÍS en su camerino antes del concierto. Estas poderosas imágenes, como las del poema épico La canción de Hiawatha, de Longfellow, que inspiraron a Dvorák, transforman el sonido de una orquesta: “Háganse amigos de las notas y verán cómo emerge su significado”, suele decir a sus músicos.

El director inglés ha revitalizado la Hallé, una de las dos orquestas más antiguas del Reino Unido, tras asumir su titularidad en 1999. “Empezamos con muchas dificultades y tras una bancarrota, pero hemos trabajado duro”, asegura. Hoy es una de las formaciones más respetadas de Gran Bretaña y dispone de un exitoso sello discográfico propio. El secreto de una buena orquesta reside para Elder en la palabra “ímpetu” que no tiene fácil traducción inglesa: “Los italianos tienen slancio, los franceses élan y los alemanes Schwung, pero en inglés daring resulta insuficiente”, asevera. Motivó a la orquesta hasta subir la dosis de implicación y los habitantes de Manchester descubrieron en la Hallé un corazón que latía orgulloso en el pecho de sus músicos y no en la cabeza o en los dedos. “El público quiere escuchar algo especial y nosotros debemos arriesgarlo todo para hacer la música mejor”, afirma. Elder echa de menos esa misma implicación en la política actual que califica de amateur. “No tenemos líderes. Tan sólo gente ambiciosa, pero no verdaderos estadistas. En mi país el Brexit ha sido un inmenso error y nadie ha pensado en lo que va a pasar ahora”, advierte.

El concierto de Hallé en Santander del pasado miércoles se abrió con un homenaje a Shakespeare en su 400 aniversario: la obertura sobre El rey Lear, de Héctor Berlioz. “Me fascina la huella de Shakespeare en la música del siglo XIX”, reconoce. Su versión fue intensamente dramática, con poderosos retratos musicales de Lear y Cordelia, pero sin descuidar la tensión y la riqueza de planos sonoros que tiene la obra. “La historia de esta composición de Berlioz en 1831 es tremenda, pero recuerdo vivamente mi impresión al visitar en Niza la Torre Bellanda, situada muy cerca del hoy infausto Paseo de los Ingleses, y leer la placa donde se conmemora que allí la escribió”, comenta.

En la segunda parte, la sinfonía de Dvorák fue narrativa y visual. “Estoy íntimamente ligado a su música pues he programado en mayo pasado un Festival Dvorák en Manchester y en febrero dirigiré Rusalka en el Met”, informa. El referido pasaje de la cuerda con sordina del Largo volvió a ser mágico, con esos calderones que son como cortes en la respiración. Hoy se piensa que quizá represente la muerte de Minnehaha, la amada de Hiawatha, pues la música de Dvorák parece alegre incluso cuando es trágica, como reconoció su compatriota Martinu. Esta ambigüedad afecta incluso al título de la obra, pues Nuevo Mundo es también el barrio homónimo de su adorada Praga, que en su época era la salida natural de la ciudad. Al final, el primer contrabajo de la orquesta, el canario Roberto Carrillo García, presentó en perfecto castellano dos propinas inglesas como colofón: la evocadora Salut d’amour de Elgar y la ligera Knightsbridge March de Coates.

Pero hubo más presencia española en la velada santanderina de la Hallé. Al final de la primera parte, la violinista Leticia Moreno (Madrid, 1985) tocó como solista el Concierto para violín en mi menor de Mendelssohn. Fue una brillante versión, llena precisamente de ímpetu y carácter, donde la violinista madrileña exhibió un bello sonido y un exquisito legato, a pesar de algunos desajustes en el frenético movimiento final. Al día siguiente su recital con piano como homenaje al centenario de la muerte de Granados tuvo el contratiempo del cambio de acompañante que se conoció pocos días atrás, el francés Jonathan Gilad en lugar de la letona Lauma Skride. Moreno lució un imponente dominio de la música española de Falla, Turina y Granados, aunque apenas hubo química con el pianista. Quizá la excepción fue la Sonata de Debussy. Fueron dos brillantes músicos, pero separados por mares y desiertos.

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