_
_
_
_
_
REPORTAJE

Todos los actos de Primer Acto

La revista que creó José Monleón, recientemente fallecido, cumplirá en 2017 50 años de vida dedicada al teatro

Juan Cruz
José Monleón (cuarto por la izquierda) con Núria Espert y Lluis Pasqual en el Teatro Odeón de París en 1990.
José Monleón (cuarto por la izquierda) con Núria Espert y Lluis Pasqual en el Teatro Odeón de París en 1990.Archivo familiar de José Monleón

Como el teatro, la revista Primer Acto es invencible y en 2017 cumplirá sesenta años, que ya celebrará sin su creador, un misionero laico del teatro, José Monleón, que murió hace una semana en Madrid a los 88 años.

En el texto que estaba escribiendo Monleón cuando ya su salud no le respondía explicó esa pasión de la que nacieron Primer Acto y la Fundación Internacional del Teatro, que él creó en 1990. Cuando aún era un niño, decía Monleón, descubrió que “el teatro era algo así como nuestra segunda cultura, más honesta que lo que cuentan tantos sinvergüenzas pidiendo perdón”.

Por eso aquel niño, “nacido y crecido en el nombre de las grandes palabras y los grandes crímenes de la Guerra Civil” acabó pensando “que el teatro, hipócrita confeso, ha buscado las verdades del hombre sin los gestos amañados de nuestro gobernantes”.

Desde esa convicción creó Primer Acto, arriesgó su dinero y su porvenir para dedicarlo enteramente a un sueño que, en cierto modo, lo mantuvo siempre como el niño que fue, tan apasionado que ya en esas postrimerías se arriesgó a decir: “El teatro es mi mejor testimonio biográfico”.

La Fundación fue su manera de actuar en la sociedad (en América, en España, en el mundo); América fue un propósito y una ilusión desde que descubrió el festival colombiano de Manizales (en 1967, cuando nació Primer Acto). José Ángel Ezcurra, el director y empresario de Triunfo, valenciano como él, prohijó la aventura, que luego ha resistido, con un intervalo de cierre entre 1975 y 1980, todos los embates de las crisis sucesivas, la última de las cuales recortó hasta la inanición revistas y proyectos culturales.

Primer Acto resiste, y resistirá, decía su hija Ángela Monleón, si prosigue el interés por leer en papel, si los suscriptores siguen apoyando y si se mantiene el interés por el teatro de modo que no disminuyan las ventas. La familia (Oliva Cuesta, su mujer, sus hijas Ángela y Elena) han sido los soportes de esa vocación que, incluso en los momentos de mayor fragilidad de su salud, de sus piernas largas de gigante risueño, nunca conoció desmayo.

José Monleón era teatro, debate, pasión por la palabra en la escena; Primer Acto era una apuesta literaria y también civil. Él creía que en el teatro el hombre podría encontrar la explicación de la vida “antes que en las crónicas históricas de los periódicos y las televisiones”. Desde esa convicción creó la revista, y a su frente estuvo como un transgresor tranquilo, un disociador (como decía su amigo y colega Domingo Pérez Minik) de los debates contemporáneos, que propició, con el teatro como punto de partida, desde que colocó, en el número inaugural, Esperando a Godot de Beckett como un desafío contemporáneo.

"Las generaciones nos asomamos a la revista para saber de qué iba la discusión contemporánea", dice Mario Gas

Acaso el mejor resumen de su aventura está en la nómina de los autores que, desde el primer número, transitaron, con los textos enteros de sus obras, en los números de Primer Acto. Después de Beckett, ahí estuvieron Brecht, Tennessee Williams, Arthur Miller, Dürrenmatt, Peter Weiss, Harold Pinter, Arnold Wesker…; Salvador Espriu, José Bergamín, Alfonso Sastre, Fernando Arrabal, Francisco Nieva, Martínez Mediero, Domingo Miras, Sanchis Sinisterra…; Rodolf Sirera, Alonso de Santos, Angélica Lidell, Juan Mayorga, Juan Margallo, Miguel del Arco…, hasta llegar al número actual, el 350, que incluye textos del argentino (ahora ecuatoriano también) Arístides Vargas, y de los españoles QY Bazo, Juanma Romero y Javier G. Yagüe (que escriben en equipo) y Carmen Losa.

Esa nómina es un resumen somero de una aventura que hizo leer, en América y en España, teatro contemporáneo y clásico, y que ahora prosigue (semestralmente) con la misma ambición divulgadora de textos que, como dice Ángela Monleón, “tratan de ofrecer una mirada distinta sobre lo que sucede en el mundo”.

La mezcla (de autores, de generaciones, de apuestas) ha sido la divisa de Primer Acto; aquel niño que se situaba en la guerra civil para explicar su ansiedad por entender la vida desde aquel drama real siguió buscando “entender el teatro (más allá del oficio) como la llave que abre las puertas de todas las discusiones”, resume su hija Ángela. Eso ahora lo garantiza un comité de dirección en el que coexisten varias generaciones. En el texto que iba escribiendo, y que se leyó esta semana en el Festival de teatro de Sagunto que se le dedicó, Monleón cinceló el compromiso que animó Primer Acto desde su primera aparición: el teatro es “un modelo de ficción” que permite mezclar la máscara con el drama humano, para entender éste mejor que lo que dice el espejo veloz de la realidad.

Mario Gas leyó en la despedida de Monleón, hace una semana en el Tanatorio de La Almudena de Madrid, el poema más famoso de Cavafis, sobre el viaje. En ese viaje que acabó ya, y que prosigue sin embargo Primer Acto, “esa revista”, decía Gas a EL PAÍS, “es uno de los grandes milagros del teatro español, en cuyo bagaje están Núria Espert y Marsillach, Grotowsky y el Living Theatre; era una conexión con el mundo y una cátedra; era una voz cosmopolita y era un debate perpetuo, al que las nuevas generaciones nos asomamos para saber, con asombro, de qué iba la discusión contemporánea. Fue un alimento de cantidad de lectores, de intérpretes y de compañías, que ahí bebían ideas de lo que podrían hacer”.

Fue el Primer Acto de Monleón. Ahora prosigue; ojalá, dice Ángela. El año que viene 60 años resistiendo en los quioscos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_