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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

A la sombra de los hermanos mayores

Un vistazo a los dos últimos títulos de Naughty Dog nos recuerda que lo bueno es enemigo de lo óptimo

Jorge Morla

Ocurre a veces que uno no puede quitarse un sabor de la boca. Por muchas cosas que coma después, un algo persistente sigue dando vueltas. Un picor, un dolor, quizá una herida que no se cierra y ya para siempre dará la lata.

En 2013 la compañía Naughty Dog sacó al mercado un juego llamado The last of us. El artefacto, enclavado dentro de lo que podríamos llamar género apocalíptico, contaba la historia de dos supervivientes a una plaga en un mundo en ruinas. El artefacto, además, contaba con un eje narrativo y un poder emocional incuestionables, que rozaban la trascendencia en unos momentos finales tan inesperados como grandes.

El caso es que el recuerdo de aquel no para de sobrevolar la experiencia jugable del último título de la compañía norteamericana, Uncharted 4: A Thief's End, última aventura de unos personajes con los que llevamos conviviendo desde el primer episodio de la franquicia, Drake's Fortune, de 2007. Casi una década revisitando personajes sólidos y entrañables, disfrutando de una soberbia dirección artística, una jugabilidad quizá demasiado plastilínica pero gozosa, y unas tramas simples pero efectivas y aventureras. Casi nada. Toda una oda a la coherencia disfrutable y un trabajo magnífico, empañado únicamente por el recuerdo de esa otra obra anterior de corte apocalíptico, con la que no solo comparte compañía sino responsables (Bruce Strale y Neil Druckmann).

The last of us. 2013. Acción, Aventura. PS3/Ps4. Naughty Dog. 39,95/ 26,90 euros

Uncharted 4: A Thief's End. 2016. Acción, Aventura. PS4. Naughty Dog. 44,99 euros

Los trabajos anteriores son una pieza fundamental en la crítica cultural. Un libro es lo que es, en gran medida, en base al anterior libro de un autor; una exposición siempre se medirá por el trabajo pasado del artista; una película siempre superará o defraudará las expectativas que su autor genere. Los productos destinados al público viven a la sombra de sus hermanos más viejos, y en base a ese rigor se construyen no ya carreras individuales, sino relatos culturales y artísticos complejos. En base a ese rigor se establecen los cánones que alumbran la creación y que se pasan como antorchas en el tiempo. Si queremos tratar el videojuego como un producto cultural que ha alcanzado la mayoría de edad debemos aplicarle ese rigor, y si el juez es la posteridad hemos de admitir que la última aventura de Drake es un paso atrás para una compañía que había alcanzado un nivel de referencia (y reverencia) inusitado con su anterior título.

Todo esto, claro, no resta un ápice de valor a lo que los de Naughty Dog nos ofrecen, pero añade severidad al juicio que debemos imponer al último Uncharted. Porque la compañía que en The last of us sugería una mal digerida homosexualidad con la sutileza con que podría hacerlo la serie The Wire ahora cae en el cliché de la tensión sexual (aunque en dos personajes inesperados, eso hay que concederlo); la compañía que forjó una relación tan improbable como sublime entre Joel y Ellie ahora es incapaz de escapar del cliché hollywoodiense en el que se desenvuelven Nathan y Sam Drake; la que entonces creó unos personajes redondos ahora los aplana (con Victor Sullivan a la cabeza) hasta dar la impresión de que símplemente pasaban por allí; la que precipitaba un final desgarrador pero coherente con los personajes ahora se apunta al buenismo y nos regala un cierre inofensivo.

Una de las más famosas sentencias de Voltaire dice que lo bueno es siempre enemigo de lo mejor. Naughty Dog nos entrega con Uncharted 4 un espectáculo de primera categoría, espídico, hermoso, salvaje y enormemente disfrutable, nada menos. Y nada más.

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Sobre la firma

Jorge Morla
Jorge Morla es redactor de EL PAÍS. Desde 2014 ha pasado por Babelia, Cierre o Internacional, y colabora en diferentes suplementos. Desde 2016 se ocupa también de la información sobre videojuegos, y ejerce de divulgador cultural en charlas y exposiciones. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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