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Felipe Benítez Reyes rescata al personaje del “pícaro”

La novela ‘El azar y viceversa’ retrata la sociedad española del último medio siglo

Felipe Benítez Reyes, en una imagen de 2007.
Felipe Benítez Reyes, en una imagen de 2007. CARLES RIBAS

“Mi palacio está en el aire / Y no tengo otro camino / Que el que va a ninguna parte”.

Estos versos musicales en la voz de El niño de Elche aparecidos en El azar y viceversa resumen el regreso a la novela española del buscavidas, el pícaro, el marrullero. Se llama Antonio Jesús Escribano Rangel, y lo hace envuelto en un aire melancólico, descolocado de su lugar en el mundo y con la sensación perenne de fraude, de que la familia, la sociedad, el país y la vida lo han engañado.

Confrontación sincera con los lectores

En esa búsqueda continua, la voz de este pícaro del siglo XXI muestra un mercado de espejismos. Un bazar que queda claro desde la primera página de la novela cuando la voz sincera de Antonio Jesús Escribano confronta a los lectores al decir que “todos llevamos una triple vida, sustentada en tres pilares: lo que queremos ser, lo que quisiéramos ser y lo que en verdad somos”. A partir de ahí su vida, la vida de muchos, deambulará por el laberinto del baile de máscaras para poder sobrevivir.

Él mismo cuenta su historia, que abarca desde el franquismo, pasando por la Transición, hasta llegar al presente, en un fluir de episodios que trascienden la anécdota, el humor y la ironía para desenmascarar a la sociedad española por sus mecanismos de hipocresía social, laboral y política. Con ese buscavidas, Felipe Benítez Reyes (Rota, Cádiz, 1960) ha vuelto a la novela después de 10 años. Un retrato de medio siglo que ha titulado El azar y viceversa (Destino) en cuyas páginas están presentes dos temas esenciales, dos búsquedas clave en cualquier individuo y que se complementan: la identidad y sus desfiguraciones y la felicidad y sus laberintos. Las trampas de ambos al servicio de sus amos.

“La vida de cualquiera es más simple de lo que pensamos. La vida es larga, compleja, pero simple. Tendemos a reducir los elementos como mecanismo de supervivencia”, reflexiona Benítez Reyes. Y para escenificarlo de manera superlativa y crítica ha creado “un personaje rémora, alguien cuya vida se desmorona continuamente y debe recomponerse como sea, con realidades o falsedades”.

El azar y viceversa recuerda el juego peligroso a que puede estar sometida la identidad. “Mi personaje renuncia a su personalidad; incluso llega a cambiar de nombre y surge un cinismo menesteroso que en la realidad eligen muchas personas. Nunca hay definición de su ser de cara a la realidad”, revela Benítez Reyes.

El protagonista se enfrenta a una vida llena de sinvivires a lo largo de cuatro décadas y varias de sus situaciones parecen sacadas de una comedia. Mientras tanto su creador, como hijo de esa generación, dice que le gustaba la idea de creación colectiva. Ahora reconoce que “con el paso del tiempo aparece una necesidad de entenderse más con uno mismo, sin necesidad de espejos”.

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