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¿POR QUÉ CREER EN LOS LIBROS?

Valdemar, 30 años dando miedo

En el año 1990 estuvieron a punto de abandonar el proyecto y en 2001 consiguieron el Premio Nacional de Fomento a la Lectura

Hace treinta años, sin trabajo ni perspectivas de tenerlo, ¿qué podían hacer un grupo de bibliófilos empedernidos que leían libros incluso mientras se duchaban? La respuesta es evidente: una editorial. ¿Importa mucho fracasar cuando no tienes otra cosa que hacer? Obviamente, no. Y así -a trompicones, con descartes y buena dosis de nihilismo- nació la mítica colección Valdemar. “En realidad, no dejamos de hacer nada interesante para hacer esto; así que el desastre de los primeros años no nos afectó demasiado”, sostiene Juan Luis González Caballero, uno de los editores. En aquellos años conseguían publicar poco más de un libro al mes. Eran libros-bala. Como en una ruleta rusa, se lo jugaban todo con una única posibilidad. Si el libro salía bala… ¡pum!

Lo cierto es que mucho antes de la fiebre de la serie True Detective, hubo unos editores que decidieron apostar por el horror cósmico de Lovecraft y por un libro que ahora todo el mundo parece conocer pero muy pocos han leído: El Rey de Amarillo, de Robert W. Chambers. Este volumen de relatos sobrenaturales que inspira a la trama protagonizada por Matthew McConaughey y Woody Harrelson, fue publicado por Valdemar en 2011, es decir, tres años antes de la emisión del primer episodio de la serie. “Yo quiero defender la publicación de los libros que no se venden, los raros, decadentes y malditos. Estos libros ocupan un lugar muy especial en el catálogo de Valdemar para estudiosos e investigadores del género, por ejemplo”, explica el escritor Jesús Palacios, muy vinculado a la editorial desde sus inicios. El Rey de Amarillo, sin ir más lejos, podría haber formado parte de este club selecto de libros invisibles que tan poco dinero factura pero tanto prestigio dan.

El nombre ‘Valdemar’ que hunde sus orígenes en una dinastía medieval danesa, también mantiene concomitancias con La verdad sobre el caso del señor Valdemar, el relato de Poe que narra la historia de un siniestro experimento de hipnosis que un científico chiflado pretende probar con un hombre que agoniza. Por último, ‘Valdemar’ significa “el que manda” en lengua germánica. “El nombre alternativo era venta Quemada en honor a la taberna donde suceden cosas muy extrañas en el Manuscrito encontrado en Zaragoza del Conde Potocki, pero la verdad era demasiado esotérico y comercialmente era contraproducente”, confiesa el editor Rafael Díaz Santander. En estas tres décadas ha habido de todo. Dos años concretos han supuesto dos puntos de inflexión notables en la trayectoria de la editorial: en el año 1990 estuvieron a punto de abandonar el proyecto y en 2001 consiguieron el Premio Nacional a la mejor labor editorial.

Fue también el mismo año que publicaron uno de sus buques insignia, una obra que se sigue vendiendo de modo ininterrumpido: A la busca del tiempo perdido de Proust, un estuche de tres volúmenes con la obra magna de la literatura francesa. Curiosamente, ha sido este libro tan alejado del género gótico el que más éxito ha proporcionado a la editorial. Sin embargo, el núcleo duro del catálogo es Gótica, una colección de clásicos como Thomas Ligotti o el Conde de Lautréamont que han cimentado el género de terror. “Esta es una colección para un público muy exigente y tocapelotas”, nos cuenta entre risas Díaz Santander. Dicho de un modo más políticamente correcto: “Una de las principales líneas de nuestra filosofía ha sido prestigiar los géneros populares que normalmente han sido maltratados por las ediciones en español”, afirma González Caballero. En cualquier caso, el riesgo alcanzado con colecciones como Frontera (dedicada al género del western) o Intempestivas (dedicada a ensayos sobre temas polémicos y contraculturales) corroboran su faceta de soberanos y anómalos.

En Valdemar apenas se huele la envidia aunque debe ser extraño eso de ser una de las editoriales más acreditadas y menos reseñadas de la industria editorial. “Nosotros no nos quejamos. Eso sí, si pudiera robaría El señor de los anillos a Minotauro que nos habría hecho ricos. O Canción de hielo y fuego de George R. R. Martin. Yo si robo, es a lo grande”, concluye Díaz Santander mientras da un sorbo a su refresco y salen chispas por los ojos.

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