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Jerez prepara un año de homenajes a Lola Flores

La ciudad natal de la artista celebrará 12 meses de actividades en su honor mientras un libro estudia su vida y obra

La artista Lola Flores, conocida como La Faraona, en 1994. Gorka LejarcegiVídeo: GORKA LEJARCEGI

Aunque no se da una especial efeméride, porque la de los veinte años de su fallecimiento ya pasó, su ciudad natal va a dedicar a la artista un año entero de actividades a modo de homenaje pendiente y tributo largamente demorado. “Hija preclara, mujer libre y sin prejuicios en tiempos difíciles, artista transgresora, mito universal, icono de modernidad…” Son algunos de los epítetos que introduce el programa Jerez a Lola Flores. Presencia y actualidad del mito (junio 2016-junio 2017) que se presenta como “un acercamiento vivo, plural y caleidoscópico a la trayectoria de una artista singularísima y a la vigencia de un legado” calificado como “cada día más actual, más fértil, más icónico”.

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El programa del año a Lola, tal como se ha presentado, no abunda en concreciones y pasa por el ciclo cultural y festivo de la ciudad, que girará en torno a la artista. Se le dedicará así la tradicional Fiesta de la Bulería en septiembre, unas jornadas en octubre, el Día de la Zambomba en diciembre, una mirada desde el Festival de Jerez en febrero y, por fin, la próxima Feria del Caballo. Para concluir el año de tributos se anuncia el evento especial Flores para Lola en junio de 2017. Frente a la vaguedad de la programación anunciada, un dato invita al optimismo: el compromiso y apoyo que las hijas de La Faraona, Lolita y Rosario, han mostrado a través de su representante. A través de ella, las Flores se han declarado involucradas y deseosas de aportar todo lo que llevan guardando estos años, declarando que el escenario jerezano es el más adecuado que han encontrado para ello. Cabe imaginar, pues, una exposición de su legado, aún por concretar. También se apunta al estreno de un musical que se prepara sobre su figura.

No se sabe si por casualidad, pero el primer acto del año de Lola vino a ser especialmente culto con la presentación, en la Fundación Caballero Bonald, del libro Lola Flores. Cultura popular, memoria sentimental e historia del espectáculo, del profesor de la Universidad de Cádiz Alberto Romero Ferrer. La obra, de rigor académico y planteada como una tesis doctoral, se convertía así en la primera y principal aportación al año, además de en utilísimo marco teórico del mismo y espléndido argumentario sobre la trascendencia de la artista; aunque lo que termine resultando realmente trascendente, sobre todo una vez conocido, sea el estudio en sí, que ha sido galardonado con el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos 2016.

Romero Ferrer realiza un exhaustivo recorrido en cuatro tiempos sobre la vida y la trayectoria de la artista, un recorrido que reconoce “a caballo entre la biografía, el ensayo académico y la reflexión crítica sobre un personaje con carácter transversal”. La intención reivindicativa aparece de forma discreta, pero es manifiesta dentro de un trabajo que ahuyenta la caspa gracias a su rigor científico y convierte a Lola Flores en objeto de estudio, haciéndola, a su manera, “entrar en la universidad”. Apunta el autor a la doble y deliberada impostura, flamenca y gitana, de la artista, pero para afirmar que esta tenía “mucho de libertad, provocación y desplante como actitud vital”, y más en unos años, los de la posguerra, que fueron oscuros y represivos, especialmente para la mujer.

Dolores Ruiz Flores, Lola Flores (Jerez de la Frontera, 1923 – Madrid, 1995) protagoniza una intensa carrera artística, muy extensa en el tiempo –cubre la mayor parte del pasado siglo– y que, en opinión de Romero Ferrer, se muestra muy compenetrada con los diferentes momentos de la historia contemporánea de la España que ella vive. Tras hacerse conocida bailando en su Jerez natal, debuta en el Teatro Villamarta ante Manolo Caracol con dieciséis años y, ya con veinte y en Madrid, se reencuentra con el cantaor en Zambra, un espectáculo fundamental que, en realidad, fueron varios, debido a las mutaciones que sufrió durante un lustro de éxito.

Emergiendo, pues, de la grisura y el hambre de la posguerra, se convertirá de manera sucesiva en afamada artista de la copla, del teatro y del cine, méritos quizás no lo suficientemente reconocidos. Superado el franquismo, con el que mantiene una ambigua relación, llega a la transición constituida en un icono de sí misma (“Yo soy Lola Flores y ya no puedo remediarlo”). Contará con el rechazo de la intelectualidad de la época, que ve en ella demasiados vestigios y conexiones con el pasado franquista. Sobrevivirá de igual modo, se adaptará a los nuevos medios (TV), y la fama que persiguió a punto estará de devorarla en ocasiones.

A más de 21 de su desaparición, el año dedicado a Lola Flores se plantea como una ocasión única para revisar el legado de una artista que es parte inevitable de la crónica artística y sentimental de tres cuartos del siglo XX de este país, y también la oportunidad de observar si su obra pervive y tiene actualidad en este ya avanzado nuevo siglo.

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