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New Order planta cara a la chiquillería

La banda de Bernard Sumner defiende en el BBK Live su espacio frente a la pujanza de M83 o Years & Years

El cantante y guitarrista de New Order, Bernard Sumner, durante el concierto de Bilbao.
El cantante y guitarrista de New Order, Bernard Sumner, durante el concierto de Bilbao.javier zorrilla (EFE)

Nadie le negará a New Order el espacio relevante que merecen en las tres últimas décadas de historia de la música popular. Cosa distinta es que las huestes de Bernard Sumner conserven ahora el suficiente crédito para encararse con las generaciones que les han sucedido. Su paso por el escenario Heineken se convirtió, a la espera de Arcade Fire, en el evento más deseado y multitudinario durante la primera jornada de BBK Live bilbaíno. Y la máquina funcionó, sí, pero con evidentes síntomas de desgaste en piezas y mecanismos. Comenzando por la voz algo lánguida del propio Sumner, que nunca fue un prodigio pero ahora bordea por momentos el murmullo.

Es ridículo a estas alturas considerar a New Order como la formación que nació de las cenizas de Joy Division, porque median 36 años y una decena de álbumes desde que el pobre Ian Curtis se quitó de en medio. La madurez, queremos pensar, sienta bien al común de los mortales: el grupo ya no es un colectivo humano inescrutable y ayer se fotografió en el monte Kobetamendi (“¡Esto es Escocia!”) y apuró Idiazábal y txakoli en los camerinos antes de comparecer ante sus feligreses. Todo funcionó, y no digamos ya Bizarre love triangle; nada emocionó. Y hasta puede que en los prolegómenos hubiesen acontecido episodios más motivadores.

Mientras se le guardaba ausencia a los apóstoles del Nuevo Orden, el pop sintetizado de estos tiempos modernos fue protagonista indiscutible y por partida triple. Había mucha curiosidad por echarle un ojo a Chvrches, el trío que encabeza la deliciosa Lauren Mayberry y una nueva demostración de cómo las apariencias cotizan ahora mismo muy por encima de los contenidos en el mercado de valores musicales.

Mayberry atesora una voz tan intachable como inexpresiva, imposible de distinguir entre docenas de cantantes dotadas de técnica y carentes de eso que, en su día, llamábamos personalidad. Ni siquiera el baile, entendido como una expresión plástica, física y expansiva, puede funcionar en modo automático. La multitud comenzaba a ser notable a las nueve de la tarde, momento en que el sirimiri dudaba entre llamar a la puerta o darnos cuartelillo. Pero la timidez es mala consejera. Para la climatología y, no digamos ya, para el desarrollo de un pop remozado, sexy y bailable.

Chvrches sirve de alguna manera como a versión femenina y heterosexual de Years & Years, pero debemos reconocerle bastante más gracia a la banda que lidera el inquieto y diminuto Olly Alexander. Entendidos o poco versados, arcoíris o monócromos, pueden sentir simpatía por este muchacho de voz aguda. La banda es redundante, pero enormemente efectiva. La propuesta más elaborada correspondió a los franceses M83, mucho más orgánicos y plurales, amigos de estribillos coreados, falsetes seductores y algún desarrollo extenso y con empaque. Y los únicos en compensar el reinado absolutista del sintetizador con alguna pincelada de saxo. Aunque recordara, de puro elemental, al que Gerry Rafferty convirtió en leit motiv para su Baker street.

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