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Javier Perianes: “España ha penalizado a las élites culturales”

Onubense, de familia humilde, heredó la energía y el sacrificio. Hoy tiene unas de las mejores manos del mundo para el piano.

Juan Cruz

¿Se siente tan joven como parece? Sí, me siento muy joven, no suelo mirar demasiado el DNI, ni el mío, ni el de los demás.

¿Y el espejo lo mira? Tampoco. Me aterra el espejo porque te devuelve cosas que quizá no quieres  ver.

¿Qué es lo que le aterra ver en el espejo? Supongo que el paso del tiempo, como a todos. Me miro para peinarme, para ver cómo me queda la ropa. En el otro espejo, supongo al que te refieres, me miro todos los días y ese es más duro.

¿Qué dice? Hay días en los que te dice que eres el tipo más maravilloso del mundo. Otras veces te dice algo más miserable, más mundano: que tienes que seguir trabajando y mejorando. Hay que relativizarlo. Ni eres tan bueno, ni eres tan malo (¡como pasó con la selección de fútbol!).

¿Qué le devuelve hoy el espejo? La satisfacción de haber actuado con una de las orquestas más grandes de todos los tiempos, la Filarmónica de Viena, y nada menos que con el Cuarto concierto de Beethoven. ¡Eso es para mi historia! Pero al tiempo el espejo te dice que no has llegado a ningún sitio…

Esa energía suya vendrá de la infancia… Y de la formación. La energía es un pilar, y ahí están mi familia, mis padres, mi hermano, mi esposa. Y los profesores.

¿Cómo influyeron los padres? Con sacrificio, cariño y entrega. Los dos (ella ya no está) hicieron horas extras, sacrificios, para comprar mi primer piano, y para buscar sitio en Sevilla para que mi hermano estudiara medicina. Y siempre sonrieron; esa sonrisa no se nos puede borrar… Para ellos no era un esfuerzo: era un sacrificio de vida. Ahora ese papel lo juega mi esposa.

¿Por qué la cita tanto? Porque contar con un aliado así en el mundo (vivimos juntos, planificamos juntos, nos reímos juntos) es una ventaja estratégica fundamental para seguir una carrera como esta.

¿Qué le dicen sus manos? Son una prolongación de mi voluntad; no son particularmente grandes, son como las de casi todos los instrumentistas de piano… Tengo la costumbre de no dar la mano blanda, doy la mano en serio, es la manera de vincularse con otra persona. ¡Es lo primero que miré de mi esposa! Esas manos me dieron una información muy especial…

Se habla mucho de su talento y de su humildad. ¿Cómo se mantiene la humildad teniendo la fortuna de ser un genio? Yo no me llamo genio, me llamo Javier. No he creído nunca en la genialidad ni en el super talento. Yo creo en el trabajo, en el esfuerzo, en el sacrificio aunque tenga unos valores innatos para la música. Mantener esos valores no es fácil: esto es como el Oeste, siempre hay que disparar más rápido. Hay unos más altos, más guapos, pero nadie tiene tu identidad. Eres único, extraordinario, pero porque no te puedes creer mejor ni peor que otros.

Es usted un hijo directo de la transición, de la que en los últimos tiempos se ha hecho tanta burla…como si no hubiera pasado, como si no hubiera sido para tanto. Mi padre vivieron un tiempo peor, aunque quizá a él no se lo pareciera. Tengo 37 años. En estos últimos años creo que se ha perdido el sentido de libertad con el que se inauguró este periodo, cuando muchos de la edad de mi padre lucharon con uñas y dientes por tener una realidad distinta. Y mucha gente se está marchando. Vivimos, en todo caso, en una España más convulsa.

¿Y qué impresión le produce esa realidad? Creo que ha habido una obsesión por igualarlo todo por las bases, no por la élite, y no me refiero a las élites económicas sino a las élites culturales. España ha penalizado a las élites culturales y eso nos ha impedido crecer más a ese nivel. Nuestro gran problema es que no nos hemos tomado la cultura en serio desde la base. Tendría que haber apostado España por formar gente culta, sensible, y, por encima de todo, que sepa escuchar y dialogar.

Regrese a la infancia. ¿Qué ve en aquella casa? Lo que ve Luis Landero en El balcón en invierno. Como si el pasado se borrase. Se fue mi madre, mi hermano ya no vive allí. Cada vez que viajo esa postal vuelve a mi, y ahí están todos pese a que se hayan desvanecido aquellas figuras reales.

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