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Vuelve la rabia del Marqués de Sade

Una nueva traducción de ‘Justine’, obra cumbre del escritor del XVIII, reivindica en tiempos de corrección política el pensamiento del autor que hizo de la perversión una de las bellas artes

Justine.
Justine.FERNANDO VICENTE

¿Tiene límites la ficción? ¿Hasta qué lugares alcanzan tales umbrales? ¿Cuáles son los muros morales que puede la imaginación derribar y cuáles no? La dictadura de lo correcto que viene azotando reiteradamente el ámbito cultural de nuestro tiempo colisiona ahora con la reedición de una de las obras más revolucionarias de la literatura y el pensamiento europeos: Justine o las desgracias de la virtud de Donatien Alphonse François de Sade, más conocido como el Marqués de Sade. La novela, escrita en una primera versión en 1787, es recuperada ahora en la colección Los Ineludiblesde la editorial catalana Navona, con una nueva traducción y notas impecables de José Ramón Monreal.

El Marqués de Sade nació en el seno de una familia acaudalada, gozó de una educación privilegiada y contrajo matrimonio con una representante de la nobleza francesa: Renée-Pélagie Cordier de Launay de Montreuil. El autor, cuya disipada vida ni siquiera rozó las dimensiones brutales de su obra, solo supo contener su rabia con las palabras. Con ellas se anticipó de algún modo al postulado nietzschiano al proclamar la muerte de Dios (“La idea de Dios es el único error por el cual no puedo perdonar a la humanidad”, dejó escrito el francés) practicando un ateísmo combativo.

La asfixia del actual hábitat cultural hubiera hecho impensable la publicación de una obra tan netamente transgresora, ofensiva y provocadora como la de Sade. A pesar de que el artista jamás debería ser una figura impoluta que sirva como instrumento de una cierta pedagogía social, lo cierto es que la mirada sobre la escritura de Sade fue siempre condenatoria.

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“Los bordes cortantes del cuero rebanaron sin piedad toda su carne, dejando brillantes líneas de sangre a su paso; el dolor era tan fuerte que el grito de la pobre niña se ahogó en su garganta. Excitado por la visión de sangre, el bárbaro padre Clemente la azotó entonces con furia vesánica. Ninguna parte de su cuerpo quedó a salvo de su bestialidad”, escribe Sade en Justine. Si convenimos que uno de los requisitos que se le puede exigir a un gran escritor es la provocación, no cabe duda que Sade metió el dedo en las llagas de la sociedad de su tiempo. Fue un provocador máximo que abordó en sus libros asuntos tan execrables como la pederastia o la justificación del asesinato. Su influencia, probablemente mucho más ideológica que literaria, abarcó disciplinas y artistas tan alejados de su tiempo como al cineasta Luis Buñuel. El aragonés afirmó en su biografía Mi último suspiro que Sade “examinaba la sociedad desde todos los puntos de vista, magistral, sistemáticamente, y, proponía una tabla rasa de la cultura”. No en vano, él mismo reprodujo para su película Ese oscuro objeto del deseo (1977) a las dos hermanas sadianas por excelencia: Justine, representante de la virtud, y Juliette, encarnación del vicio. En el filme, dos actrices interpretan a un mismo personaje —Conchita— con esos dos reversos ya fijados por Sade.

Justine o las desgracias de la virtud narra el catálogo de vejaciones al que es sometida la joven Justine que, tras el fallecimiento de sus padres, se ve abocada a ganarse la vida mediante cualquier método. Si Juliette halla el placer en la prostitución con ancianos acaudalados, Justine opta por la virtud. En la inmensa broma que supone la obra completa de Sade, Justine verá castigada su honradez mientras los personajes que pretendan corromperla saldrán incólumes.

“Presentar el Vicio triunfante por todas partes y a la Virtud víctima de sus sacrificios”, tal es el propósito de Sade que se recoge en la dedicatoria de la obra. El sentido del humor —negro, crudelísimo, cáustico— está presente en la mayor parte de las obras sadianas. Una comicidad exenta de la carcajada y más próxima a una ironía tan gélida que excluye la sentimentalidad y la emoción.

No son pocos los que han tildado la obra de Sade de terriblemente tediosa, como si su escritura no fuera sino un grueso compendio de perversiones. Sin embargo, obras como la que ahora Navona reedita, suponen una auténtica ruptura de los límites y un nuevo escenario donde las transgresiones encuentran su acomodo.

Es imposible saber sin recurrir a las elucubraciones si un sistema como el actual hubiera encajado mejor la obra sadiana. La lectura contemporánea de Justine o las desgracias de la virtud permitirá al lector profundizar de nuevo en la obra de un hombre que quiso moralizar a sus coetáneos. A juzgar por palabras de otros autores que le sucedieron como Apollinaire (“El espíritu más libre que haya existido jamás”) o Éluard (“Sade quiso devolver al hombre civilizado la fuerza de sus instintos primitivos”), no cabe duda que la densidad de su pensamiento aún sigue vigente.

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