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“No escribo canciones pegadizas, pero soy muy pop”

José González, el trovador del sosiego, visita el BBK y Pedralbes con su música susurrada y a contracorriente

Jose Gonzalez, en la sala La Riviera en 2015.
Jose Gonzalez, en la sala La Riviera en 2015.Juan Aguado (Redferns via Getty Images)

Hoy resulta ser martes y, en condiciones normales, José González tendría que consultar el calendario para deducir en qué ciudad ha amanecido. Pero no, da la casualidad de que a este sueco al que la sangre argentina le ha otorgado un nombre nada escandinavo se encuentra por una vez en su Gotemburgo natal, velando armas ante lo que vuelve a ser un verano de trajín. Es llamativo que a este adalid del sosiego, un profeta de las canciones susurradas y parsimoniosas, se le acumule el trabajo en este mundo nuestro de la aceleración y la taquicardia, pero seguramente su música se haya convertido en uno de los mejores bálsamos a los que puede aspirar el hombre moderno. “Sí, me siento un rara avis”, concede él. “Cuando mis colaboradores hablan de grabar videoclips o hacer versiones breves para la radio, todo me suena ajeno. Soy un tipo que escucha música clásica y no sabe escribir canciones pegadizas, pero, pese a todo, me considero un artista muy pop”.

Lo divertido es constatar cómo González, trovador de acústica en ristre y vocecita tenue, acaba compartiendo cartel con artistas que le triplican en decibelios. Por el BBK Live de Bilbao asomará el próximo viernes, en una cita en la que comparte honores con formaciones tan eufóricas como Arcade Fire, Pixies, Foals, Tame Impala, Ocean Colour Scene o Editors. Y a Pedralbes llegará el martes 12, un día después de las descargas electrónicas de M83. “Lo tengo comprobado: hay gente a la que le gusto y gente que se duerme en mis conciertos”, resume con desparpajo. Pero así son las cosas. Desde siempre. “Ya desde pequeño me gustaban los cantantes de maneras tranquilas, desde Chet Baker a João Gilberto”, certifica.

Puede que no parezca un creador de vocación contemporánea, pero este hirsuto cantautor de casi 38 años representa una suerte de rebelión, ciertamente posmoderna, frente a las tiranías del minutero. La reflexión como argumento frente al consumo rápido, descuidado y circunstancial. “Mi escritura no es un ejercicio basado en la nostalgia”, concreta. “No me instalo en el pasado y lamento el tiempo transcurrido. Me interesa más pensar en términos de humanidad, de universo, de vida. Empiezo a buscar arpegios con la guitarra, los enlazo con melodías y, a partir de ese momento, me formulo preguntas internas. Y las más importantes siguen siendo quiénes somos y adónde vamos…”.

Así sucede también con Vestiges & claws (Vestigios y garras), el disco de 2015 que todavía constituye la espina dorsal de sus comparecencias en vivo. Pero el vértigo de vivir no lo afronta González solo desde la metafísica o el desasosiego. “Lo interesante de nuestra existencia actual es que ahora no tienes que pensar en que pasarás año tras año y decenio tras decenio sin que nada cambie en tu vida y a tu alrededor. Hoy cambiamos de trabajo y de relaciones cada cierto tiempo. Tal vez se traduzca en una mayor incertidumbre, pero lo prefiero: hoy podemos viajar y aprender más que ninguna otra generación previa. A mis 37 años, lo mejor que puedo decir es que no me siento atrapado por la vida”.

Tampoco estamos ante un utópico, cuidado. Hablamos de un hijo de emigrantes, un matrimonio que huyó en cuanto pudo de aquel Buenos Aires sitiado desde 1976 por la terrible dictadura militar. José vivió una infancia en barrios suburbiales y hoy advierte de que incluso en Gotemburgo, una de las ciudades más avanzadas de la idílica Escandinavia, afloran los problemas laborales y de segregación. “Pero no puedo quejarme, con todo. Esta es una ciudad con una vasta cultura de conciertos. Y tenemos hijos tan ilustres como Björn Ulvaeus, uno de los fundadores de ABBA. Un hombre bien interesante: le he escuchado en alguna ocasión y compartimos una sensibilidad humanista muy parecida…”.

Ya lo ven: José González es, desde su propio y sencillo nombre artístico, una caja de sorpresas. El trovador diferente, singular y pausado que triunfa ante grandes públicos plantándole cara a las prisas. “Me conformo con publicar un disco cada tres años, así que de momento no me agobio pensando en un sucesor para Vestiges & claws”, remacha con el mismo aire sereno que ha presidido toda la conversación. Pero matiza, como sacudido por un súbito calambrazo: “Todo ello puede cambiar si mis amigos del grupo Junip deciden que nos pongamos a trabajar en material nuevo. En ese momento me cambia el chip. Fíjese:ni siquiera pienso en términos de guitarras, sino de batería y teclado”. Y concluye, casi autoparódico: “Ahí le demuestro al mundo que también puedo llegar a dedicarme a los experimentos de sonido…”.

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