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Cien años de la batalla más sangrienta

La ofensiva cerca del río Somme, en el norte de Francia, dejó más de un millón de bajas entre británicos, alemanes y franceses

José M. Abad Liñán
Dos soldados contemplan un documental sobre la batalla del Somme en Thiepval, Francia.
Dos soldados contemplan un documental sobre la batalla del Somme en Thiepval, Francia.Pool (Getty Images)

Una semana después de la votación del Brexit, David Cameron ha vuelto a cruzar el canal de la Mancha. Acompañando a los príncipes Carlos y Guillermo, se encontró el viernes con el presidente de la República Francesa, François Hollande, para conmemorar el centenario de la batalla más sangrienta de la Primera Guerra Mundial. En el lugar escogido, cerca de río Somme (Picardía), cayeron hace un siglo 1.200.000 hombres, entre muertos, heridos y desaparecidos. Más de medio millón entre los británicos, otro medio entre los alemanes. El resto, muertos por Francia.

La batalla no debía haber durado más que un día, pero se alargó 140. El día 1 de julio de 1916, a las 7.30 de la mañana, la infantería británica recibió la orden de salir de las trincheras y aventurarse en la zona bajo control alemán. La semana anterior, se habían lanzado un millón y medio de obuses sobre las líneas alemanas en el mayor bombardeo conocido hasta la fecha. En Londres, a 250 kilómetros de distancia, tintinearon los cristales de las ventanas.

Aquella lluvia de bombas debía haber mermado terriblemente a los alemanes, en cálculos de británicos y franceses. Fue el primero de sus errores, que convirtieron una batalla de ofensiva en una larga operación de desgaste. Para el catedrático de Historia Contemporánea de la Sorbona Olivier Forcade, ni siquiera puede hablarse en sentido propio de ‘batalla’. “Somme fue en realidad un conjunto de operaciones militares que jamás desembocaron en una batalla de verdad”, apunta. “Fue algo más parecido a una guerra de asedio, en la que los aliados procuran tomar las líneas de defensa sucesivas que han levantado los alemanes, siete, de las que logran alcanzar cuatro”.

Para Rosario de la Torre, catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense, los aliados erraron a menudo en aquella contienda, concebida meses antes para aliviar a las fuerzas asediadas en Verdún. Pero eligieron mal el lugar desde donde atacar al ejército alemán. "Si quieres hacer una batalla de ruptura no puedes ubicarte en un lugar donde los alemanes estaban perfectamente instalados, con una línea consolidada, desde octubre de 1914". Al frente, el comandante Fritz von Below, que prevé el ataque y manda instalar miles de metros de alambradas de espino, algunas de hasta un metro de espesor, garantiza ocho kilómetros en su retaguardia y apuesta seis divisiones en vanguardia y cinco en retaguardia. "Cuando llegan los aliados, Von Below está más que preparado", apunta la experta.

En Londres, a 250 kilómetros de la Picardía francesa, tintinearon los cristales de las ventanas

Lo que los infantes aliados encuentran al salir a campo abierto es desolador: los obuses habían abierto cráteres enormes. Resulta difícil sortearlos a pie y con equipaciones de decenas de kilos de peso a cuestas. “El uso de ametralladoras buscaba destruir el terreno, pero a la vez impide el desarrollo de las operaciones. El suelo es impracticable y las minas causan explosiones subterráneas que llegan a destruir por completo una posición, La Boisselle”, describe Olivier Forcade, que acaba de publicar en Francia La censure en France pendant la Grande Guerre (Fayard).

Muchos de las piezas de artillería no habían atinado en el objetivo. Otras (algunos autores sostienen que uno de cada cuatro obuses) ni siquiera habían llegado a explotar. Delante de los soldados siguen en pie las trincheras, las alambradas, y unos refugios fácilmente excavados en un blando suelo de yeso en los que los alemanes se han guarecido durante el asedio. En aquel paisaje desolado, solo en un día, cayeron 70.000 soldados aliados, 57.000 británicos (de la metrópoli y de otros países del Imperio Británico). Entre los alemanes se cuentan muchas menos bajas. Somme se convierte en el mayor desastre de la historia militar de Reino Unido.

La matanza no arredró al mariscal británico al frente, Douglas Haig. Se empecinó en mantener la ofensiva. "Fue una decisión espantosa, que alargó el conflicto", ilustra De la Torre. La infantería cayó como moscas en una batalla que, a modo de golpe de efecto, empleó por primera vez en la historia carros de combate. "Los británicos lograron así asustar a los alemanes, pero el número de tanques no fue suficiente para imponerse sobre ellos", señala la profesora. Aquellos Mark 1, que aparecieron por primera vez en septiembre, suponen un éxito “más táctico que estratégico”, para el profesor Olivier Forcade. “Encuentran una enorme dificultad a maniobrar y avanzar por un terreno destruido y anegado por la lluvia en octubre y noviembre. Se suspenden a menudo las operaciones y los combates esporádicos”.

Al final, tanta carnicería quedó en tablas: los aliados contaron 614.105 bajas (420.000 de las fuerzas del Imperio Británico y 195.000 de las de la Tercera República Francesa). Los alemanes, algunas más: 650.000. Todo para empujar adelante el frente apenas 11 kilómetros y obligar a los alemanes a retirar varios batallones de Verdún, la batalla hermana en sangría y futilidad, para alivio momentáneo de las fuerzas francesas.

Otra consecuencia de Somme es el daño moral de los países en contienda, que se ahonda tras el fracaso de la ofensiva en el Chemin de Dames, en abril de 1917. “Hay huelgas y amotinamientos especialmente en Francia, como consecuencia lejana e indirecta de Somme”, ilustra Forcade, para quien el enfrentamiento fue una no batalla de naciones, las de los soldados de la Commonwealth que aspiran a la independencia o las colonias francesas, donde aquel enfrentamiento se recuerda de una manera más marcada que en la metrópoli. “Francia sobrevaloró el recuerdo de Verdún durante y después de la guerra, y eso aún sucede hoy”.

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Sobre la firma

José M. Abad Liñán
Es redactor de la sección de España de EL PAÍS. Antes formó parte del Equipo de Datos y de la sección de Ciencia y Tecnología. Estudió periodismo en las universidades de Sevilla y Roskilde (Dinamarca), periodismo científico en el CSIC y humanidades en la Universidad Lumière Lyon-2 (Francia).

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