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Anohni y el Niño de Elche politizan el Sónar

Deslumbran en sus actuaciones junto a las de Mikael Seifu y Kode 9

El Niño de Elche, en su actuación de hoy viernes en el Sónar.
El Niño de Elche, en su actuación de hoy viernes en el Sónar.MASSIMILIANO MINOCRI

Es bien sabido que el Sónar no es sólo un festival hedonista, pero esta realidad se manifestó ayer en toda su extensión con las actuaciones cargadas de intención y explícita ideología de Anohni por la noche y del Niño de Elche por la tarde. El primero presentó Hopelessness, su desembarco en la electrónica ya aceptando su identidad femenina, un fascinante paseo por la reivindicación de una sociedad menos vigilada y más respetuosa en la que ni siquiera Obama, la que fuera gran esperanza blanca de los progresistas, sale bien parado. Escoltado por Escoltado por Hudson Mohawke y Oneothrix Point Never, sus lazarillos en el mundo digital, abrió con Hopelessness para seguir con 4 Degrees y Watch Me, inicio de un recital en el que la delicada voz de Anohni, antes Antony, dejó claro que no quiere ser encasillado sólo como una voz que se duele líricamente. El segundo llevó al Sónar hasta el dolor. Porque dolor produjo el espectáculo de El Niño de Elche con Los Voluble en el Sónar Complex. Allí desplegaron una actuación dura e ideológicamente explícita que abordó tanto el tema de los refugiados y su huída hacia nuestros infiernos como el del sexo y la identidad. Además de su fenomenal actuación, los directos de Mikael Seifu y Kode 9 redondearon una estupenda jornada diurna.

Y decir estupenda puede parecer banal considerando que El Niño de Elche alambró con concertinas las retinas de los espectadores que llenaron su escenario. Repitiendo frases con una intensidad pareja al sonido repetitivo y agresivo que sus músicos extraían de sus ordenadores, las imágenes de los emigrantes naufragando, cruzando fronteras o muriendo en la playa ante la mirada hueca de los bañistas, se clavaban en el alma. Y muy especialmente la mirada perdida de víctima de un detenido esposado, acabado su sueño de una vida mejor. Sí, eran las imágenes poco estilizadas de los telenoticias, pero la ferocidad del sonido electrónico y de la voz del Niño gritando “el miedo protegido como zona protegida por el miedo” aumentaban la intensidad de algo que a fuerza de ser visto en las sobremesas parece condenado a perder sentido.

Igualmente fascinaron Kode 9 junto al artista visual Lawrence Lek. El sonido era inaprensible, ya que no había pauta alguna y podía combinar bajos retumbantes con melodías sencillas que parecían escapadas de un Casiotone, una mezcla disímil y por ello inquietante. Para rematar la sensación, las proyecciones mostraban un punto de vista en primera persona, propio de vídeo juegos de guerra, en los que el espectador era un ortocopter deambulando por espacios interiores en los que el vacío era el rey. Y para colmo de desasosiego, las imágenes no tenían la perfección de un Rainbow Six Siege, sino que buscaban una deseada imperfección de viejo vídeo juego. Pasado, futuro, tópicos que caen y fronteras que permanecen. El Sónar.

Una África sin tópicos

En Occidente suele gustar que los africanos suenen a negro, a africano. A pesar de la globalización. Se les vende Coca Cola pero se prefiere el tam-tam al eructo carbónico. Por eso resultó fascinante el directo del etíope Mikael Seifu, cuya música no suena africana, a menos que Addis Abeba suene en hora punta como su electrónica desasosegante. Sus piezas, alguna de ellas pautada por una especie de claqueta metálica, eran una suma de sonidos disruptivos francamente perturbadores, una suerte de caos que además no mantenía un pulso constante, impidiendo el baile, todo y que en el Sónar se baila hasta un réquiem. África no es sólo tópicos

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