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Las intrigas de la historia

EL PAÍS trae algunos de los títulos más destacados de la novela histórica. `La hermandad de la sábana santa´, de Julia Navarro, primera entrega

Un hombre fotografía una reconstrucción del cuerpo que albergó supuestamente la Sábana Santa de Turín.
Un hombre fotografía una reconstrucción del cuerpo que albergó supuestamente la Sábana Santa de Turín.García Santos

Si, como decía Stendhal, la novela es la historia de la vida privada de las naciones, la novela histórica sería el relato de la vida privada de los protagonistas de la Historia. A los que ven a Herodoto como padre fundador de la historiografía y, a la vez, si creemos a Kapuscinski, como a un periodista antes de que se inventara el periodismo no les sorprenderá que las crónicas de los historiadores funcionen como una verdadera mina para los escritores de ficción. Si a eso se añaden las mil conspiraciones, venganzas, corrupciones y componendas que hay detrás de cada hecho histórico, se comprenderá el florecimiento de uno de los grandes subgéneros de la novela histórica: la novela de intriga histórica.

Si muchos historiadores trabajan como detectives buscando la razón que se esconde detrás de decisiones que marcaron la historia, los detectives de novela se pasean por épocas históricas o por un presente cuyo enigma encuentra su clave en el pasado. Autores como Valerio Manfredi o Christian Jacq han sabido llevar a los lectores hasta la Grecia antigua o hasta el antiguo Egipto con el corazón en un puño. Mientras, autores como Michel Benoit, Julia Navarro o Glenn Cooper han explotado magistralmente todo lo que la religión pueda tener de thriller: ¿no es acaso uno de sus motores la lucha entre el bien y el mal? A veces, además, la solución a un robo o a un asesinato se oculta en una reliquia, en un cuadro, en una profecía homérica o en un verso de Dante. Solo hay que saber mirar. O imaginar.

Otras veces, no obstante, el misterio está más cerca de la vida cotidiana que de las grandes batallas o los grandes fechas: en el destino final de un emperador como Moctezuma, el ingenio inagotable de un filósofo como Voltaire o la belleza transparente de un trazo de Vermeer. Por eso, los mejores cultivadores de la ficción histórica han conseguido muchas veces armar sus novelas usando el sencillo mecanismo de imaginarle una vida al personaje de un cuadro. Es lo que hizo Tracy Chevalier, que se sirvió de un misterioso retrato para pintar una ciudad y una época. También la novela histórica se ocupa de la vida privada de aquellos cuyo nombre no supo recordar la gran Historia.

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