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“Estoy volviendo a partes de mi vida que se han ido y que no van a regresar”

Aguilar Camín publica 'Toda la vida' (Random House), una historia que a lo largo de 125 páginas hace girar a México y al lector desde el misterio hasta la melancolía

Jan Martínez Ahrens
El escritor Aguilar Camín en su casa de Ciudad de México, este junio.
El escritor Aguilar Camín en su casa de Ciudad de México, este junio.SAÚL RUIZ

El día se ha apagado en la Ciudad de México. Bajo un cielo repentinamente oscuro, Héctor Aguilar Camín, calcetines naranjas, chaleco rojo, recorre los jardines de su casa y enseña sus maravillas. En un patio repleto de helechos se alza una inmensa araucaria, en otro un sauce llorón y, en una esquina, junto al estudio, una secuoya que seguirá creciendo cuando este mundo no esté y que al autor mexicano le gustaría podar un poco por la base. “Escribir es reescribir y reescribir es podar”, bromea.

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A sus 69 años, Aguilar Camín es el creador de una literatura que ya se sabe que enraizará en el tiempo. Su última aportación es Toda la vida (Random House), una depurada historia que a lo largo de 125 páginas hace girar a México y al lector desde el misterio hasta la melancolía. Una novela de amor extremo, crimen e impunidad que una vez leída no deja de crecer.

Pregunta. En el libro hay un asesinato y un personaje que lo investiga a lo largo de los años. ¿Es novela negra?

Respuesta. Es una novela de amor fatal que tiene en el centro el enigma de un asesinato. La historia está lejos de ser inocente. El narrador es novelista y, por tanto, va de frente y al sesgo. El tipo se pasa la mitad de la vida huyendo de la mujer que quiere y la otra mitad buscándola y encontrándola. Lo que los une y separa es la escena extrema en donde ella le hace saber que es capaz de mandar matar a alguien y que lo ha hecho. La novela es la doble averiguación de qué pasó realmente con el asesinato y dónde está la mujer.

P. Hay un juego de versiones que recuerda la verdad a la mexicana. Un baile donde no se sabe quién dice la verdad y qué es verdad de lo que se dice.

P. Eso es muy exacto. Desde el primer libro que escribí tomé esa opción: un relato de apariencia realista que al final no es más que la suma de versiones. Salvo ciertos hechos duros, nunca tienes la certidumbre de qué pasó con este asesinato, con estas vidas; procedes por aproximaciones. La verdad, al final, no puedes asirla. Como tantas veces pasa en la vida pública de México.

P. Esa es la base de la impunidad.

R. La impunidad recorre la novela, toda ella está construida en un territorio más allá de la ley, de las reglas morales, del castigo. Es un mundo de cómplices que han envejecido y cruzado la vida pública con impunidad.

P. ¿Otro espejo de México?

R. El dilema de la novela es: ¿se puede salir moralmente impune de un homicidio? ¿Se puede vivir con la culpa de un crimen? Es una pregunta que se extiende a la sociedad mexicana. ¿Se puede salir impune de este nivel de violencia y barbarie? La novela no pretende responder a esto, pero sí mostrar el daño profundo que estos personajes han infligido a sus vidas por haberse situado en una región de excepción donde viven con ese secreto a cuestas. Un secreto que incendia, marca y daña. Es una historia de amor en los extremos.

P. El libro genera cierta melancolía. ¿Responde a un estado de ánimo del autor?

R. Estoy volviendo a partes de mi vida que se han ido y que no van a regresar. Están puestas ahí como piedras de una civilización desaparecida, escenas de una vida vivida que no volverá. Pero la novela también está llena de vitalidad. Hay una decisión del narrador de asumir los riesgos, de vencer los miedos que ha tenido por esta mujer y de tirarse al río a ver qué sucede. Y sucede lo que sabe que le va a suceder.

P. Sus personajes femeninos son muy poderosos, incluso fatales.

R. En una sociedad donde tienen tantas limitaciones y castigos he creado en mis novelas mujeres que gozan de una gran autonomía y fuerza, aunque a menudo pagan el precio de su libertad, porque una vida tan libre y transgresora como la de la Liliana Montoya tiene un coste.

P. Liliana Montoya es además explosivamente erótica. ¿Técnicamente cómo lo logró?

R. El erotismo se ha de tocar con los personajes vestidos, todo lo demás es de menor calidad. Es un asunto tan delicado y tan intenso, tan cercano al exceso y a la vulgaridad de la pornografía que más vale que todo sea vestido. Lo mismo ocurre con la literatura: los grandes momentos tienen que ver con lo que está implícito y no con la superficie explícita del texto.

P. Por el libro desfilan épocas pasadas. La noche, la juventud, la universidad… ¿Hasta qué punto hay una revisión de su pasado?

R. Hay bastante, pero al mismo tiempo pongo todo ello al servicio de la experiencia de esos personajes; es un libro melancólico respecto a un México que ya se fue. Que sólo queda en nuestra memoria, en pasajes de novelas. Es un mundo que ha desaparecido y que tuvo que ver con la plenitud de la vida.

P. ¿Añora el pasado?

R. Cada vez que pienso en el pasado lo añoro. Pero no tengo una actitud melancólica. La tengo como escritor porque así salen las cosas cuando escribo. Me parece que el efecto más profundo de la literatura, o al menos de las novelas que han marcado mi vida, es esa sensación de haber penetrado un mundo y salir de él lleno de experiencia, de vidas imaginarias que producen melancolía. Wilde decía que la cosa más triste que le había sucedido era la muerte de Lucien de Rubempré. Yo voy buscando que me hagan sentir que he perdido un mundo que he podido compartir pero que nunca podrá ser plenamente mío. La genuina emoción que produce un gran libro es melancólica.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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