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ENTREVISTA

Etgar Keret: “Vivimos la Eurovisión del victimismo”

El escritor, una de las grandes voces de la ficción en hebreo, se lamenta del diálogo de sordos entre israelíes y palestinos. Acaba de publicar en España 'Un libro largo de cuentos cortos'

Maribel Marín Yarza

Etgar Keret (Ramat Gan, 1967), una de las voces más originales de la ficción israelí, ha encontrado en la escritura lo que se negaba a sí mismo en la vida, la posibilidad de mostrarse tal cual es. La profunda empatía que sentía por sus padres, supervivientes del Holocausto, le llevó de muy pequeño a bloquear sus deseos y sentimientos. Nunca lloraba ante ellos. No les llevaba la contraria. “Sentía que no tenía derecho a quejarme si otros chavales me pegaban o me quitaban juguetes cuando sabía que mi madre, de muy niña, había visto morir a disparos a su madre y a su hermano y había perdido a su padre un año después. De alguna forma, quería compensarlos por esa vida tan penosa”.

El día que, a los 19 años, le dio por escribir descubrió que la ficción le permitía liberar sus emociones sin hacer daño a nadie. Se olvidó entonces de la ingeniería y se aferró a una literatura muy intensa y visceral. Keret, también cineasta, profesor universitario y guionista, escribe fundamentalmente cuentos cortos sobre la vida cotidiana, a veces crudos y oscuros, a veces luminosos y compasivos, casi siempre inverosímiles y divertidos. En muchos, aflora la realidad de un país, el suyo, en permanente guerra por la ocupación de los territorios palestinos.

Pero Keret no es David Grossman o Amos Oz. Pertenece a una generación de escritores que lidian con el conflicto de Israel y Palestina de una forma, si se quiere, menos política. La injusticia, el caos y la violencia —la misma que diez días después de esta entrevista ha acabado con la vida de cuatro personas en Tel Aviv en un ataque palestino— están presentes en sus libros pero no a modo de testamento ideológico. Cuando quiere condenar el terrorismo o la deriva de su Gobierno, uno de los más ultraderechistas de la historia de Israel, lo hace en prensa.

"Un escritor puede hacer ver el mundo desde un prisma diferente. Leer ejercita el músculo más débil, el de la empatía"

Keret, premiado este miércoles con el premio Charles Bronfman (88.000 euros), roba dos horas al Festival de Escritores de Jerusalén para hablar de su país y de su obra, ahora que publica en España Un libro largo de cuentos cortos, una compilación de fábulas ya publicadas en libros como De repente llaman a la puerta o Pizzería Kamikaze.

PREGUNTA. Empezó a escribir en el Ejército tras leer a Kafka. ¿Qué le inspiró?

RESPUESTA. Empecé a escribir porque era muy infeliz. Y tiene mucho que ver con ser hijo de supervivientes del Holocausto. Mi madre se crio en un orfanato. No sabía llevar una familia. Yo y mis hermanos —una ultraortodoxa con 11 hijos y un activista propalestino— crecimos en un hogar que era como una comunidad, todos opinábamos, todos sugeríamos… Cuando has crecido en ese contexto es muy difícil encajar en el Ejército, que no quiere que pienses y hagas cosas por ti mismo. El día en que mi mejor amigo, también soldado, se suicidó y murió en mis brazos, me hundí.

P. La literatura fue entonces su terapia.

"El boicoteo cultural es para mí como un oxímoron. Es el arma de los vagos y de los cobardes"

R. Escribí mi primera historia, Pipes, dos semanas después del suicidio. Creo que una buena historia es la que es más inteligente que quien la escribe. Y Pipes estaba diciéndome: “Eres infeliz, matarte no es el camino, piensa qué hacer”. Escribiendo podía declarar mis emociones. Tenía la libertad que no tenía como soldado.

P. Escribe esencialmente ficción. ¿No le interesa el camino de la no ficción que probó en Los siete años de abundancia?

R. Tuve esa necesidad tras ser padre porque sentí que era una especie de adaptador entre mi hijo y la vida y debía tener respuestas que darle. Pero mi pasión por la ficción es mayor que por la no ficción porque una pieza de ficción no sé lo que es, la de no ficción ya ha ocurrido. Lo mío son la ficción y los cuentos cortos. Lo que escribo me viene de las tripas. Siempre digo que la diferencia entre la novela y los cuentos se puede equiparar a conducir y surfear. Para escribir novelas tienes que saber adónde vas; cuando surfeas, solo tratas de no caer.

Ser de izquierdas o de derechas es cuestión de optimismo y de pesimismo. La izquierda siempre piensa en estar mejor, la derecha dice: “Esto es tan bueno como puede llegar a ser”

P. Le han llegado a pedir que publique sus libros, traducidos a 41 idiomas —solo uno al árabe—, en invierno porque es más fácil robarlos bajo el abrigo… ¿Cómo explica el éxito? ¿Es el humor? ¿O la identificación con personajes como ese hombre que se hace pasar por muerto para esquivar la enésima llamada de una teleoperadora?

R. El humor es el arma del débil, la manera de protestar contra las cosas que no puedes cambiar. Y sí, tiene un rol importante en mi escritura, pero no dejo de sorprenderme de que la gente dedique unas horas a tratar de entender mis palabras, mis emociones, mis fragilidades. Y más aún de que lo hagan en Irán o en Malasia, pero creo que cuanto más local eres te conviertes en más universal. Escribí una historia sobre un conductor de autobús que quería ser Dios y no hay lugar del mundo donde la gente no me diga: “Lo conozco”.

P. ¿Cuál debe ser el rol de un escritor en un conflicto como el palestino-israelí?

R. Un escritor puede hacer ver el mundo desde un prisma diferente. Leer ejercita el músculo más débil del cuerpo humano, el de la empatía.

P. Hábleme del ejercicio de empatía que le plantearon a su hijo Lev con seis años.

R. Al día siguiente de vivir su primer ataque con misiles vino diciendo que él y sus amigos iban a construir y arrojar una bomba a los palestinos. Le hablamos de Palestina, de que quieren tener su país, ser libres, le hablamos de los puestos de control. “No creo que los checkpoints sean una excusa para la guerra”, nos dijo. Entonces construimos uno en el salón. Cada vez que quería cruzarlo, le parábamos: “¿Cómo te llamas? ¿Por qué quieres pasar?¿Que quieres ir al baño? Quizás puedes esperar…”. Enseguida tuvo claro por qué pelean los palestinos.

P. ¿Vivir en un sitio como este lleva a trivializar la violencia?

R. Nací en la guerra de 1967, empecé a ir al colegio en la de 1973 y al instituto en la del Líbano. Toda mi vida está marcada por las guerras. Te acostumbras tanto que no puedes imaginar la vida sin ella. Y existe el riesgo de que no te moleste lo suficiente como para intentar cambiar la situación.

P. Artículos que ha escrito para promover ese cambio le han valido amenazas de la derecha más radical y también de los activistas de la BDS que promueven el boicoteo a Israel por la ocupación.

R. La derecha me llama traidor por criticar a Israel. Piensan que con las críticas el país colapsará. Yo no creo que sea tan débil. Y los de la BDS me repudian por denunciar su política. Para mí el boicoteo cultural es como un oxímoron. Es el arma de los vagos y los cobardes. Si eres español y te preocupa Oriente Próximo, es mucho más fácil no ir a ver películas israelíes aunque estén hechas por izquierdistas o liberales amenazados que ir a manifestarte a la Embajada cuando llueve y hace dos grados. Cuando U2 actúa y llama al diálogo es mucho más efectivo que cuando Elvis Costello se niega a actuar en Israel. Yo hablo en los asentamientos cuando me invitan. Y a veces me llaman “cáncer” o “cabrón”. Si me quedara en casa no me atacaría nadie, pero prefiero intentar un cambio.

P. ¿Se siente en tierra de nadie?

R. Siento que lo que atacan no es mi política sino mi empatía. Para ellos ponerse en el lugar del otro es maligno. Pero si no reflexionas sobre tus acciones, si no dudas… Esa es la existencia de un lagarto, no la de un ser humano. El problema en el conflicto entre Israel y Palestina es que compiten en la Eurovisión del victimismo. Y la relación no es simétrica. Los israelíes controlamos más recursos, tenemos un mejor sistema… Es nuestra responsabilidad buscar una solución. Es frustrante cuando denuncio las injusticias que comete Israel, planteo “imagina que estás en Gaza, que no puedes ver a tus primos, que te cortan la luz, que tus hijos no pueden acceder a una buena educación” y me contestan: “¿Y qué pasa con los niños muertos en atentados suicidas?”. Y me ocurre lo mismo, pero a la inversa, si lo que critico es el terrorismo.

P. ¿Ha pensado exiliarse como hizo su amigo, el árabe-israelí Sayed Kashua?

R. Mis padres no tuvieron el privilegio de vivir en el país en el que nacieron y nos hicieron ver que es un regalo. Sería infeliz si me fuera. El Gobierno es horrible, cada vez peor, pero mi plan es quedarme y tratar de cambiar la realidad. Para mí ser de izquierdas o de derechas es cuestión de optimismo y de pesimismo. La izquierda siempre piensa en estar mejor, en un mejor sistema de educación, en una mayor generosidad… La derecha dice: “Esto es tan bueno como puede llegar a ser”. Si vives en un barrio rico en Nueva York, puedes elegir ser de izquierdas o de derechas; pero si vives en un sitio en el que echan misiles sobre ti, o te dices “puedo hacer de este un lugar mejor” o te vas o te cuelgas. No conozco una sociedad justa en la historia de la humanidad. Pero la idea no es hacer las cosas bien, la idea es intentar hacer las cosas mejor.

Un libro largo de cuentos cortos. Etgar Keret. Traducción de Ana María Bejarano. Siruela. Madrid, 2016. 564 páginas. 23,95 euros.

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