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CRÍTICA
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Orfeo al piano

Murray Perahia toca y dirige a la Academy of St. Martin in the Fields una memorable versión del Cuarto concierto de Beethoven

ACADEMY OF ST. MARTIN IN THE FIELDS.

Obras de Britten, Schubert y Beethoven. Murray Perahia, piano y dirección. Academy of St. Martin in the Fields. Temporada XLVI de la Fundación Ibermúsica. Auditorio Nacional, 9 de junio de 2016.

Todos los mitos demandan una constante puesta al día. El del cantor Orfeo con su lira es un buen ejemplo. Harry Kupfer llegó en 1991 a presentarlo en la ópera de Gluck ataviado de rockero y tocando una Fender Stratocaster. Y pudimos verle de semejante guisa enfrentarse con su canto a unas amenazantes Furias vestidas de etiqueta. Beethoven optó en 1806 por hacerle tocar el piano en el movimiento lento de su Concierto para piano nº 4. Fue su biógrafo Adolph Berhard Marx y no Liszt quien primero se percató de este programa oculto en el Andante con moto del concierto pianístico de Beethoven. Su modelo pudo ser Gluck, aunque el compositor de Bonn conoció bien otras versiones operísticas del mito de Orfeo realizadas por compositores como Naumann o Kanne que estaban basadas en Virgilio y Ovidio. El pianista Murray Perahia (Nueva York, 1947) dirigió y tocó una versión memorable de este movimiento anoche en el Auditorio Nacional dentro del último concierto de esta temporada en la Serie Arriaga de la Fundación Ibermúsica.

Perahia, que tuvo sus primeras experiencias musicales escuchando óperas en el Met neoyorquino con su padre, tradujo a la perfección la supuesta esencia dramática de estos pentagramas. Fue impresionante el diálogo del pianista con la cuerda de la Academy of St. Martin in the Fields (ASMF). Ellos (como Furias) inflexibles increpando al intruso al unísono, mientras él (como Orfeo) impasible y melancólico apelando a su piedad. La cuerda cortante frente al piano cantable y expresivo, tal como marca Beethoven en la partitura. La discusión se eleva de tono hasta que Orfeo despliega su canto y las cuerdas van enmudeciendo. Ahí fue donde Perahia sacó a relucir toda su magia. Su tono cantable y luminoso con cierto tinte nacarado que adereza con ese fraseo lírico y natural. Y nos imaginamos ese momento fugaz en que Orfeo pudo ver por última vez a su amada Euridice. Debían ser las doce y cuarto de la noche, y nadie respiraba entre el público. Tal es el poder de la música.

El pianista neoyorquino enlazó enseguida con el Rondó final. Su versión de los movimientos extremos fue otro ideal. En realidad, la interpretación global del concierto de Beethoven tuvo una impresionante lógica estructural. Del silencio previo al silencio posterior. Otro ejemplo de ese gran arco schenkeriano, esquemático y argumental, que propugna Perahia. El pianista norteamericano arriesga mucho en directo. Toca como si no hubiese un mañana, combinando intensidad y refinamiento. Y revela exquisitos detalles en el manejo del tempo y la dinámica, como hizo en el desarrollo del Allegro moderato inicial. Dirige pero no dirige, pues su forma de tocar guía a la orquesta como si se tratase de música de cámara a gran escala. Como pianista recuerda a muchos grandes del pasado, aunque mantiene una elevadísima solvencia técnica, que no desmerece ni la presencia de alguna nota errada en los pasajes más rápidos. Incluso esos detalles son pura música en sus manos y recuerdan aquello que la pianista Yvonne Lefébure solía decir de su maestro Cortot: “Hasta sus notas falsas son las notas falsas de un dios”.

La primera parte del concierto se inició con el homenaje de Benjamin Britten a su maestro: las Variaciones sobre un tema de Frank Bridge de 1937. Fue la obra con la que el compositor se dio a conocer internacionalmente y todo un habitual en los conciertos de la ASMF; ya la tocaron en Ibermúsica en 1993 con Iona Brown como concertino. En esta ocasión comandó el violinista Tomo Keller al conjunto de cuerda. Fue una versión compacta y bien resuelta con esa sucesión de facetas de la personalidad de Bridge donde Britten revela su esencia ecléctica al emular a Rossini, Bartók o Stravinski. Perahia se limitó a dirigir la Sinfonía “Inacabada” con la que terminó la primera parte. La razón de programar esta obra de Schubert está precisamente relacionada con el compositor inglés. Durante su primer contacto con él en 1973 trataron de esta sinfonía que Britten acababa de grabar con la English Chamber Orchestra. Le debe esa concepción unitaria que propugna donde sus dos movimientos tienen un mismo tempo pero un carácter diferente. No fue una mala versión de la obra, aunque me temo que el medio natural de Perahia son las teclas del piano y no la batuta de director. Hoy dirigirá la Segunda sinfonía de Schumann y volverá a deslumbrar al piano con Mozart y su Concierto Jeunehomme. 

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